Que el de la Monarquía Hispánica fue el primer imperio global del mundo es algo fuera de toda duda, pero más de allá de gestas bélicas, epopeyas civilizadoras y negras leyendas con las que viejos enemigos enturbiaban y enturbian aquel legado formidable que a todos los quevivimos en la península nos es propio, pocas veces se repara en que aquel Imperio en el que el Sol no se ponía fue, también, Un Imperio de ingenieros. De esa historia, poco estudiada hasta la fecha, nos hablan en un libro precisamente así titulado y editado por Taurus Manuel Lucena y Feliope Fernández Armesto.
Sin tecnologías, no hay conquistas
Y es que sin tecnologías (y en eso la España de la Edad Moderna superaba en mucho a los imperios americanos) no hay conquista que valga y, por eso, la historia de aquella epopeya civilizadora que fue el descubrimiento y la conquista de América no se puede entender sin quienes hicieron posibles los barcos, las armas, los puertos, las fortalezas, las carreteras, los puentes, las ciudades, las máquinas y los equipamientos públicos que hicieron de la América Hispana uno de los rincones más avanzados de Occidente durante la Edad Moderna. Ciudades como Méjico, Lima o Veracruz superaban en habitantes, servicios y comodidades a prácticamente todas las urbes peninsulares, donde sólo tres ciudades (Sevilla, Madrid y Lisboa) podían compararse con las grandes urbes americanas. Aquellos ingenieros, y así se cuenta en el libro, eran a tiempo soldados, religiosos u oficiales de la administración pero, en sí, no eran otra cosa que hombres de ciencia al servicio deuna organización, el Imperio, que representaba en aquella época algo similar a lo que hoy son todavía los Estados Unidos: la potencia hegemónica que domina política, tecnológica, militar y culturalmente el mundo.
¿Atraso español?
El libro muestra, de forma amena, cómo la ciencia y la técnica hispánicas aportaron mucho al avance del conocimiento científico mundial y combate el viejo tópico del atraso español en el desarrollo, que cae por su propio peso y se dmuestra como lo que es: una creación pergeñada por franceses e ingleses durante los dos siglos de hegemonía hispánica que se reafirmó cuando, ya en el XVIII y el XIX, el viejo Imperio cedió posiciones hasta su derrumbe, propiciado por Fernando VII y su felona torpeza. Aún y con todo, nos quedaría tiempo para, cuando todavía conservábamos Cuba, Puerto Rico y Filipinas, inventar el submarino y, ahí sí que hicimos honor a la leyenda negra, no usarlo cuando más nos hubiese convenido: en la guerra con Estados Unidos que, deshonrosamente, cerró una magnífica historia de 400 años. Después, llegarían más ingenieros españoles, por supuesto, pero esa ya es otra historia que, por ejemplo, se ha contado también en libros excelentes como los de Lino Camprubí y otros.