Uno de los reconocimientos internacionales a la joven democracia española en los últimos 40 años es que ha neutralizado la instalación de una ultraderecha que tuviera presencia parlamentaria propia y cuerpo real en la calle. A diferencia de otros países europeos, en el Congreso no hay ninguna formación extremista o xenófoba que hable abiertamente de retroceder en derechos humanos, cívicos o sociales. El hecho de que en el PP hayan confluido desde liberales centristas hasta la herencia franquista ha permitido que la ultraderecha haya quedado diluida en su interior.

Eso es una ventaja –en tanto que evita que la extrema derecha tenga visibilidad propia–, pero también una perversión, porque la propia acción del PP acaba asumiendo los planteamientos más extremos. Hay muchos ejemplos: desde la asunción del franquismo como un episodio cronológico de la historia de España –nunca como una mancha maligna–, hasta la negativa a asumir plenamente los derechos de los homosexuales, pasando por una relativa tolerancia con los excesos de la ultraderecha en la calle o en las mismas instituciones (en cualquier país civilizado, el chat del odio de la Policía Local de Madrid hubiera acabado no como un expediente laboral, sino con la intervención de la propia Fiscalía con consecuencias penales).

El PP tiene competencia por la derecha, y buena parte de las decisiones de Rajoy –especialmente las relacionadas con Catalunya– están condicionadas por la disputa de votos con Cs en ese extremo

La irrupción de Ciudadanos en el panorama político español ha modificado el la fotografía de los últimos cuarenta años. Ahora el PP tiene competencia por la  derecha, y buena parte de las decisiones que toma Mariano Rajoy –especialmente las relacionadas con Catalunya– están condicionadas por la disputa de votos que tiene con Albert Rivera en ese extremo. PP y Cs han iniciado una abierta disputa por|para el conjunto del electorado de la derecha, tanto el más moderado como el más extremo.

Ciudadanos dio el salto de Catalunya a España hace cerca de cuatro años, gracias al suicidio de Rosa Díez en la construcción de un espacio de centro social, y a los continuos escándalos que salpican al PP. Bárcenas, Gúrtel, Púnica y la inmensa lista de casos de corrupción en los cuales se ha visto involucrado el Partido Popular han constituido una autopista para Albert Rivera. Si a eso se le suma la frescura que aporta la formación emergente y la regeneración que a menudo necesitan los gobernantes, su cartel tiene evidentes muestras de atracción para determinadas capas de votantes desencantados del PP –en la mayoría de casos– y del PSOE –en menor volumen. Especialmente entre las clases medias y urbanas.

En este salto a la política española, Cs se vio forzado a trazar un discurso que fuera más allá de lo que había utilizado de manera obsesiva –y casi monográfica: eso sí que es un monotema– en Catalunya. Ningún partido político podía aspirar a tener una cierta presencia estatal y territorial hablando únicamente de la unidad de España. Y menos en 2014 y 2015, en que el procés ya formaba parte de la política española, pero no condicionaba las mentes de los españoles.

Cuando el soberanismo catalán ha pasado a ser principal tema de la política española, Cs ha exhibido lo que realmente motivó a sus impulsores: el anticatalanismo y el nacionalismo español

Por este motivo, Ciudadanos se diseñó un vestido ideológico de corte liberal y ubicación centrista. Una buena estrategia para buscar espacio propio en unos momentos en qué el PP había vuelto a echar el ancla a la derecha, víctima de su mayoría absoluta, y el PSOE continuaba desaparecido e incapaz de captar que se generaba un amplio y determinante movimiento social a su izquierda. Con nuevas y renovadas formas, con innegable atracción estética y con un currículum ético (todavía) impoluto, Cs tenía campo para correr y lo aprovechó con acierto. Más todavía cuando efectuó oportunos fichajes que contribuyeron a aportarle credibilidad en determinados terrenos, como el económico (Luis Garicano) o el cultural (Marta Rivera de la Cruz).

Pero el nuevo escenario ha hecho caer las máscaras y ha mostrado las vergüenzas. Cuando el soberanismo catalán ha pasado a ser el principal tema de la política española y ha abierto la mayor crisis del país desde la irrupción de la Guardia Civil en el Congreso de los Diputados el 23 de febrero de 1981, Ciudadanos ha exhibido con absoluta contundencia verbal y manifiesta visión estratégica lo que realmente motivó a sus impulsores a entrar en política: el anticatalanismo y el nacionalismo español. La acción del gobierno de Mariano Rajoy para abordar la carpeta catalana en términos de bloqueo y humillación ha generado un escenario de tensión; y aquí es donde Ciudadanos se siente más cómodo. Como todas las formaciones populistas y extremistas.

El único partido liberal europeo con el cual se pueden establecer paralelismos con Cs es el FPÖ austríaco: una formación nacionalista que hoy es la segunda fuerza del país

Ciudadanos no es un partido de centro ni liberal. No hay ningún partido liberal de ámbito estatal en Europa que sea nacionalista. No lo es el FDP alemán, que tradicionalmente tiene en la política económica su principal razón de ser. No lo es el LibDem británico, que hace bandera de los derechos civiles en todas sus políticas nacionales o locales. Tampoco lo es el MoDem francés, que acostumbra a tratar de poner agua a los excesos de la grandeur a derecha e izquierda. Ni tampoco lo son el VVD o el D66 holandeses, que actúan como fuerzas moderadas e integradoras en la compleja política de los Países Bajos; ni los llamados "partidos del centro" daneses (Venstre, Radikale, Liberal Alliance...)...

El único partido liberal europeo con el cual se pueden establecer paralelismos con Cs es el FPÖ austríaco: una formación nacionalista que hoy es la segunda fuerza del país y que creció gracias a la habilidad discursiva del populista Jörg Haider. FPÖ y Cs comparten cierta estética y unos cuantos ejes programáticos canalizados a través del populismo más demagógico.

Ciudadanos es, efectivamente, un partido nacionalista. Muy a pesar de algunos cuadros de toda España, que se implicaron motivados por la necesidad de tejer un nuevo espacio en una España política de bloques, y que aguantan el tipo ante los buenos resultados que les auguran las encuestas y con la confianza que el supuesto fin del procés –según la visión española– les permitirá volver a priorizar la agenda económica. Es contra este nacionalismo –y no contra el liberalismo económico–contra quien Mariano Rajoy se juega su futuro. Por eso ambos compiten a la derecha de la derecha.

Santi Terraza es director de la agencia de comunicación Hydra Medía y de la Revista Castells. Preside el Eco de Sitges