Una reciente encuesta en el Reino Unido aportaba datos sorprendentes y vaticinaba el final del mapa político que ha funcionado en el país desde siempre: gobiernos del Partido Conservador en largos períodos de la historia y alternancia con el Partido Laborista que también ha conducido las riendas del país aunque, con la excepción de Tony Blair, en períodos mucho más cortos. La encuesta concedía una amplísima mayoría a la formación populista de derechas Reform UK, que lidera el ultraderechista Nigel Farage. Tanto es así que, beneficiado por la ley electoral del país que otorga el escaño al partido ganador en su circunscripción, podría irse hasta los 432 escaños, cuando los laboristas a duras penas alcanzarían los 75 asientos y los conservadores alrededor de 25 parlamentarios. Aunque es cierto que la ley electoral beneficia claramente al ganador, Reform UK, con el 33% de los votos, casi tendría el mismo porcentaje que los laboristas y conservadores, que sumarían el 35% de los votos.

¿Qué está pasando en el Reino Unido para que poco más de un año después de las elecciones celebradas en julio de 2024, que dieron una amplia victoria al laborista Keir Starmer, logrando 411 diputados de los 650 escaños del Parlamento, su capital político se haya disuelto como un azucarillo? Muchas son las causas, pero el crecimiento económico lento, unido a los problemas en el mercado laboral, la escasez de personal y la inseguridad en el empleo, especialmente entre los jóvenes, está llevando en volandas a la formación de Farage. Si a ello se añade la inestabilidad económica causada por el Brexit y la invasión rusa de Ucrania, el desenlace ha sido un aumento exagerado de precios que ha afectado a las personas con bajos ingresos.

La foto del Reino Unido no es, ni mucho menos, única en los países de nuestro entorno. La ley electoral francesa de segunda vuelta ha impedido hasta el momento que Marine Le Pen y su formación Agrupación Nacional cogieran las riendas del país galo, algo que no es seguro que pueda volver a suceder en las presidenciales de la primavera de 2027. En 2022, el comodín Emmanuel Macron lo impidió al desplazar a la izquierda de Mélenchon a la tercera posición y quedarse con sus votos. Ahora, en 2027, Macron no se podrá volver a presentar, su partido carece de empuje y de liderazgos, y es posible que las presidenciales sean una batalla entre extremos, y eso aumentaría las posibilidades de Le Pen, que en 2022 ya logró el 41,46% de los votos.

La ultraderecha europea está bien alineada con Donald Trump, que alimenta estos discursos y recoge el malestar creando una comunidad de fieles al precio que sea

En Italia, Giorgia Meloni y su formación Hermanos de Italia, que alcanzó el poder en 2022, encaran las próximas elecciones de septiembre de 2027, si no antes, en primera posición. Los miedos de Bruselas a la llegada de la ultraderecha a Italia y una formación que tiene sus raíces políticas en el Movimiento Social Italiano (MSI), que surgió de las cenizas del fascismo de Mussolini, duró el tiempo justo para presentar a Meloni como la dirigente ultra más moderada en comparación con sus pares de otros países. En España el PSOE se hunde, pero el PP no crece porque Vox se lo come todo y algunas encuestas ya lo ponen por encima de los 60 escaños y el 17,5% de los votos. Es verdad que estos resultados se producen en un momento no electoral y que después sus expectativas acostumbran a bajar. Pero ahí están.

Podríamos seguir por Países Bajos, Hungría, Eslovaquia, el auge de la ultraderecha en Alemania o la situación en Bélgica. Y todos ellos bien alineados con Donald Trump, que desde la Casa Blanca alimenta estos discursos y recoge el malestar creando una comunidad de fieles al precio que sea. Los fuegos de estos días en Galicia, Castilla-León, Extremadura y Asturias y las patosas y ridículas respuestas de los dos grandes partidos en la permanente batalla electoral que mantienen los desgasta más que los ayuda y acaban siendo nuevos votos para el populismo rampante.