Para los que tengan dudas, que se lo quiten de la cabeza: Junts no dará ningún balón de oxígeno al recién nombrado Govern de Pere Aragonès para que arranque la segunda etapa de la legislatura. Por si no estaba claro, su ejecutiva y la posterior reunión del grupo parlamentario cerró cualquier posibilidad y las posiciones más rupturistas se han impuesto siguiendo el mandato de las bases del partido, que forzaron el abandono del Ejecutivo —un 55% frente a un 42%— y el paso a la oposición. Veremos qué papel juega En Comú Podem, muy irritada por el nombramiento de Gemma Ubasart, que jugaba en su espacio político, y que ya ha dado el Govern por muerto; y el PSC, que paladea las palomitas desde la banda esperando que la situación le llegue suficientemente podrida para dar al Ejecutivo el golpe de gracia que le obligue a convocar nuevas elecciones.

La composición del nuevo Govern deja encima de la mesa situaciones ciertamente chocantes. Por un lado, una valoración, que, en general, no es negativa de cómo Aragonès ha resuelto la crisis, con nombramientos a los que no se les puede negar su experiencia política. Desde esa visión, Quim Nadal y Carles Campuzano aportan un know-how del que estaba faltado Esquerra más allá del actual conseller de Interior, Joan Ignasi Elena, que también militó en el PSC. Nadal y Campuzano están acostumbrados a negociar con los gobiernos españoles —uno como exconseller durante siete años y el otro por su experiencia en el Congreso durante 23 años— y Oriol Junqueras cumple así una de sus asignaturas pendientes, incorporar experiencia política ante situaciones difíciles. Por el contrario, es obvio que ninguno de los dos milita en el independentismo, en todo caso, en un soberanismo muy matizado. Una situación similar a la de Ubasart. La apuesta, por tanto, es intentar mejorar la gestión gubernamental más que profundizar en una posición ideológica independentista que, por otro lado, se ha ido modulando. Nada de ello, sin embargo, compensa la realidad actual y es que ERC dispone tan solo de sus 33 diputados de los 135 escaños que hay en el Parlament, la mayoría gubernamental más exigua que ha habido jamás en la Cámara catalana.

Vamos a asistir, por tanto, a un auténtico choque de trenes en el que Esquerra intentará resaltar las incongruencias de Junts criticándole que defienda desde la oposición posturas políticas que no ha tenido desde el año 2012 en que se inició el procés y, por el contrario, un Junts que repetirá una y otra vez que sacrificó sus postulados por la unidad del independentismo y que ahora, en la oposición no tiene este corsé. Eso afectará, seguramente, a temas tan diferentes como la bajada de impuestos o el apoyo a infraestructuras como el aeropuerto, una posición más dura en el tema de los okupas o el apoyo a la escuela concertada. Lo que algunos defienden como una posición nítidamente independentista con medidas de corte nada izquierdistas. Casi ninguna de estas propuestas tiene hoy recorrido en el actual Parlament, pero alguna como la del posicionamiento a favor de la nueva pista del aeropuerto de El Prat sí, con ERC y los comunes en contra.

En esta situación de colisión entre fuerzas independentistas, Salvador Illa ha dado instrucciones de usar el guante de seda y de evitar el choque frontal con el Govern. Ese momento aún no ha llegado, aunque la maquinaria socialista está preparada para todo: desde cubrir con un candidato o candidata del PSC la presidencia del Parlament, que ahora está ocupada interinamente por Alba Vergès, vicepresidenta primera, tras la suspensión de Laura Borràs, hasta una eventualidad más radical como un adelanto electoral. En cualquier caso, las elecciones municipales del próximo mes de mayo aparecen hoy muy lejos para asegurar que el Ejecutivo catalán podrá llegar tal y como está hasta entonces, y las españolas, en una legislatura que se agota a finales del 2023, aún más. Será después de las próximas cuatro semanas cuando todos tendremos una idea mucho más clara sobre los apoyos políticos de unos y de otros.