El próximo lunes, 8 de septiembre, será una fecha crucial para Francia. François Bayrou, el primer ministro centrista, se enfrenta a una moción de confianza ante el Parlamento que, con casi toda probabilidad, perderá, lo que conllevaría su dimisión inmediata.

Bayrou lleva menos de un año en el cargo. Lo asumió en diciembre de 2024, después de que Barnier fuera tumbado en una moción de censura, incapaz de conseguir los apoyos necesarios a sus presupuestos. Estuvo como primer ministro tres meses.

El resultado podría suponer, según los más pesimistas, el colapso del gobierno de Macron, conllevando retrasos en el plan presupuestario e, incluso, nuevas elecciones.

De momento, los de Marine Le Pen ya han anunciado su voto en contra y los socialistas, por el momento, parecen mantenerse firmes en su negativa al apoyo. Tras la rueda de contactos mantenida esta semana, la mayoría de los partidos que no forman parte del gobierno, tanto desde la extrema izquierda hasta la extrema derecha, han anunciado que votarán en contra del gobierno. Por si esto no fuera suficiente, hay voces que tampoco apoyarán a su propio primer ministro, con quien están molestos por sus planes presupuestarios, como el caso de Laurent Wauquiez. Asi que, salvo un giro ya inesperado en las próximas horas, Francia va de cabeza a su tercera crisis gubernamental en menos de un año.

La situación tiene su origen inmediato en el plan de austeridad por el cual, se han planificado recortes de 43.800 millones de euros para los presupuestos de 2026. Esto supone la congelación de las pensiones, la eliminación de 3.000 puestos de trabajo de funcionarios públicos, y la supresión de dos días festivos a nivel nacional (el Lunes de Pascua y el 8 de mayo, conmemoración de la derrota al nazismo).

Un hecho que se suma a la inestabilidad ya existente desde que Macron convocase elecciones anticipadas tras la debacle en las europeas.

Un ambiente en el que la polarización de los distintos grupos políticos se ha consolidado y el clima para la opinión pública es irrespirable.

La popularidad de Macron está tocando mínimos históricos, incapaz de reconciliar mínimamente las posturas políticas enfrentadas en el Parlamento.

La deuda pública francesa se encuentra ya en los 3,35 billones de euros, el equivalente al 114% de su PIB, mientras el déficit se instala en el 5,8%.

Esta situación tiene en vilo a las instituciones europeas. Christine Lagarde, presidenta del Banco Central Europeo, ya ha señalado que “todas las caídas de gobiernos en todos los países de la zona euro tienen un evidente impacto” en la economía de la Unión. Los expertos financieros de Goldman Sachs, Citi y JPMorgan han anticipado ya riesgos de “contagio” al resto de Europa, especialmente en los países periféricos, que pueden verse arrastrados a una nueva crisis de deuda.

Se está comparando la situación de Francia con la crisis griega de 2010. Se señala que, ante la situación francesa, donde muy probablemente los euroescépticos pudieran llegar al poder, los mecanismos de ayuda del BCE y de las instituciones europeas muy probablemente no fueran una solución a plantear.

Mientras tanto, Alemania tampoco está en su mejor momento. Los expertos apuntan que nos encontramos ahora mismo ante un vacío de liderazgo geopolítico en la UE que solamente encuentra comparación en tiempos de la Guerra Fría. Si Francia y Alemania deben estar ocupados en sobrevivir como naciones, no se espera que el proyecto europeo pueda tener un impulso como el que necesita.

Una crisis profunda, la del eje franco-alemán, que llega a una Europa que debe tomar decisiones urgentes sobre política de defensa, climática y presupuestos comunitarios.

En contraposición, están ahora en auge los proyectos federalistas, regionalistas y euroescépticos. Lo veremos próximamente en Francia, como seguramente en Alemania, en una tendencia que con mucha probabilidad se extenderá a todos los territorios.

En España, parece que nos estamos preparando para lo que podría entenderse como un proyecto federalista, donde Catalunya recaudará y gestionará sus propios impuestos. Aunque Illa, según su intervención en la London School of Economics, considere que el propio sistema de las autonomías es ya, de facto, federal.

Llega el momento, según se puede interpretar, de la Europa de las Regiones. La caída del Estado-nación, abre la puerta a una Europa donde se refuercen los mecanismos más ocupados en la realidad territorial, donde la defensa nacional pueda pasar a ser asumida por la Unión, y vivamos un nuevo auge de movimientos soberanistas. Esta vez, con toda probabilidad, con un Puigdemont ya en Catalunya y con una nueva fase del procés que está pendiente de la resolución del Constitucional y de la justicia europea.