En el año 1940 Barcelona se empezaba a recuperar de la pesadilla de la Guerra Civil y se enfrentava al mal trago de una posguerra que se haría larga con una inauguración sonada, la de la Avenida de la Luz -o Avinguda de la Llum-, una galería comercial subterránea que unía la Rambla de Canaletes con la calle Bergara y que, a causa de su éxito, llegó a proyectarse una fantasiosa ampliación que tenía que conectar las plazas Urquinaona, Catalunya y Universitat bajo tierra, pero que finalmente quedó en un largo pasillo repleto de comercios que, a lo largo de sus cincuenta años de historia, pasó de la luminosidad a la sordidez.

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La Avenida de la Luz aprovechaba un túnel preexistente con un recorrido que pasaba por debajo de lo que ahora es el centro comercial El Triangle y por encima de los andenes de la estación de Ferrocarril de Plaça Catalunya y que todavía existe. De hecho, basta con bajar a la perfumería Sephora del mencionado centro comercial para imaginar el trazado de la avenida, delineado por las parejas de columnas que todavía permanecen en su sitio original. Accediendo al vestíbulo de FGC de la calle Bergara con Balmes se obtiene otro vistazo de estas columnas dobles desde el otro lado de lo que era la avenida. Ahora solo hay que imaginar una línea recta entre las primeras columnas, pintadas de blanco y negro, y las segundas, de color amarillo pálido, para recrear una galería que perfectamente tendría su espacio en una eventual guía de la Barcelona perdida.

Sin embargo, ¿como y por qué se abrió aquella avenida comercial en aquel momento y lugar? Hay que tener en cuenta que el túnel ya existía desde las obras que se hicieron para soterrar la línea de Sarrià, que se culminaron a tiempo para la Exposición Internacional de 1929. Según recoge el blog La Barcelona de antes, fue Jaume Sabaté i Quixal, empresario afín al régimen franquista y conocedor de la infraestructura, quien propuso la reconversión en galería comercial. De hecho, en la primera galería comercial subterránea de Europa, con una longitud de 175 metros y una anchura de 10 metros a cuyos laterales se distribuían una setentena de establecimientos.

Hasta 60.000 usuarios al día

Entre los servicios que se popularizaron había un salón de recreativos y un cine, así como otras tiendas como ferretería, tienda de electrodomésticos, copistería, duplicado de llaves y otros, así como restaurantes y bares, uno de los cuales tenía la singular figura de un baturrico -aragonés arquetípico con su pañuelo a cuadros negro y rojo- que vertía vino dulce en un lagar gigantesco en un circuito cerrado sin fin. El mencionado blog apunta que incluso hubo un pequeño estudio de Radio Nacional de España y que en su momento de éxito transitaban unas 60.000 personas cada día. A la Avenida de la Luz se accedía por los mismos sitios que ahora sirven para entrar a la estación de FGC, donde, de hecho, sobrevive la avenida, pero tapiada.

Se inaugura la Avenida de la Luz, la primera galería comercial subterránea de Europa. Fotografía de los años 50. Fuente Blog mi Barcelona
Fotografía de los años 50 de la Avenida de la Luz / Foto: Blog La meva Barcelona
Se inaugura la Avenida de la Luz, la primera galería comercial subterránea de Europa. Fotografía de los años 60. Fuente Blog La Barcelona de antas
La Avenida de la Luz contaba con un cine, que sobrevivió un tiempo al cierre de la galería comercial / Foto: Blog La Barcelona de antes

Precisamente, aquel éxito hizo que la Avenida de la Luz se tomara como parte inicial de un entramado de túneles mucho más ambicioso, un proyecto que se tenía que denominar Ciudad subterranea de la luz, que se alargaría hacia las plazas Urquinaona y Universitat. El proyecto fue aprobado en 1953 por el gobierno español, pero no salió bien. Con todo, bajo la plaza de Catalunya hay algunos túneles fuera de uso, como el que conecta la rotonda subterránea central de Canaletes con Pelai con la plaza Catalunya a la altura de la calle Rivadeneyra, hoy en día cegado.

Del esplendor a la decadencia

El éxito inicial convirtió la Avenida de la Luz en una referencia, y un complemento de la calle Pelai -de hecho, el recorrido era prácticamente el mismo-, que le ganaba la partida en días de lluvia y que gracias a su variedad de establecimientos podía satisfacer las necesidades de todos los eventuales clientes. En 1949 el Ayuntamiento de Barcelona le otorgó la calificación de atracción turística y foránea, pero con el paso de los años las galerías no envejecieron demasiado bien y lo que en los años 50 y 60 era un espacio de centralidad comercial, en los 70 y 80 se convirtió en un punto solitario y sórdido.

El cierre de parte de los establecimientos, la conversión del cine en una sala de exhibición de pornografía y la falta de mantenimiento y acumulación de suciedad convirtieron la Avenida de la Luz en un espacio poco recomendable, donde prácticamente solo quedaban bares y menudeaban las borracheras, los hurtos y las peleas de madrugada. El cantante Loquillo dejó testimonio de ello en su tema Avenida de la Luz, con videoclip grabado en el mismo lugar donde calificaba la avenida como "un buen lugar para acabar borracheras". Un intento de reflotar el espacio a mediados de los años 80 no salió bien y en 1990, el inicio de las obras del actual centro comercial El Triangle precipitó el cierre definitivo con el aprovechamiento parcial de la avenida por parte de la perfumería Sephora, situada en el sótano. El cine, que tenía acceso por el vestíbulo de FGC, aguantó un par de años más, bajando la persiana en 1992. Actualmente, FGC utiliza el espacio para exposiciones.

Un proyecto faraónico fallido

Barcelona es una ciudad de proyectos fallidos, tenemos ejemplos en el Park Güell o en Torre Baró, dos proyectos de ciudad jardín que fracasaron, con una evolución histórica muy diferente en cada uno de los dos casos. En el caso de la fallida Ciudad subterránea de la luz, se trataba de un proyecto faraónico que no forma parte de la Barcelona perdida, porque no llegó nunca a existir, pero que deslumbraba ya por como era de fantasiosa, ya que no solo preveía una amplificación de establecimientos comerciales, sino también otros espacios con que el sótano habría rivalizado seriamente con la superficie, con instalaciones que incluían un palacio de deportes y espectáculos, todo bajo tierra.

El cantante Loquillo dejó constancia de la sordidez del lugar en su canción Avenida de la Luz, con videoclip grabado en el mismo lugar, donde calificaba la avenida como "un buen lugar para acabar borracheras"

Según recoge el estudio La avenida de la Luz, una calle subterránea de Barcelona (Estudios geográficos, 1999) de María Xalabarder Aulet, "La Avenida de la Luz era solo un anticipo de lo que tenía que ser la Ciudad Subterránea de la Luz, proyecto ideado e impulsado por Jaume Sabaté". De hecho, el mismo impulsor hizo llegar hasta cinco propuestas de la obra al Ayuntamiento, e incluso en la galería se mostraba una maqueta del proyecto y, según la autora mencionada, "durante las primeras etapas de vida de la galería comercial, su construcción parecía inminente, hasta que empezó a ser abandonado y considerado una locura".

Columnas paseo de la luz / Foto: Carlos Baglietto
Imagen actual de la perfumería Sephora, situada en el sótano del centro comercial El Triangle y que ocupa parte de lo que había sido la Avenida de la Luz / Foto: Carlos Baglietto

Sobre plano, el entramado de túneles previsto conectaba la plaza Universitat con la de Catalunya a través de la calle Pelai, con una prolongación de la Avenida de la Luz, conectaba todas las estaciones existentes de Metro, Renfe y actuales FGC y, a través de la calle Fontanella llegaba hasta la plaza Urquinaona. Además de pasillos de enlace, parte de los cuales existen actualmente, había espacios comerciales, salas de exposiciones y, en el subsuelo de la plaza de Catalunya, un palacio de deportes y espectáculos. A pesar del entusiasmo del promotor e incluso el visto bueno del Ayuntamiento, aquel proyecto no salió bien y se quedó solo en la Avenida de la Luz, un espacio que nació como una galería subterránea inédita en Europa y que acabó como un pasillo sórdido,  aunque recordado con nostalgia por los que tuvieron (tuvimos) tener la ocasión de recorrerlo.