Las buenas novelas son clave para coger el gusto por la lectura o para recuperarlo. Te reconcilian con el acto de leer. Cogí por inercia Els llits dels altres (Amsterdam), de Anna Punsoda, una novela que sabía que leería, pero aún no había determinado cuándo. Ha llegado el momento, y suscribo lo que dice Ponç Puigdevall en la faja: “Tiene el privilegio de la intensidad”. La historia se lee de un tirón, no es muy larga y te atrapa hasta el final. La protagonista de Els llits dels altres, Claustre, muestra una rabia rotunda y una locura considerable, solo redimible por el hecho de haber tenido una infancia caótica, con un padre borracho y un tío violador. Els llits dels altres, además de tener un título fantástico, nos habla de las trampas que nos hacemos, que nacen de la experiencia infantil y pueden esclavizarnos y condenarnos. La primera novela de Punsoda tiene una escatología que atrapa, refleja una neurosis angustiante, pero queremos saber más, y por si fuera poco todo acaba con una historia de amor y redención que te arrastra, una pasión tan intensa como la propia narradora. Hacia el final, la protagonista da un salto de fe amoroso casi espiritual, al estilo de Crimen y castigo (entre muchas comillas, ya me entendéis). Quizá mi amigo y traductor Arnau Barios, leridano como Anna Punsoda, tenía razón: hay algo muy ruso en ser de Lleida, y también en el carácter de los leridanos.

No tenéis nada que hacer en las camas de los otros

Sospecho que si alguien como Anna Punsoda hubiera escrito esta novela en castellano —ya no digamos en inglés—, Els llits dels altres sería un éxito. Si la hubiera escrito desde Brooklyn, incluso estaría ganando dinero con ella. Mi año de descanso y relajación, de Ottessa Moshfegh, se publicó en 2018 y fue un bombazo, y yo le encuentro algunas similitudes con la novela de Punsoda: la protagonista nos resulta igualmente desagradable, querríamos sacudirla y, aun así, no podemos separarnos de ella, quizá porque revela una parte de nosotros que en el día a día mantenemos oculta. Su último libro, La terra dura (Pòrtic), es diferente. Por el tono y porque es otro género, un ensayo periodístico sobre la Sagarra. Cuando lo leí me gustó, pero creo que Punsoda brilla más cuando habla directamente de lo que piensa, más que del entorno en el que se encuentra. Escribir tan cerca de sí misma le sienta francamente bien, tenía cosas que decir y las ha dicho como un torrente, con inteligencia vehemente pero sin retórica grandilocuente ni moralismos.

‘Días en Birmania’ es una novela sobre el colonialismo y los efectos devastadores que tiene en la psique del colonizador

Leída con la perspectiva de los años, constato que efectivamente Punsoda fue pionera. Me parece que ninguna mujer había escrito con tanta obscenidad y crudeza psicológica en catalán, y menos aún sobre algo que es, más o menos, ella misma. Víctor Català lo hizo con más crudeza, pero escondía a la mujer tras la pluma. De hecho, siempre bebemos de nuestra experiencia al escribir, y ahí está la gracia del género novelístico. No se trata de honestidad ni de autenticidad, dos términos que están en decadencia a la hora de valorar seriamente una obra literaria: no es necesario que Anna Punsoda haga otra autobiografía (diría que Els llits dels altres lo es); para escribir novelas igual de buenas solo hace falta que explote la mina de oro que lleva dentro. Y si digo que Els llits dels altres me ha parecido buena, es porque, para mí, alcanza una de las (pocas) máximas que mantengo sobre literatura: todo el mundo puede disfrutar de la novela, tanto los lectores entrenados como el resto de los mortales.

El mal del colonizador

Esto diría que también ocurre con Dies a Birmània, de George Orwell, otra novela excepcional que he podido leer estos días en catalán, con traducción de Esther Tallada (Edicions de 1984). También Orwell, nacido Eric Blair, parte de su experiencia como trabajador del Imperio británico. El hecho de que Orwell viviera en Birmania le da todo el cuerpo al texto; los detalles en la novela son importantes, y si quieres hacer una novela clásica como Dies a Birmània, no puedes escribir sobre un escenario que desconoces a partir de vaguedades. La atmósfera que crea Orwell en Dies a Birmània es un festín, y su antihéroe es icónico de forma instantánea: un hombre feo (¡también desagradable!) que siempre mantiene la mitad de la casa cubierta porque tiene un “deseo”, que es una marca oscura, un enorme hematoma. Pero si Punsoda nos guía por los laberintos de una mente y un cuerpo desajustados por la disfunción familiar, Orwell nos conduce inevitablemente al terreno político: Dies a Birmània es una novela sobre el colonialismo y los efectos devastadores que tiene en la psique del colonizador, en esos ingleses que frecuentan el club y maltratan a los indios. Los personajes nos arrastran, porque son redondos, incluso los secundarios —una novela con buenos personajes secundarios siempre es un placer. No es una novela escrita de un tirón ni “desde las entrañas” como la novela de Anna Punsoda, en el sentido de que Orwell no se detiene a hablarnos de los sentimientos del modo en que lo hace Punsoda. En definitiva, no tienen nada que ver una novela con la otra, simplemente echaba de menos una novela que me hiciera disfrutar como solo saben hacer las novelas, y en vez de una, he encontrado dos.

P.D.: Orwell es uno de los grandes escritores del siglo XX, tanto por sus novelas como por sus ensayos, que os recomiendo leer como leeríais una novela en la playa. Si tenéis curiosidad por su vida, Miquel Berga publicará pronto un libro sobre su matrimonio fallido con una poeta y su paso por Cataluña durante la Guerra Civil.