El Parque de Joan Miró de Barcelona está de actualidad por su ocupación parcial como zona logística de las obras de prolongación de la L8 de Ferrocarrils de la Generalitat de Catalunya (FGC), entre las estaciones de Plaça Espanya y Gràcia, una decisión que comportará la tala de un centenar largo de árboles y que ha contado con la oposición frontal de los vecinos, que han defendido la integridad del que fue el primer parque del Eixample, inaugurado en 1982 en un distrito que, una vez anulado el espíritu original del plan urbanístico de Ildefons Cerdà en beneficio de la construcción desmesurada, no disponía de ningún espacio verde para uso de sus vecinos.

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Polémicas aparte, el hecho es que si a principios de los años ochenta del siglo pasado se pudo habilitar un parque que tiene una extensión de cuatro manzanas del Eixample es porque anteriormente allí había un equipamiento hoy desaparecido, un capítulo más de una eventual guía de la Barcelona perdida que, en todo caso, añade un componente a la hora de reflexionar sobre la necesidad de conservar el patrimonio cuando su desaparición supone una mejora para la ciudadanía. Solo hay que recordar que aunque el nombre oficial del parque es el de Joan Miró, pervive otro de popular, el de parque del Escorxador, en recuerdo del Matadero General de Barcelona, la instalación gigantesca que allí había y que quedó fuera de uso en 1979, cuando todos aquellos servicios fueron trasladados a Mercabarna, tal como había pasado años atrás con los mercados del Born y del Peix.

Ahora bien, ¿cómo era toda aquel conjunto de edificaciones que ocupaba la 'supermanzana' limitada por las calles Tarragona, Aragó, Vilamarí y Diputació? Se trataba de un complejo formado por dos grandes naves rodeadas de edificaciones construidas en un espacio que popularmente se denominaba la Vinyeta d'Hostafrancs. Construido en 1891 en el espacio de cuatro manzanas de l'Esquerra de l'Eixample, el diseño fue a cargo de los arquitectos Antoni Rovira i Trias y Pere Falqués i Urpí, que no eran precisamente unos desconocidos. El primero fue el ganador del proyecto de Eixample organizado por el Ayuntamiento de Barcelona que fue sustituido en Madrid por el de Cerdà y constructor, entre otros, de los mercados de Sant Antoni, Concepció y Hostafrancs. Con respecto a Falqués i Urpí, se le recuerda, entre otras obras, por los bancos-farolas modernistas del paseo de Gràcia y los mercados del Clot y de Sants.

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El Matadero General de Barcelona durante una celebración que contó con la presencia del president de la Generalitat, Lluís Companys / Foto: Gabriel Casas i Galobardes - Arxiu Nacional de Catalunya
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Un grupo de matarifes posa para el fotógrafo en una imagen de los años 30 / Foto: Gabriel Casas i Galobardes - Arxiu Nacional de Catalunya

Como explican Raquel Lacuesta Contreras y Xavier González Toran en el libro El modernisme perdut. La Barcelona antigua (Editorial Base, 2013), se trataba de un "equipamiento modélico en su tiempo, inspirado en ejemplos italianos y que siguió los pasos del construido en Zaragoza en 1885". "El de Barcelona era una construcción moderna, basada en la arquitectura industrial mecanicista, que tuvo tanta fortuna en la época modernista", continúa la explicación, para añadir que el cuerpo central eran "unas naves austeras, sin decoración añadida, si exceptuamos sus cubiertas a dos vertientes, de tejas vidriadas bicolores". Se trataba, pues, de una estructura funcional con detalles modernistas.

Un proyecto mastodóntico desestimado en el Besòs

Aunque el matadero se situó en la Esquerra del Eixample, que poco a poco iría acumulando equipamientos públicos, algunos más deseados que otros, como el Hospital Clínic, el recinto de la Escola Industrial y la Presó Model, el hecho es que se llegó a prever un emplazamiento muy diferente, en la zona conocida como el Camp de la Bota y donde ahora se levanta el Parc del Fòrum, junto al Besòs. Así lo explica Carme Grandas en la obra La Barcelona desestimada (Àmbit, 2017) donde recuerda que el proyecto se encargó al arquitecto Josep Domènech i Estapà y que no tenía que ocupar las cuatro manzanas que el Matadero General acabó ocupando, sino que tenía que ocupar "la superficie de 2,9 hectáreas, equivalente a veintiséis manzanas del Eixample."

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Vista aérea de la plaza de España en los años veinte del siglo pasado. Se distingue claramente la plaza de toros de las Arenas y, detrás suyo, el Matadero General de Barcelona / Foto: Ramon Claret i Artigues - Arxiu Nacional de Catalunya
Parque Joan Miró / Foto: Carlos Baglietto
Vista actual del parque de Joan Miró, situado en los terrenos que había ocupado el Matadero General de Barcelona / Foto: Carlos Baglietto

Aquel proyecto fue desestimado y finalmente se construyó lo que se conoció como el Matadero General de Barcelona, que aglutinaba en un solo recinto instalaciones preexistentes, como el matadero de cerdos de la calle Pujades, el de vacas y terneras de la calle Ocata -en torno a la Estación de França-, el de bueyes y corderos en la estación del Nord y otro de cerdos al lado del Pont dels Àngels -en el cruce entre la calle Marina y la avenida Bogatell-. La necesidad de centralizar todos aquellos servicios y actuar de acuerdo con nuevos principios sanitarios favorecieron la construcción de un único espacio ubicado en un ámbito central de la ciudad.

Con todo, aquella ubicación junto a la plaza de Espanya fue precisamente la razón de su posterior desaparición, ya que con el crecimiento de la ciudad y el aumento de la población, un gran equipamiento dedicado a la matanza de animales, por muy necesario que fuera, también era bastante molesto. En torno al matadero aparecían negocios y servicios relacionados y "en su entorno el olor de ganado era permanente e invadía todo el barrio", según detalla el blog Barcelofília en una entrada específica a aquella edificación. La entrada en servicio de Mercabarna supondría el fin del matadero, y también de todos sus edificios.

No quedó ni una piedra

En 1979 el Matadero quedó fuera de servicio y el primer gobierno municipal democrático se encontró con un gran espacio que podía dedicar a uso vecinal. Eso sí, lo hizo de forma radical. Si, por ejemplo, en el parque del Clot se han preservado estructuras industriales preexistentes, o en el parque Central de Nou Barris se ha monumentalizado un tramo de acueducto, en el parque de Joan Miró no quedó piedra sobre piedra. Todos los edificios fueron derribados sin preservar ningún vestigio ni legado más allá del nombre popular. "El año 1980 el Col·legi d'Arquitectes hizo público su desacuerdo e indignación hacia la nula sensibilidad del ayuntamiento para conservar algún espacio original de aquel conjunto de naves y edificaciones industriales", asegura el blog citado.

Parque Joan Miró / Foto: Carlos Baglietto
La megaescultura 'Dona i ocell', de Joan Miró, reclamo del parque que lleva el nombre del artista, pero que popularmente se conoce con el nombre de Parc de l'Escorxador / Foto: Carlos Baglietto

Según Grandas, inicialmente había el proyecto de hacer llegar el nuevo parque hasta la avenida de Roma, duplicando el espacio del actual parque, incluyendo el derribo de "un conjunto de viviendas construidas durante la posguerra", pero finalmente y a causa del coste de las expropiaciones se limitó al espacio ocupado por el Matadero. El nuevo parque, diseñado por los arquitectos Antoni Solanas, Màrius Quintana, Beth Galí y Andreu Arriola fue coronado por la megaescultura Dona i ocell de Joan Miro, de 22 metros de altura y los vecinos ganaron un gran parque, pero quizás no habría estado de mas preservar, aunque fuera de manera simbólica, el legado del antiguo Matadero General de Barcelona.