En el último trimestre del año son habituales los congresos empresariales y económicos. Este mismo jueves se celebra el del Col·legi d’Economistes de Catalunya, del cual ON ECONOMIA es media partner, como lo fue el miércoles pasado de la XXIII Jornada del Retail de Comertia. El presidente de esta asociación, Ignasi Pietx, hizo una defensa acérrima del sector y, sobre todo, de la empresa familiar y su continuidad. Buena parte de sus socios son empresas familiares y el relevo generacional es a menudo un punto de inflexión que acaba con la empresa en manos de terceros.

Comertia tiene algunos socios que son la flor y nata de la empresa familiar catalana, como Bon Preu. Otros no están porque no son retail, como Mango, Damm o las cotizadas Grifols, Fluidra y Molins. Marcos Cela, consejero delegado de esta última, dijo el jueves –en otro acto, en este caso en Foment del Treball– que se sentía orgulloso “de ser una multinacional, pero de origen familiar”, y recalcó que “es importante mantener la esencia y los valores de empresa familiar”.

Pero esta esencia, esta dualidad, de multinacional familiar, que encarnan la mayoría de las empresas mencionadas, está en peligro. Algunas de las empresas más grandes de España, como Inditex, Mercadona y El Corte Inglés, son familiares, pero Catalunya ha perdido un gran capital en los últimos años. Desde los grandes del cava, como Freixenet y Codorníu, al líder mundial de los vestidos de novia, Pronovias, pasando por empresas como Pastas Gallo, Cirsa, Casademont, Argal, Seidor, Miquel Alimentació, Celsa, Ficosa o Condis, por citar solo algunos ejemplos. En algunas, la familia todavía mantiene alguna participación, pero es minoritaria, y en casi todas ha perdido el poder de decisión.

La mayoría de las empresas que fueron el orgullo del ecosistema empresarial familiar catalán, ahora están controladas por fondos de inversión

¿Qué ha pasado? Hay causas generales y las hay particulares. Sobre las particulares, poco que decir. Hay alguna disputa familiar y alguna crisis empresarial que ha acabado en el juzgado con un desenlace dramático para la familia. Sobre las generales, un análisis rápido de estos casos ya nos da información, porque muestra una tendencia: la mayoría de estas empresas, que fueron el orgullo del ecosistema empresarial catalán, ahora están controladas por fondos de inversión. ¿Qué indica esto? Que en un momento dado, la familia ha sucumbido a la tentación y ha preferido coger el dinero e invertirlo en otras cosas –normalmente, en ladrillo– antes que seguir con el proyecto de sus padres o sus abuelos, a pesar del bagaje acumulado.

Cada respuesta genera una nueva pregunta, y esta es clave: ¿por qué una familia decide tirar la toalla y poner fin al legado? Estoy seguro de que es una decisión dificilísima, dolorosa, incluso, si no para todos, para la gran mayoría. Las patronales hace años que se quejan de varias cosas que pueden explicarlo, como la fiscalidad a las fortunas, la burocracia, la lentitud de la administración y el señalamiento que vive el empresario por parte de algunos partidos políticos. Podremos estar de acuerdo o no, pero es evidente que los empresarios lo viven así, porque esta queja ha ido a más en los últimos años, y es más intensa, incluso, en privado que en público.

Volviendo a Comertia, su presidente dio algunas claves cuando defendió las “empresas arraigadas al territorio”, porque “son más resilientes, buscan el legado y generan más empleo”. Ignasi Pietx advirtió de un problema genuinamente catalán: el impuesto de sucesiones, que está dinamitando empresas familiares. “Se debería eliminar el impuesto de sucesiones. Es aberrante que Hacienda considere que las empresas familiares son beneficios no distribuidos y tengamos que pagar sucesiones. ¿Y si los sucesores no tienen suficiente dinero para hacerle frente? ¿Venden la empresa? ¿Se endeudan más?”. Este problema tiene difícil solución y puede acabar con la empresa cambiando de manos, poniendo fin al legado, sea por imposibilidad de pagar el impuesto o porque los sucesores no quieren hacerlo y prefieren dedicar el dinero a otras inversiones.

Hay que ayudar a las empresas a crear riqueza, crecer e invertir, y hay que vigilar de cerca los procesos de sucesión generacional, porque pueden ser críticos

La venta acaba suponiendo una pérdida irrecuperable de patrimonio industrial y empresarial, de conocimiento, de innovación, de oficio. Y también sufre, o sufrirá, el empleo, y por lo tanto la sociedad catalana en su conjunto, porque una empresa extranjera, y aún más un fondo de inversión, no cuida de la misma manera las fábricas y centros de trabajo del territorio. Los fondos tampoco pagan los mismos impuestos aquí, en muchos casos, si consolidan los resultados con sociedades en países con mejores condiciones fiscales. Por lo tanto, para recaudar una parte de los 800 millones que recauda Catalunya por sucesiones –fácilmente prescindibles si se mejorara el sistema de financiación, como se comprometieron el PSC y el PSOE–, perdemos empresas, puestos de trabajo y también ingresos fiscales. Lo que se dice hacer un pan como unas tortas.

No creo que Catalunya y España sean el infierno fiscal que denuncian las patronales si se compara con Europa. Tampoco creo que se deba dedicar a hacer competencia fiscal con otros países. Pero sí que es cierto que la proliferación de impuestos se suma a otros problemas, como la burocracia y la rigidez de la administración, y todo ello se acaba convirtiendo en un cóctel que hace que el diálogo con el sector público sea muy complicado, tanto para los particulares como para las empresas, que tienen sus propios problemas.

El Govern ha anunciado esta semana un plan para atraer inversión extranjera, y está bien, pero también debe cuidar más a las empresas de casa. Se esté a favor o en contra del impuesto de sucesiones, se debe tener cuidado cuando se aplica sobre empresas familiares si pone en riesgo su continuidad. Se debe ayudar a las empresas a crear riqueza, a crecer, a invertir, y hay que vigilar de cerca los procesos de sucesión generacional, que pueden ser críticos. Nos jugamos mucho, demasiado como para mirar hacia otro lado. Este patrimonio empresarial, y de toda la sociedad, debe protegerse.