Cuando pensamos en la corvina, normalmente lo hacemos por su sabor o por lo bien que queda al horno, pero este pez esconde un secreto sorprendente que muchos están tirando sin saberlo: el hueso de corvina, también conocido como otolito. Se trata de una pequeña estructura calcificada ubicada en el oído interno de estos peces, que no solo es fundamental para su equilibrio y audición, sino que también guarda un valor inesperado fuera del agua. Mientras la mayoría lo desecha sin pensarlo dos veces, joyeros y supersticiosos lo consideran un auténtico tesoro oculto. Su forma ovoide y su composición de carbonato cálcico lo convierten en un objeto muy especial tanto por su origen natural como por sus aplicaciones decorativas y simbólicas.
Las corvinas esconden un tesoro que joyeros y supersticiosos desean tener
Los otolitos tienen una función clave en la vida de las corvinas: les ayudan a detectar vibraciones, mantener el equilibrio y orientarse en el entorno acuático. Pero lo más curioso es que estas "piedras del oído" también permiten a los científicos saber cuántos años tiene un pez. Al igual que los árboles, los otolitos tienen anillos que marcan su crecimiento y que pueden estudiarse para comprender su desarrollo a lo largo del tiempo. Sin embargo, su uso va más allá de la ciencia. En el mundo de la artesanía, hay especies de corvina cuyos otolitos son tan grandes y pulidos que se convierten en colgantes o pendientes, muy buscados por quienes creen que estas piezas traen suerte o energía positiva.

La extracción requiere de bastante precisión y cuidado
Extraer estos huesos requiere algo de precisión, pero es un proceso relativamente sencillo si se sigue con cuidado. Una vez se tiene una corvina fresca, se debe limpiar bien y conservar la cabeza intacta. El oído interno, donde se alojan los otolitos, se encuentra justo detrás del ojo, bajo el cráneo. Al hacer una incisión cuidadosa en esa zona, se pueden retirar los otolitos con ayuda de unas pinzas pequeñas. Después, se enjuagan con agua fría o una solución salina para eliminar cualquier resto de tejido. Cada corvina tiene tres pares de otolitos, y su tamaño puede variar según la edad del pez y su especie.

Pero lo más fascinante es que estos pequeños huesos son capaces de reflejar el entorno donde ha vivido el pez. Cambios en la salinidad, temperatura o contaminación del agua quedan grabados en su estructura, lo que los convierte en un archivo natural de la salud del ecosistema marino. Así que, la próxima vez que cocines corvina, piénsatelo dos veces antes de tirar lo que podría ser una joya con historia y misterio.