“Es solo un dolor de tripa”, “seguro que es para no ir al colegio”, “ya se le pasará” … Son frases que muchas familias repiten ante las quejas de dolor de un niño. Sin embargo, detrás de un dolor que parece banal puede esconderse el inicio de una patología que requiere atención médica. Los pediatras insisten: escuchar, observar y valorar a tiempo es clave.
En muchas casas, cuando un niño se queja de dolor, la reacción inmediata de los adultos es restarle importancia. Sin embargo, los especialistas advierten que esa costumbre de trivializar el dolor infantil puede tener consecuencias. Escuchar, observar y acudir a tiempo al pediatra puede marcar la diferencia entre una dolencia pasajera y un problema de salud que se agrava por falta de atención. Porque cada queja del niño, por pequeña que parezca, merece una escucha atenta. El dolor no es un enemigo, sino una señal que ayuda a detectar a tiempo lo que está ocurriendo en el cuerpo.
Las señales que no debemos pasar por alto
Hay señales que ningún padre debería ignorar cuando aparecen en un niño. Un dolor que no cede, una fiebre que vuelve tras bajar, un decaimiento extraño, una coloración extraña o una palidez repentina son avisos de que algo no va bien. Los pediatras de Quirónsalud insisten en que no es solo el síntoma en sí, sino el conjunto lo que debe hacernos reaccionar.
Escuchar al niño, observarlo sin prisas y no dejar pasar esos detalles que alteran su comportamiento puede ser la mejor forma de detectar a tiempo un problema serio, ya que no siempre el dolor es evidente ni se manifiesta con llanto o quejas. A veces son pequeños cambios de actitud o una forma distinta de comportarse los que anticipan que algo no marcha bien. La clave, dicen los expertos, está en observar el comportamiento global del niño: si no es él mismo, si está apagado, irritable o sin ganas de jugar, algo puede estar ocurriendo.
Esa observación cuidadosa de los detalles es la que subraya el doctor Rafael Espino Aguilar, jefe del Servicio de Pediatría del Hospital Quirónsalud Infanta Luisa (Sevilla): “Los cambios en la mirada, los gestos, reacciones inhabituales, cefaleas y dolores abdominales de difícil explicación también pueden ser señales de alarma de que algo no va bien”, señala el experto.
Si el pequeño está irritable, no quiere comer, tiene vómitos o muestra un cansancio fuera de lo normal, es momento de consultar. En otras palabras, cuando el dolor no mejora o aparece acompañado de cambios en el estado general, palidez, decaimiento, irritabilidad, es momento de acudir al pediatra o a urgencias, sin esperar a que “se pase solo”.
Por su parte, el Dr. José Luis Alcaraz, pediatra del Hospital Quirónsalud Murcia, advierte que la intensidad y la duración del dolor también son determinantes. En el caso de la gastroenteritis infantil, una dolencia común, pero potencialmente peligrosa si se descuida, el especialista recomienda “acudir a urgencias pediátricas en el caso de presencia de dolor abdominal muy intenso o síntomas que se prolongan más allá de las 48 a 72 horas”. Es decir, el tiempo es un factor de alerta: un dolor que no cede o se prolonga durante varios días merece una valoración médica.
Esa misma idea de “no esperar demasiado” la refuerza la Dra. María Mínguez, pediatra del Hospital Quirónsalud Torrevieja. En un artículo sobre el regreso a las clases, explica que “estas manifestaciones suelen ser transitorias… No obstante, si persisten, se recomienda visitar al pediatra para descartar que su causa sea un problema orgánico”. Dolor de cabeza, malestar o tristeza pueden parecer reacciones normales a los cambios de rutina, pero cuando no desaparecen, el consejo es claro: no normalizarlos.
No hay que normalizar el dolor infantil
De todas estas declaraciones emerge una misma advertencia: el dolor persistente, intenso o acompañado de otros síntomas debe tomarse en serio. No hay que esperar a que el niño deje de quejarse por sí solo ni recurrir únicamente a analgésicos caseros sin orientación profesional. El umbral del dolor y la forma de expresarlo son diferentes en cada niño, y solo un especialista puede valorar la causa real detrás de una queja.
Por eso, los pediatras insisten en que los padres deben escuchar con atención y observar con calma. Llevar a la consulta todos los detalles también ayuda: cuándo empezó el dolor, cuánto dura, qué lo agrava o lo alivia, y si se repite con frecuencia. Cada dato aporta una pista valiosa para el diagnóstico.
El dolor, insisten los médicos, no debe interpretarse como una molestia menor ni como un capricho infantil. En la mayoría de los casos, el cuerpo del niño está intentando comunicar algo. Escucharle con empatía, observar los signos y acudir a tiempo son los pilares para proteger su salud. Esas pueden ser las claves para prevenir complicaciones.
Si los síntomas perduran, necesita una segunda opinión
En pediatría, pedir una segunda opinión médica no debería verse como una desconfianza hacia el primer diagnóstico, sino como una muestra de responsabilidad y compromiso con la salud del niño. Los síntomas en la infancia suelen ser inespecíficos y, en muchas ocasiones, un mismo cuadro puede tener múltiples causas posibles. El dolor, el cansancio, las cefaleas o los problemas digestivos pueden deberse tanto a procesos benignos como a patologías más complejas que requieren una mirada experta desde otra especialidad. Por eso, contrastar diagnósticos puede marcar la diferencia entre un tratamiento acertado y uno insuficiente.
Obtener una segunda valoración puede aportar nuevas pruebas, descartar errores o simplemente ofrecer tranquilidad a las familias, algo fundamental cuando se trata de la salud de un niño. En definitiva, la segunda opinión en pediatría no es un gesto de duda, sino una herramienta para garantizar la mejor atención posible y reforzar la confianza entre padres y profesionales sanitarios.