Los que saben de gestión pública y epidemias dicen que las líneas de trabajo de los gobernantes pueden resumirse en tres. La primera es saber quién ha sido infectado. Algunos deben ser hospitalizados, etcétera. Peeeeero hace falta saber también quién se ha curado y es inmune: es fundamental para encontrar el remedio y para mantener el país en marcha.

La segunda es hacer muchísimos tests diagnósticos. No podemos contener la Covid y proteger los hospitales solo a base de confinamientos, aislamientos y distanciamiento social, que son medidas de recurso mientras no se hacen pruebas masivas que permitan identificar, aislar, confinar y distanciar a los que conviene —no a todo el mundo, como ahora— y liberar al resto para que recuperen la vida ordinaria y mantengan el país en marcha. Además —dicen— eso permitirá sacudirnos esta especie de estado de vigilancia que se agrava de día en día, deteriorando las libertades.

La tercera: acelerar la investigación de terapias. Parece que no va mal: hay cerca de 40 proyectos en marcha, sean vacunas, sean antivirales, etcétera. Pero tardará al menos un año en el mejor tiempo previsto por la organización. También es parte de la terapia el plan económico y social (especialmente lo relativo a la educación) que tiene que curar los efectos de la Covid-19 más allá del cuerpo de cada enfermo. Todo eso ya está en discusión y se arreglará más pronto que tarde —paciencia con la UE.

Es decir, en vista que el remedio médico, económico y social tarda mientras decrece el ritmo de contagios y muertes, aumenta la cifra de altas, y los hospitales salen adelante sin colapsarse —arriba los corazones—, a la vista de todo esto, la clave es hacer tests, tests, tests, cosa del todo necesaria para desconfinar con prudencia y pulsar otra vez el interruptor de la economía, de la vida y de todo.

¿A qué viene este sermón? Pues a que el comentario de portadas no siempre es quiromancia y había que justificar este juicio: la portada de El Punt Avui es la que más acierta al hacerse la pregunta que la titula: ¿Dónde están los tests? Deberían editarlo en caja alta: ¿DÓNDE ESTÁN LOS TESTS?

Dirás que Ara y El Mundo también ponen el dedo en la llaga. Ciertamente. Pero fíjate en este apunte de Jordi Amat: "A toro pasado, podríamos perder todas las mañanas del mundo con la crónica de una pandemia anunciada. Pero no hay más tiempo que perder y solo queda una verdad: tenemos el presente que tenemos". Es decir, podemos dedicar mucho tiempo a discutir si los tests son los mismos o no, o si hace un mes debía hacerse esto o aquello. Pero tenemos el presente que tenemos: los datos son buenos (como explican La Vanguardia, El Periódico y El País), y ahora tenemos que ir hacia donde nos conviene con vistas al futuro: tests, tests, tests. No el futuro de miedo que anuncia ABC —tranquilo: no será así de oscuro; nadie lo sabe qué vendrá—, ni las batallitas que describe La Razón exagerando las naturales discusiones en el seno de cualquier gobierno sobre cuánto dinero y cómo gastarlo.

Hablando de tests. ¿Sabes dónde lo hacen bien? En Alemania, tú: 50.000 al día. Angela Merkel, la canciller, explicó la otra semana a su gente que en una democracia las cosas se hacen "compartiendo el conocimiento y las decisiones y no a la fuerza". Hablaba de la Covid-19 y pinchaba a los que envidian la eficacia cruda y brutal del Leviatán Chino. Pues bien, en Alemania, los servicios públicos de salud no los proporciona una sola autoridad central —una digamos única autoridad competente, sino unas 400 entidades gestionadas por los ayuntamientos y distritos rurales. The Guardian, el diario progre, dice que la descentralización es la clave del éxito alemán. También lo explica así el liberal Financial Times: "Una de las razones del número relativamente elevado de tests —y también del retraso en la publicación de datos—, es el régimen descentralizado de los gestores y de los laboratorios".

Pero de todo eso, incluidas extravagancias, ya ajustaremos cuentas más adelante. Ahora tenemos el presente que tenemos y tenemos que hacer tests, tests, tests.

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