Tal día como hoy del año 1694, hace 328 años, en Madrid, moría Gaspar Téllez-Girón y Sandoval (Madrid, 1625), duque de Osuna, que había sido virrey hispánico en Catalunya (1667-1669), al inicio del reinado de Carlos II (1665-1700), el último Habsburgo en el trono de Madrid. Téllez-Girón dimitió de forma irrevocable: envió una misiva oficial a la cancillería en la que decía: “Mi poca salud y mi falta de hacienda me ponen en precisa obligación de no poder proseguir en el real servicio de V.M., y así suplico se sirva de mandarme dar licencia.(...) Remito a V.S. esa carta, para que la ponga en las reales manos de S.M. debiendo solo añadir en ésta, que si se me niega la licencia, me iré sin ella”. No obstante, poco después, aceptaba el cargo de virrey del Milanesado.
La figura y la actuación de Téllez-Girón ponen de relieve que los cargos de virrey en Flandes y en Catalunya fueron las peores destinaciones de los altos cargos de la monarquía hispánica durante la etapa Habsburgo (1516-1700). Desde finales del siglo XVI, Flandes y Catalunya eran los países más prósperos y, al mismo tiempo, más conflictivos del edificio político hispánico; y sus virreyes, a menudo, quemaban su carrera política en los conflictos permanentes con las instituciones flamencas y catalanas. De hecho, desde 1659 (conclusión de la Guerra de Separación de Catalunya), el cargo virreinal de Catalunya se destinó a personajes que la cancillería hispánica tenía el propósito de carbonizar políticamente. El caso más evidente sería el de Portocarrero (1701-1703).
Téllez-Girón había llegado a Catalunya pocos años después de la conclusión de la Guerra de Separación (1640-1652/59), del Tratado de los Pirineos (1659/60) y de una terrible depuración ideológica en las instituciones catalanas perpetrada por la monarquía hispánica. Sin embargo, el fenómeno del bandolerismo —que tenía unas raíces anteriores a la crisis y al conflicto— continuaba vigente, alimentado por un estado de miseria generalizada causada por la guerra que hacía de Catalunya un polvorín social. Téllez-Girón nunca fue capaz de coordinar el aparato hispánico y las instituciones catalanas, ni de dar apoyo a las iniciativas privadas que invertían para crear riqueza. Finalmente incapaz de gestionar aquel escenario crítico, huiría temiendo el final de su carrera.