La escalada belicista de Rusia en su intento de hacerse con la totalidad de Ucrania, que en las últimas horas ha tenido con la toma de control militar de la central nuclear de Zaporiyia, la más grande de Europa, lo que ha provocado unas horas de gran preocupación con un incendio en uno de los edificios del complejo, está tensionando las costuras de la Unión Europea, poniendo en una situación incómoda a la OTAN, alarmando a los países más cercanos al gigante ruso como los bálticos o Polonia y generando múltiples interrogantes sobre si existiría un camino para el diálogo. Hoy nadie quiere hablar de ello en público, pero, seguramente, es un camino que en ningún conflicto bélico hay que perder de vista por escasas posibilidades que haya. En el octavo día de guerra, la OTAN no se ha movido ni un milímetro de su declaración oficial de no intervenir directamente en el conflicto con el envío de tropas y así descartó la demanda de Ucrania de que se imponga una zona de exclusión aérea sobre el país ya que, en la práctica, quería decir que aviones de la OTAN tendrían que intervenir si sobrevolara territorio ucraniano un avión ruso.

Aunque la OTAN no varía su discurso, en cambio sí que se está produciendo una percepción, quizás, diferente en amplios sectores de la opinión pública europea. La diferencia respecto a días anteriores la vivió este viernes el secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg, que, durante su comparecencia de prensa en Bruselas tuvo que responder una y otra vez a preguntas críticas con esta aparente distancia de la organización atlántica del conflicto que se justifica como una medida para no dar pie a que se encienda la chispa de un conflicto armado más allá de Ucrania. El problema es que con imágenes continuas de destrucción, de pérdida de vidas humanas y de cientos de miles de personas abandonando el país cuesta más defender esta actitud ya que en muchos sectores de la opinión pública puede quedar la idea de que se ha abandonado al pueblo ucraniano a su suerte que, en estos momentos, no es otra cosa que su rendición.

La implicación de la Unión Europea en el conflicto con sus medidas sancionadoras económicas sobre Rusia unida a la incapacidad manifiesta del Alto comisionado de Política Exterior de la UE, Josep Borrell, para abrir algo que se pudiera parecer a un diálogo con el Kremlin es algo más que evidente. Así como los límites para mantener algo más que una conversación telefónica con Putin del presidente francés, Emmanuel Macron, o del nuevo canciller alemán, el socialdemócrata Olof Scholz. Ninguno de ellos tiene el suficiente capital político a sus espaldas para mantener una conversación con Putin y que este pudiera llegar a considerar. Y, de seguir así, los europeos con un conflicto tan preocupante como real en su territorio solo pueden esperar que los Estados Unidos de Biden den un impensable giro en su política exterior.

Solo tiene Europa a la retirada Angela Merkel, que, a sus 67 años, estaría, si así se decidiera, en las mejores condiciones para jugar este papel. Su infancia en la Alemania del Este, cuando el país estaba partido por la mitad, le otorga una mirada diferente a la de muchos europeos, habla perfectamente ruso (también habla alemán siempre que puede Putin por sus años como agente de la KGB en Dresde); y es hija de la cultura política de Helmut Kohl de que sin Rusia no puede haber equilibrio en Europa. Sea Merkel o no, la necesidad de una figura mediadora será el único camino para rebajar los riesgos actuales, que empiezan a ser considerados tremendos en muchas cancillerías. Porque Putin podía tener suficiente al inicio de la invasión con un compromiso de Ucrania de no entrada en la OTAN pero ahora ya no le sirve para salvar su carrera política ―cuando Rusia ha reconocido 498 soldados muertos y Ucrania ha elevado esta cifra a más de 9.000― y quién sabe si incluso algo peor. Por eso, cada día que pasa la situación se complica más para los dos bandos y es más urgente que nunca que por algún lado emerja una vía para negociar.