Este lunes se cumple exactamente un año de la huida de Bashar al-Asad de Siria, la noche del 8 de diciembre de 2024, cuando las fuerzas rebeldes entraron en Damasco y pusieron punto final a más de medio siglo de régimen familiar en el país. El derrocado dictador, que gobernó con mano de hierro durante dos décadas tras suceder a su padre Hafez al-Asad, abandonó su residencia sin esperar a que saliera el sol. Su destino: Moscú, donde vive desde entonces en un exilio discreto pero rodeado de escepticismo. Al-Asad y su familia residen bajo la protección del Kremlin, vigilados las 24 horas del día, y su estancia en Rusia se mantiene en el hermetismo más absoluto, con los medios oficiales evitando referirse directamente a su situación y limitándose a reproducir puntualmente algunas especulaciones aparecidas en la prensa extranjera. “No podemos compartir ninguna información sobre este asunto”, dijo hace pocos días el portavoz del Kremlin, Dmitri Peskov
A pesar de haber huido del país, Al-Asad no ha aterrizado en Moscú como un desconocido. Durante sus años al frente del régimen sirio, él y su familia ya solían pasar temporadas en la capital rusa, amparados por un Kremlin que ha sido su principal valedor internacional. Fue precisamente desde la base militar rusa de Khmeimim, en la provincia costera de Latakia, desde donde huyeron la madrugada del 8 de diciembre, cuando la ofensiva del Organismo de Liberación del Levante —liderado por Ahmed al-Sharaa— hacía caer Damasco. Un año después, según reveló el diario Die Zeit, Al-Asad vive con su mujer y sus hijos en un triple apartamento de uno de los rascacielos de cristal del distrito financiero de Moscú, a solo cuatro kilómetros del Kremlin. Se trata de una de las zonas más exclusivas de la ciudad, donde se alzan siete de los diez edificios más altos del continente. Además, según fuentes de su entorno, el clan Asad dispondría también de una masía fortificada en las afueras, protegida por una empresa de seguridad privada.
El "carnicero" de Siria se aficiona a los videojuegos
Uno de los datos más sorprendentes de su exilio es que Al-Asad pasa buena parte del tiempo jugando a videojuegos en línea. Según Die Zeit, el expresidente sirio dedica horas a ello, encerrado en su casa, mientras evita cualquier aparición pública. A veces, baja hasta el centro comercial situado en la planta baja del mismo rascacielos donde vive, aunque no consta que nadie lo haya reconocido nunca. Esta invisibilidad es, de hecho, una de las condiciones fijadas por el Kremlin para garantizar su seguridad, bajo la vigilancia constante de los servicios secretos rusos (FSB). Conocido internacionalmente como “el Carnicero de Siria” por la brutal represión contra su propia población y los crímenes de guerra atribuidos a su régimen, el contraste entre su afición a los videojuegos y su pasado añade un tono casi grotesco a su presente. Die Zeit no especifica a qué juegos juega ni si interactúa con otros usuarios sin revelar su identidad.
El silencio oficial sobre la vida actual de Al-Asad ha alimentado todo tipo de rumores, incluidos dos intentos de envenenamiento que ninguna autoridad ha confirmado. El primero se habría producido poco antes de entrar en el 2025, cuando perfiles presuntamente vinculados a la inteligencia exterior rusa afirmaron que, de repente, el exdictador comenzó a ahogarse, toser y sufrir fuertes dolores de estómago hasta que fue atendido por los servicios médicos en su apartamento. El segundo episodio, denunciado el 20 de septiembre por el Observatorio Sirio de los Derechos Humanos, apuntaba que Al-Asad había sido hospitalizado en las afueras de Moscú no solo por una intoxicación alimentaria, sino como consecuencia de un envenenamiento. Ante estas especulaciones, el ministro de Exteriores ruso, Serguéi Lavrov, respondió con contundencia: “Proporcionamos asilo a Bashar al-Asad y su familia por razones puramente humanitarias. No ha sufrido envenenamientos. Si estos rumores surgen, quedan sobre la conciencia de quienes los difunden”.
Sea como sea, Al-Asad ha perdido completamente cualquier cuota de poder o influencia política. De hecho, el presidente ruso, Vladímir Putin, recibió por primera vez el pasado octubre a Ahmed al-Sharaa, el actual líder sirio, con quien mantuvo una reunión de dos horas y media centrada en las relaciones bilaterales. El apretón de manos entre Putin y Al-Sharaa tuvo lugar solo medio año después de que la propaganda del Kremlin ridiculizara el mismo gesto entre el antiguo yihadista de Al Qaeda y el presidente estadounidense, Donald Trump, en la Casa Blanca. Algunas informaciones apuntan a que Al-Sharaa habría pedido formalmente la extradición de Al-Asad a Damasco, aunque ninguna fuente oficial lo ha confirmado. Putin, en cambio, elogió las elecciones sirias del 5 de octubre como un “gran éxito” que podría “consolidar la sociedad” en una nueva etapa que calificó de “complicada”. Al-Sharaa, por su parte, agradeció la “hospitalidad” y el apoyo recibido, asegurando que “el mundo está viniendo a conocer la nueva Siria”.
¿Y la familia?
Fue en febrero cuando salió a la luz la primera señal pública sobre el paradero de la familia de Al-Asad. Un breve vídeo de su hijo mayor, Hafez Bashar al-Asad, apareció en su canal de Telegram y en una cuenta de la red X. El joven, graduado en Matemáticas por la Universidad Estatal de Moscú y considerado durante años el sucesor natural del régimen, aseguraba que su familia “no tenía ningún plan, ni siquiera un plan B, para salir de Damasco, y menos aún de Siria”. Explicaba que había regresado desde Rusia el 1 de diciembre para reunirse con su padre y su hermano Karim, pero que finalmente los tres tuvieron que huir de madrugada desde el aeropuerto internacional de Damasco a bordo de un avión militar ruso que los llevó a la base de Khmeimim, desde donde volaron hacia Moscú.
La esposa de Al-Asad, que conserva la ciudadanía británica a pesar de tener el pasaporte caducado, ha sido sometida a tratamientos médicos en Moscú, donde reside con el resto del núcleo familiar. Su situación de salud es considerada crítica, después de que en mayo de 2024 se le diagnosticara una leucemia mieloide aguda, tan solo cinco años después de haber superado un cáncer de mama. Otros miembros de la familia han reaparecido esporádicamente. El primo del exdictador, el polémico empresario Rami Makhlouf, llegó a anunciar la creación de una milicia en respuesta a la violencia sectaria contra la minoría drusa —la rama del islam chií a la que pertenece la familia Asad—, desatada el pasado marzo en la costa siria, aunque desde entonces no ha trascendido ninguna otra información. Parte de su entorno más cercano se ha refugiado entre los Emiratos Árabes Unidos y el Líbano, si bien algunos han sido detenidos, especialmente aquellos que se quedaron en Siria.