La muerte de Francisco Franco en la cama marcaba, de una manera u otra, el 20 de noviembre de 1975 como el inicio de una nueva etapa en la historia de Catalunya tras años de una dictadura que parecía inacabable. La alegría por el traspaso de un dictador convivió en aquellas horas con la inquietud ante las múltiples incógnitas que planteaba el futuro. Había botellas de cava que esperaban hacía tiempo ser descorchadas, algunas al final se quedaron en la nevera; otras, de tanto esperar, se habían estropeado. En cualquier caso, con brindis o sin él, el 20N es una de aquellas fechas que todo el mundo recuerda cómo la vivió. ElNacional.cat hemos querido recoger la memoria que de aquella jornada conservan algunos de los que con los años ocuparían la primera línea de la vida política catalana y que en aquel momento eran activistas, estudiantes, profesionales de diferentes ámbitos o, sencillamente, escolares.
El president de la Generalitat, Salvador Illa, tenía 8 años el día que murió Franco. Como para el resto de alumnos de todo el Estado, la suspensión de las clases dejó claro que aquel día sería muy diferente. "Iba a la escuela con mi hermano y algunos amigos, y nos dijeron: no hay clase, podéis volver porque ha muerto Franco". "Era un niño de ocho años y sí, tuve la conciencia de que cambiaban cosas importantes en Catalunya y en España", recuerda el que con los años sería alcalde de la Roca del Vallès, ministro de Sanidad y primer secretario del PSC antes de aterrizar en la Plaça Sant Jaume.
El president en el exilio, Carles Puigdemont, conoció la noticia de la muerte de Franco cuando estaba internado en la escuela de Santa Maria del Collell, el Collell, en Sant Ferriol (la Garrotxa). “Nos enteramos de la noticia por la megafonía de la escuela. Normalmente, nos despertaban con una música más o menos alegre, pero aquel día sonó otro tipo de música”, recuerda el líder de Junts, que entonces tenía 13 años. Asegura que la reacción ante el acontecimiento fue de “gran excitación”. “Teníamos 13 años, pero sabíamos que era de gran trascendencia”, explica Puigdemont, que relata cómo se tuvieron que suspender las clases y fueron a una misa que organizó la propia escuela. “Recuerdo intuir un poco una sonrisa por debajo de la nariz de todos, incluso del cura que la oficiaba”, rememora.
El president Artur Mas explica que recibió la noticia de la muerte del dictador estando en Barcelona. “Reaccioné con alegría”, narra Mas, que entonces tenía 19 años y había empezado a estudiar la carrera de derecho, y que con los años sería también concejal en Barcelona y conseller del Govern, además de presidente de CDC y el PDeCAT. “Esperaba una nueva etapa y otra forma de vivir”, explica el president, que subraya que participaba en todas las movilizaciones de aquel momento, que ya hacía tiempo que duraban.
El president José Montilla era el 20 de noviembre de 1975 un joven activista político y militante del PSUC, que trabajaba por las mañanas y estudiaba COU en el curso nocturno del Instituto de Cornellà. Montilla, que antes de asumir la presidencia de la Generalitat fue alcalde de Cornellà, ministro de Industria y primer secretario del PSC, recuerda de manera especial de aquellos días de agonía del dictador las huelgas obreras en Cornellà y, en general, en el Baix Llobregat, las pintadas y el reparto de octavillas con el temor de ser pillado por la policía; pero también los fusilamientos pocas semanas antes, a finales de septiembre, de tres miembros de FRAP y de ETA, entre los cuales, Txiqui, que fue fusilado en Cerdanyola; y las protestas contra aquellos fusilamientos
Montilla celebró el final del dictador con compañeros, jóvenes activistas, algunos con responsabilidades en organizaciones clandestinas. “No recuerdo cava, pero sí un sentimiento de liberación de tomar conciencia de que dejábamos atrás una etapa que había sido dura. Éramos jóvenes, muy jóvenes, pero algunos, no era mi caso, ya habían pasado por la cárcel”, subraya.
Los derechos humanos ya eran una lucha de la abogada Magda Oranich el día que murió Franco y los recuerdos de aquella jornada se entretejen con las imágenes de los últimos cinco fusilamientos del franquismo. Oranich era la abogada defensora de Juan Paredes, miembro de ETA conocido con el nombre de Txiqui. Fue una carrera contra el calendario, ante la conciencia de que la muerte de Franco detendría las ejecuciones. Sin embargo, lo de Txiqui fue un consejo de guerra sumarísimo, acusado de la muerte de un policía durante un atraco. “Nos dieron cuatro horas para defenderlo de la pena de muerte”, recuerda. Finalmente, fue fusilado el 27 de septiembre en medio de una oleada de protestas en toda Europa. 23 días después, murió Franco. “Lo primero que hice fue llamar a la madre de Txiqui. No nos pudimos decir casi nada, las dos llorábamos”, recuerda ante la evidencia de que por pocos días los últimos fusilados del franquismo no se beneficiaron de una amnistía que no tardaría en llegar.
A pesar de todo, aquel día Oranich cerró la jornada con una cena en un restaurante de la calle Aribau de Barcelona, con una veintena de abogados especializados en defensa de los derechos humanos. Recuerda que “fue una cena divertida; alguien bebió de más, eso sí” y que a partir del día siguiente se impuso la tensión por saber cómo debía evolucionar la situación. "Y la vida fue cambiando y, enseguida, también vino la ruptura democrática, que es lo que queríamos, no se consiguió formalmente, pero lo cierto es que poco a poco fue cambiando todo", recuerda.
A la expresidenta del Parlament, Carme Forcadell, la noticia de la muerte del dictador la pilló en el hospital donde acababa de nacer su primer hijo. "Me vinieron a dar la noticia y miré a mi hijo y dije: haremos una doble celebración, una vida que nace y un dictador que se va", explica Forcadell, que fue concejala en Sabadell con ERC antes de ocupar la presidencia del Parlament que aprobó la declaración de independencia en 2017. Por su participación en el procés, Forcadell fue condenada en 2019 por el Tribunal Supremo a 11 años y seis meses de prisión, de los cuales cumplió más de tres.
La expresidenta del Parlament Núria de Gispert trabajaba en 1975 en la Diputación de Barcelona, estaba casada y tenía tres hijas pequeñas. Recuerda la sospecha de que a “Franco le alargaron la vida durante unos días para dejar las cosas atadas y bien atadas” y que en su casa tenían una botella en la nevera para celebrar aquel momento que debía marcar el final de la dictadura, pero que a la hora de la verdad no llegó a abrirse. “Deseábamos que acabara, pero los españoles y los catalanes no supimos acabar la dictadura, él se murió antes”, admite la que con los años sería presidenta de Unió Democràtica, que no esconde la melancolía por cómo acabó evolucionando la situación política, ya que considera que el 20-N “fue el principio de algo que podría estar mucho mejor de lo que es”
El exconseller de la Generalitat con el PSC y exalcalde de Girona Quim Nadal tenía 28 años el 20N de 1975, era profesor de la UAB en la facultad de letras y coordinador del departamento de Historia. A pesar de que se había decretado una semana sin clases, recuerda que los profesores se encontraron en la universidad y aprovecharon para hacer reuniones sin demasiada trascendencia. “Pero nos movía el desasosiego y la esperanza de una explosión de libertad, sabíamos que la muerte definitiva del dictador, aunque hubiera sido en la cama y en su casa, tenía que significar una explosión de democracia que debía permitir definitivamente encarrilar las expectativas de una sociedad demasiado, demasiado tiempo subyugada”, explica. Al día siguiente de la muerte de Franco hubo una cena de departamento y, al terminar, una quincena de profesores se reunieron en casa de uno de ellos y brindaron con cava “por lo que nos parecía un momento fundacional de una nueva etapa de la historia de Catalunya”.
El exalcalde de Barcelona Xavier Trias explica que recibió la noticia de la muerte de Franco cuando trabajaba como pediatra en el hospital infantil de la Vall d’Hebron, que entonces se conocía como “residencia Generalísimo Franco”. “Estaba trabajando y ya había el ambiente de que saldría la noticia”, explica Trias, que recuerda como a las 10h de la mañana compareció el entonces presidente del gobierno español, Carlos Arias Navarro, para dar la noticia de la muerte de Franco con “aquella cara de desánimo”. “Como si hubiera pasado un desastre”, narra Trias, que entonces tenía 29 años. “En el hospital fue una alegría. Lo celebramos efusivamente porque los hospitales habían vivido una época dura, de huelgas, situaciones difíciles, reacciones antifranquistas y de un cierto castigo. Había un trato duro por parte del gobierno”, recuerda el exalcalde de Barcelona y exconsejero de los gobiernos de Jordi Pujol, que asegura que fue un día de “fiesta, alegría y esperanza”. “Queríamos todos la autonomía y en el ámbito sanitario imaginábamos la creación de un national health service imitando la situación de Inglaterra”, recuerda Trias.
El que sería síndico de Greuges y secretario general del PSUC y de ICV, Rafael Ribó, era en 1975 uno de los impulsores de la Assemblea de Catalunya, la plataforma unitaria de la oposición antifranquista. Subraya que la noticia de la muerte del dictador “daba motivos para la celebración y la alegría” y que de hecho destaparon una botella de cava para celebrarlo con la familia, además de celebrarlo también con amigos. “Parecía -y así fue- que se abría una nueva etapa”, recuerda. Pero al mismo tiempo se planteaban la incógnita sobre qué había que hacer, y aquí sitúa el “factor del temor”: “El franquismo dejó mucho miedo que aún dura”. Ribó subraya que todavía quedan residuos del franquismo en la cúpula del poder judicial, de seguridad o en algunas de las grandes empresas herederas de las “empresas nacionales”. “A partir de la Constitución y el régimen de libertades hay que continuar trabajando y luchando día a día para ir superando lo que deja la impronta del franquismo”, concluye.
El historiador y diputado de Junts per Catalunya Agustí Colomines define el momento de la muerte de Franco como “agridulce”. “Yo tenía 18 años y estaba a punto de cumplir 19”, recuerda Colomines, que entonces empezaba a estudiar en la universidad. “Habíamos vivido las condenas a muerte del mes de septiembre y para nosotros el franquismo era un régimen de terror. Había nacido con violencia y acabó con violencia”, explica el diputado, que intenta resumir la muerte de Franco con una metáfora familiar: “Mis padres tenían un mueble-bar viejo y allí tenían una botella de vino guardada que se tenía que abrir el día de la muerte de Franco. La abrieron, pero estaba agria”.