La obra Desig es un antes y después en la obra de Josep Maria Benet i Jornet y en la literatura dramática de nuestro país. No es por nada que el Teatro Nacional de Catalunya reivindique este texto y a su autor dándole el sitio que merece. Una obra de atmósfera donde las influencias de Pinter, Mamet y el mismo Beckett están presentes. Un teatro de extrañeza, de medida y de intenciones donde cada palabra/gesto de los personajes cuentan. Una condensación de la realidad y del detalle donde todo tiene valor. Posiblemente por eso poner en escena Desig en la Sala Gran del TNC es un gran reto, quizás innecesario, y un caramelito envenenado como muchos deseos que se hacen realidad.

Teniendo presente esta gran dificultad de recepción, la directora Sílvia Munt ha transformado la Sala Gran eliminando las hileras de encima del anfiteatro democrático, creando unas nuevas y ubicándolas en el mismo escenario. Una disposición que acerca al espectador en una puesta en escena desnuda y práctica donde sólo tienen cabida dos largas mesas rectangulares, situadas cada una en uno de los laterales, y acompañadas de unos bancos donde poder sentarse. En el centro un espacio vacío que acaba convirtiéndose en el auténtico escenario del drama. Finalmente, corona y da unidad a la escenografía un gran tejado persiana que deja entrar la luz por sus rendijas mesuradas. Claros y oscuros que remiten a la magistral dosificación de la información del texto.

Diálogos sordos y llenos de luz que hacen que la palabra consiga el auténtico protagonismo

Laura Conejero interpreta a Ella, una mujer insatisfecha con la vida burguesa a quien la vida ha empujado a construir. Una acritud y hosquedad demasiado manifiestas desde el principio y que no da más recorrido a la gran actriz para transitar por más territorios. Amenazada y perdida, su personaje contrasta con El Marido, interpretado por Carles Martínez. Un hombre de paciencia infinita que casi es crispante por su paternalismo disfrazado de egoísmo y que el actor sabe jugar muy a favor suyo. La otra pareja es La Mujer interpretada por Anna Sahun y El hombre por Raimon Molins que alterarán la vida de Ella, empujándola por el camino inhóspito del deseo. Unas interpretaciones efectivas y resolutivas al servicio del texto, pero que no acaban de alcanzar una auténtica entidad

En definitiva, cuatro personajes que conviven en el mismo espacio y que contribuyen a ampliar la incertidumbre con la que el espectador se enfrenta durante toda la obra a comprender lo que sucede. Un gran acierto de la directora. Como el ritmo y la verdad de unos diálogos sordos y llenos de luz que hacen que la palabra consiga el auténtico protagonismo de este gran texto con imágenes de nubes wagnerianos, pasillos fríos y colchas que vemos sin verlas. Palabras evocadoras que activan al espectador como el deseo.

Dicen que los deseos no se cumplen si se cuentan. E el montaje no os explicaremos si los personajes los alcanzan, pero de hecho quizás no es lo más importante. Un deseo deja de serlo cuando se cumple. Supongo que por eso Josep Maria Benet i Jornet acabó su texto dramático de una manera más poética. Menos feliz. Menos carnal. Pero de más recorrido. Es lo que tienen los clásicos. Siempre nos hacen pensar. ¡Larga vida a Desig!