La semana pasada inauguré este espacio de fin de semana y escribí sobre Quim Monzó sin pensármelo demasiado. La audiencia fue muy discreta, pero provocó dos reacciones: alguien (Guerau Xipell Casol, autor y emprendedor comunista de la vieja escuela, por decirlo de alguna manera) me apuntó que Monzó era un autor de buena casa que no había salido de ella, y que, en cambio, Calders (con quien yo comparaba a Monzó en mi artículo) era mucho más digno de fama y reconocimiento literarios.

Por otro lado, el autor de esta casa, Enric Vila me acusó de blanquear a Monzó, y dirigió a los lectores a uno de sus episodios sobre literatura, un pódcast centrado en la connivencia entre Monzó y el régimen, es decir, Ciudadanos (hoy disueltos, trabajo hecho no estorba). Es evidente que, con tantos años escribiendo en La Vanguardia, Monzó pertenece al “régimen”, que ha sido escritor oficial de Cataluña. Pero más allá del articulismo, tiene muchos libros, y no veo inconveniente en releerlos.

Pere Calders. Fondo Pere Calders. 

En cualquier caso, a raíz de los cuentos de Monzó me he animado a escribir sobre Calders, a quien siempre he atribuido el rol de cuentista catalán por excelencia, tan evidente que resulta cargante defenderlo. Pero me he encontrado con una sorpresa agradabilísima, una novela suya que desconocía: L'ombra de l'atzavara (existe traducción al castellano, y si tenéis amigos mexicanos, ¡leedla!). La obra retrata la vida de un hombre exiliado en México, el entrañable y nostálgico Joan Deltell, refugiado en el extranjero a raíz de la guerra civil española y la desbandada de talento catalán que esta propició. Como Deltell, el republicano Pere Calders tuvo que exiliarse y pasó media vida en México hasta que logró regresar a Cataluña en 1962, el año en que su único hijo cumplía quince años.

¿Por qué esta novela lo tiene todo?

Joan Deltell está casado con una mexicana, sin saber muy bien por qué, y descubre su racismo inconsciente cuando su hijo Jordi nace moreno como los autóctonos; su esposa, Adela, con quien Deltell mantiene una relación de guerra abierta, esperaba que su marido fuera un español en el sentido de español bravo y conquistador, y Deltell es un editor y un soñador, en definitiva, no es en absoluto ese tipo de español –y eso hace que Adela se frustre, como es comprensible.

Acompañamos a Deltell en cada paso de su perplejidad en contacto con los autóctonos, en las cantinas, en la casa familiar mestiza, en la fábrica. Mientras leía L’ombra de l’atzavara, además, me topé con cuestiones que hoy son centrales: la cuestión de la identidad, la obsesión por preservarla y transmitirla a las siguientes generaciones, el mestizaje inevitable y doloroso para los más nostálgicos, la eterna añoranza de los inmigrantes en todas partes.

L’ombra de l’atzavara también incorpora el discurso decolonial, por decirlo así, o la visión mexicana de todo ello, y lo hace a través de las conversaciones que Deltell mantiene con su suegro

La acción de la novela se desarrolla en buena parte en los círculos de catalanes en México, que se mantienen fieles al país con una coral y un esbart dansaire. Las escenas del Centro Catalán de México me han recordado a las del club inglés de Días en Birmania de Orwell, aunque los catalanes en México no actuaban como “colonos” sino como refugiados; eso sí, refugiados “españoles”, y por tanto blancos occidentales, con todo lo que eso implicaba e implica aún hoy.

Todos los compatriotas de Deltell son los vencidos de la guerra civil española, pero entre ellos también hay triunfadores y fracasados. Algunos han hecho “las Américas” y se sienten a gusto en México, y quienes no han tenido buen ojo para los negocios y viven sumidos en la añoranza. En México, Deltell se convierte en un “blanco”, en parte del pueblo dominador, él que acaba de perder una guerra en su tierra y que mantiene una batalla doméstica abierta con su mujer: Deltell quiere que aprenda cocina catalana, pero Adela insiste en cocinar tamales y en echar chile al escudella. El hijo de ambos, Jordi, es Xordi, y no hay manera de que hable catalán.

Pero Calders no se limita a escribir sobre los catalanes exiliados en México, sino que nos contagia un interés genuino por el país y su gente, desde la curiosidad y el respeto. En la edición antigua que estoy leyendo (publicada por Edicions 62 en 1994), se incluye una nota bastante emotiva que Calders escribió en 1979 y que es un reconocimiento al país que lo acogió:

Mèxic és un país gran, en molts sentits. No es pot explicar en una sola conversa ni en un sol llibre, i, com tota cosa que té diversos aspectes, contar-ne només un pot constituir una parcialitat i és, de totes maneres, una obligada limitació. La meva opinió és que el país hauria fet igualment el seu camí sense nosaltres [els refugiats catalans], però que tampoc el vam entrebancar. I si en algun aspecte vàrem significar un ajut, ja ens tocava ben de fer-ho, no seria gens correcte de voler passar-los la factura. 

L’ombra de l’atzavara 

también incorpora el discurso decolonial, por decirlo así, o la visión mexicana de todo ello, y lo hace a través de las conversaciones que Deltell mantiene con su suegro, quien argumenta que siempre es el hombre blanco quien quiere decirle a los demás cómo deben ser felices, incitándolos a una universalidad forzada. Ese discurso lo hemos oído muchas veces hoy en día, pero aquí es una delicia por cómo está integrado: por cómo la madre de Adela pesa higos mientras escucha la conversación, por la culpabilidad e irritación que ese tema suscita en Deltell, que no sabe cómo defenderse de la acusación de ese “vosotros” y que lamenta ser el representante del colonizador.

En la obra aparece incluso el racismo interiorizado de los propios mexicanos, que consideran tener la piel clara como un golpe de suerte: Adela, la esposa de Joan Deltell, está muy orgullosa de ser una güera, más blanca que la mayoría de sus compatriotas.

Todo lo que se perdió en México

Ahora que la inmigración está en boca de todos en Cataluña, resulta curioso leer una novela que refleja la situación contraria. Muchos latinoamericanos en Cataluña quizá se sientan un poco como se siente el pobre Deltell, que se resiste a integrarse en México porque le parece que hacerlo sería traicionar el recuerdo de la patria. En definitiva, los catalanes también somos emigrantes y, por tanto, inmigrantes (eso depende del punto de vista), y los exiliados como Calders vivieron en la segunda mitad del siglo XX lo que tantos inmigrantes extracomunitarios residentes en Europa viven hoy. Calders cuenta todo esto, y parte de mi entusiasmo por L'ombra de l'atzavara viene del hecho de que nunca había leído la experiencia de un catalán refugiado en Latinoamérica. 

Nos hemos centrado en la contística de Calders y hemos hecho poco caso a su literatura mexicana ya su don de novelista

El otro día estuve en la Fundació Tàpies y se exponía la obra de Marta Palau, hija de catalanes exiliados como Calders --hubiera podido ser la hija de Calders, para entendernos. Una trabajadora de la Fundación, me dijo que habíamos perdido una oportunidad de oro, que había toda una generación de hijos de exiliados que se estaba muriendo y quedó pendiente de reconocer. La artista Marta Palau es famosa en todas partes, y, en cambio, se la ha reconocido poco, en Cataluña. Creo que con Calders ha pasado un poco lo mismo: nos hemos centrado en la cuentística, y hemos hecho poco caso a su literatura mexicana, ya su don de novelista. L’ombra de l’atzavara es una novela divertida, inteligente, tierna, incluso me atrevería a decir que es actual, o que lo que se explica está bien vigente. En serio que os la recomiendo.