En muchas casas, la sopa de Navidad es casi un ritual inamovible. Hay quien la prefiere con galets bien grandes, quien apuesta por un caldo con “brossa”, y quien no concibe el día festivo sin un consomé limpio y reconfortante. Pero entre todas esas variantes clásicas existe un complemento que sorprende a quien no lo conoce y que, para otros, es absolutamente imprescindible: el flan salado que se sirve dentro del caldo. Una delicatessen discreta, elegante y profundamente ligada a la memoria, capaz de convertir un plato sencillo en algo especial y cargado de nostalgia.

El flan salado que se pone en el caldo de Navidad

Este flan salado no tiene nada que ver con el postre que todos imaginamos. Es una preparación suave, casi etérea, elaborada con huevos y caldo, pensada para fundirse con la sopa caliente en el momento de servir. Para muchas familias, es uno de esos sabores que transportan directamente a la infancia, a las comidas de Navidad en casa de los abuelos, cuando la mesa se llenaba de platos humeantes y el primer bocado ya marcaba el tono de toda la celebración. Su textura delicada y su sabor sutil hacen que pase desapercibido a la vista, pero destaque claramente en el paladar.

El huevo es clave en esta receta / Foto: Unsplash
El huevo es clave en esta receta / Foto: Unsplash

La base del flan es sencilla y honesta, como tantas recetas tradicionales. Se utilizan yemas y claras de huevo, caldo de buena calidad, un punto justo de sal y pimienta blanca, y poco más. No necesita ingredientes sofisticados porque su función es respetar el sabor del caldo y aportar una textura diferente. El equilibrio entre yemas y claras es clave para lograr un flan firme pero tierno, que se pueda cortar en dados sin romperse y que, al entrar en contacto con el caldo caliente, resulte casi cremoso.

La preparación requiere tiempo y paciencia, dos ingredientes invisibles que forman parte de la cocina festiva. El flan se cuece al baño maría en el horno, lentamente, para que cuaje de manera uniforme y sin burbujas. El molde, previamente untado con mantequilla, se llena con la mezcla bien batida y se coloca dentro de una bandeja con agua caliente que lo cubra parcialmente. Tras cerca de una hora de cocción, al tocarlo debe notarse firme, señal de que está listo.

Una alternativa a la clásica escudella / Foto: Unsplash
Una alternativa a la clásica escudella / Foto: Unsplash

Una vez frío, el flan se guarda en la nevera hasta el día siguiente. Es entonces cuando se desmolda con cuidado y se corta en pequeños dados, pensados para servirse aparte. Cada comensal puede añadirlos a su plato de sopa o consomé, dejando que el calor los envuelva y libere todo su sabor. Este gesto sencillo convierte el caldo de Navidad en una experiencia distinta, delicada y reconfortante.

El flan se guarda en la nevera hasta el día siguiente

En un tiempo en el que las mesas festivas se llenan de platos llamativos, el flan salado en el caldo reivindica la cocina de siempre, la que no busca sorprender con artificios, sino emocionar desde la sencillez. Una pequeña joya gastronómica que demuestra que, a veces, las mayores delicatessen llegan en silencio.