Ernesto Valverde abandona Barcelona después de haberse ganado la estima de los jugadores, por su benevolencia, de la prensa, por su educación, y de los culés, gracias a su tono conciliador, algo clave para no ser herido en la trinchera de los ismos que siempre se vive en el banquillo del Camp Nou. Nadie podrá recordar una salida de tono del ya extécnico blaugrana. Siempre elegante, Valverde no ha transmitido euforia en los mejores momentos pero tampoco se ha hundido cuándo el barco empezaba a hacer aguas. Sin embargo, como decían Els Pets, No N'hi Ha Prou Amb Estimar-se Molt.

Dos años y medio después de haber asumido el cargo de entrenador del Barça, el técnico extremeño se despide transmitiendo la sensación que, futbolísticamente, su Barça nunca ha estado al nivel que correspondía. La eliminatoria contra la Roma lo dejó tocado y la de Liverpool, a efectos prácticos, lo sentenció. Conociendo su carácter, es fácil de intuir que el posterior runrún del Camp Nou no lo inquietó ni un momento. Valverde es un gran entrenador y, precisamente por este motivo, él sabía mejor que nadie que el equipo, a pesar de estar inmerso en una dinámica ganadora en la Liga, funcionaba por una inercia que ha acabado resultando letal.

La eficacia del gestor

Si hay una virtud que Valverde ha demostrado en el vestuario del Barça esta es su capacidad de gestión. Entrenar a superestrellas como Leo Messi, Luis Suárez o Gerard Piqué es una suerte extraordinaria pero también un arma de doble filo. A diferencia de Luis Enrique, que quiso aterrizar en el banquillo del Camp Nou con puño de hierro y casi sale escaldado, Valverde supo encontrar el equilibrio entre la benevolencia y el respeto, entre las concesiones y la disciplina. Así se ganó la afección de la plantilla, que lo recompensó ganando dos Ligas sin oposición. Así, sin embargo, también puso de manifiesto que su figura no era lo bastante autoritaria. Su indulgencia empezó a degenerar de manera alarmante, hecho que quedó ejemplarizado a la perfección con las escapadas de Piqué a la Copa Davis. El principio del fin.

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A Valverde también se le podrá criticar que su carácter y su dirección táctica no haya sido lo bastante eficiente en momentos clave. Las derrotas de Roma y Anfield no son únicamente responsabilidad suya, pero es evidente que la nula capacidad de activar al equipo cuando este sólo necesitaba un gol le pasó factura. Ningún grito, ninguna directriz, ningún cambio ganador. Cuando el Barça estaba contra las cuerdas, él nunca sumó.

Las Ligas post-Neymar

Es fácil presumir de las 8 Ligas de 11 posibles pero resultaría injusto no recordar que en la temporada 2016/17, justo antes que llegara Valverde, el Barça de Luis Enrique cedió el trono del campeonato doméstico al Real Madrid de Zinedine Zidane. Después de su tercera temporada en el banquillo del Camp Nou, el técnico asturiano dimitió fruto del desgaste provocado por una plantilla acomodada. Valverde no llegaba con la etiqueta de agitador, pero en plena pretemporada del curso 2017/18 tuvo que afrontar uno de los capítulos más explosivos de la historia del club, la salida de Neymar al PSG.

En medio del huracán, y después de ser barrido por el Real Madrid en la Supercopa, Valverde consiguió construir un bloque sólido que, sin estridencias, empezó a sumar puntos sin descanso. El recién llegado Ousmane Dembélé no respondía y el técnico fue práctico: doble pivote Busquets-Rakitic y mediapunta para Paulinho. La receta generó controversia en el entorno culé pero se tradujo en grandes resultados, y es que el equipo levantó la Liga sumando 26 puntos más que el Madrid y después de perder un solo partido. En la Copa, coincidiendo con el adiós de Andrés Iniesta, su equipo también aplastó al Sevilla.

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La cruz de Valverde, sin embargo, siempre será la Champions, un título que el Barça no gana desde hace cinco años. La temporada de la imbatibilidad en la Liga también fue la del ridículo estrepitoso en el Olímpico de Roma, donde el Barça, con un 4-1 a favor, encajó tres goles y fue eliminado en los cuartos de final del torneo continental. Que los jugadores se confiaron es indudable, que Valverde se equivocó alineando un doble lateral con Nélson Semedo y Sergi Roberto, también.

El siguiente curso no será recordado por la Liga que el Barça ganó, de nuevo, sumando más 20 puntos que el eterno rival. Después de propinar un 5-0 a un Madrid desintegrado en la Liga y de eliminarlo en las semifinales de Copa, el Barça y Valverde se tuvieron que volver a mirar al espejo de la Champions. Fue en las semifinales, ante uno de los mejores Liverpool de la historia. Lo que pasó en Anfield es recordado por todo el mundo y no hay que revivirlo en estas líneas. El porrazo fue tan duro que Valverde podría haber sido destituido en aquel instante, sin embargo, ya que la temporada estaba a punto de acabar, el técnico pudo acabar el curso. Lo hizo perdiendo la final de Copa ante el Valencia, pero el pinchazo fue indoloro. Tal como él mismo reconoció posteriormente, la derrota contra el conjunto de Jürgen Klopp lo había hundido todo.

Su herencia

Es imposible conocer el balance que Valverde hace de su etapa en el Barça, pero lo más duro, al menos desde la posición de un simple periodista, es constatar que su herencia en el club es prácticamente nula. El técnico no ha conseguido instaurar un método de trabajo o un sistema base y tampoco ha hecho crecer ninguno de los jugadores que se ha encontrado en el vestuario. El mejor ejemplo quizás es Ousmane Dembélé, un futbolista con una condiciones extraordinarias pero que sigue cometiendo los mismos errores que el primer día que saltó al césped del Camp Nou.

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Mención aparte merece su conexión con el plantel. Aunque este curso se han consolidado chicos como Ansu Fati o Carles Pérez, lo cierto es que la gestión de jugadores como Carles Aleñá o Riqui Puig ha delatado a Valverde. La sensación es que él creía en el talento pero no se atrevía a darle minutos. Con un centro del campo saturado de centrocampistas, el técnico siempre prefirió apostar por hombres como Ivan Rakitic o Arutro Vidal con el fin de no crear ningún incendio en el vestuario. Aunque eso, a veces, fuera contraproducente para el equipo.

Una destitución lamentable

No es noticia pero hay que volver a recordarlo. El trato del Barça con su entrenador ha sido sencillamente lamentable. Valverde ha sido un hombre de club y la junta directiva, con Éric Abidal y Òscar Grau al frente, le han agradecido sus servicios despreciándolo públicamente.

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La primera vez llegó después de la derrota de Roma, cuando desde los despachos del Camp Nou se encargaron de filtrar a la prensa el ultimátum a Valverde: si no ganaba la Copa del Rey ante el Sevilla sería destituido. Toda una declaración de intenciones para poner en alerta al extremeño. Los días posteriores a Liverpool fueron similares: Valverde entrenaba y el club, paralelamente, flirteaba públicamente con Robert Martínez y Ronald Koeman.

El último episodio de este triste epílogo ha tenido lugar este enero en Catar. Aprovechando la injusta eliminación del Barça en la Supercopa, Abidal y Grau se reunieron con Xavi en Doha para conseguir que asumiera el cargo de entrenador de manera inmediata. Cuando Valverde aterrizó en Barcelona proveniente de Arabia Saudí, la fotografía de los directivos con el exfutbolista ya había corrido por todos los medios deportivos de Catalunya.