El revuelo por la detención del president Carles Puigdemont en Alemania me ha hecho pensar en aquella frase atribuida a Alexandre Deulofeu, según la cual algún día catalanes y alemanes liderarían el orden mundial. Evidentemente, no tengo elementos para valorar si esta profecía llegará a cumplirse, como ya ha pasado, por cierto, con tantas otras del sabio ampurdanés. Lo que sí se puede afirmar, ahora mismo, es que entre el caso alemán y el catalán pueden encontrarse algunos paralelismos que quizás están en la raíz de esa reflexión.

De entrada, Alemania y Catalunya son dos naciones incómodas para el conjunto de estados europeos. Alemania, por su vocación hegemónica en el continente, y Catalunya, por su papel de "región díscola" dentro de un Estado consolidado, mal ejemplo para otras minorías nacionales existentes en los diferentes estados de Europa. Por eso mismo, el conjunto de estados europeos, encabezado por Francia y Gran Bretaña, se ha apresurado a neutralizar a alemanes y catalanes. A los primeros, provocando su división y a los segundos, dejándolos en manos de España, que se ocuparía de mantenerlos a raya.

Hay que recordar que Alemania no se unificó hasta 1870, después de vencer militarmente a daneses, austríacos y franceses. Y todavía entre 1945 y 1990 estuvo dividida en cuatro zonas de ocupación por las potencias que la habían derrotado en la segunda Guerra Mundial, que promovieron la creación de dos estados alemanes, que hubieran podido ser tres, si el Sarre se hubiera convertido en estado independiente. Es exactamente aquello que corrió por aquellos años de la posguerra europea: "amo tanto a Alemania, que prefiero que haya dos".

La idea de unidad de los alemanes (reunir una nación dividida) no tiene nada que ver con la española (someter varios pueblos a un estado)

El caso de Catalunya ha sido radicalmente contrario, como sabemos bien. Ciertamente, la "carpeta catalana" nunca estuvo ausente del todo de la diplomacia europea, desde los tratados de Utrecht hasta los cálculos geopolíticos de Hitler y Mussolini, sin olvidar las gestiones hechas en la Sociedad de Naciones y Naciones Unidas. Ahora bien, el resultado de estas negociaciones siempre ha sido el mismo: "mejor que los catalanes se queden en España".

La resistencia de los alemanes a estos intentos de fraccionar su país es lo que explica que, hoy día, la unidad nacional de Alemania sea un valor preeminente, reflejado en la Constitución, el conjunto del ordenamiento jurídico e incluso, en el himno nacional.

Ahora bien, esta unidad no se entiende como algo monolítico y uniforme sino que se lleva a cabo a partir del autogobierno que representan los länder (los estados). La relación entre los länder no siempre es plácida , ya que no faltan los motivos de conflicto (como los que hay entre los que habían formado parte de la antigua República Democrática y los de la ex República Federal) pero, por encima de todo, está la convicción común de ser alemanes, lo cual, obviamente, refuerza la federación.

El Imperio alemán se construyó a partir de pactos entre los antiguos reinos y ciudades libres, que conservarían buena parte de sus libertades en el nuevo Reich

Esto puede explicarse ,sobre todo, por esta conciencia nacional común pero también influye que el Imperio alemán se construyó a partir de pactos entre los antiguos reinos y ciudades libres de Alemania que, en consecuencia, conservarían buena parte de sus libertades una vez integrados en aquel nuevo Reich. Para poner sólo un ejemplo, Hamburgo, hasta entonces "ciudad libre", se incorporó al Imperio a cambio de mantener un puerto franco. En otros territorios, la incorporación en Alemania se sometió a referéndum. Y los municipios disfrutaban de un régimen de autonomía que despertaba la admiración y la envidia de las élites barcelonesas. Este sistema sólo se vio interrumpido entre 1933 y 1945, único período en que los alemanes han conocido el centralismo. Acabada esta época nefasta, los alemanes reconstruyeron su país sobre la base de un sólido federalismo que recogía, sin embargo, aquella tradición anterior a 1933.

Todo, pues, muy diferente a nuestra historia desde 1714. Por eso mismo, los esfuerzos que han hecho diversos y prestigiosos juristas a fin de que el sistema autonómico español pudiera mirarse en el modelo federal alemán se han quedado en un interesante ejercicio académico, sin traducción en la esfera política. La idea de unidad de los alemanes (reunir una nación dividida) no tiene nada que ver con la española (someter varios pueblos a un estado) y por eso mismo, ni el Senado español se puede comparar con el Bundesrat alemán, ni las relaciones entre Länder y Estado federal se parecen en las del Estado español con las autonomías, ni funcionan tampoco aquí conceptos como la "lealtad federal" o el "patriotismo constitucional".

Un elemento en la construcción del Estado alemán nos podría aproximar a la evolución política de aquel pueblo: la importancia que ha tenido la voluntad popular

Hay, en cambio, un elemento en la construcción del Estado alemán que sí podría aproximarnos más adelante a la evolución política del pueblo alemán. Es la importancia que ha tenido la voluntad popular, dicho de otra manera, el derecho de autodeterminación. Mientras Alemania estuvo dividida, numerosos ciudadanos desafiaron –algunos perdieron la vida– aquel orden establecido, legal y perfectamente reconocido por la comunidad internacional, que mantenía relaciones diplomáticas con dos estados alemanes.

El drama de la división provocaba lamentaciones hipócritas por todas partes, pero lo cierto es que la comunidad internacional oscilaba entre la indiferencia y la hostilidad hacia el pueblo alemán, al que se responsabilizaba de los males cometidos por los nazis. Líderes como François Mitterrand, Margaret Thatcher o Mikhail Gorbatxov no querían ni oír hablar de una reunificación alemana. Sólo los norteamericanos hacían una especie de doble juego, con emotivos discursos al pie del muro de Berlín (Ich bin ein Berliner) mientras se mantenía el statu quo.

No obstante, hacia el verano de 1989, todo empezó a tambalearse. Miles de familias, aparentemente de vacaciones, empezaron a abandonar el territorio de la República Democrática a través de Hungría y Austria hacia la República Federal. Poco después, en noviembre, caía el muro de Berlín, por una afortunada serie de casualidades, y empezaba el camino hacia la reunificación, dirigida por Helmut Kohl, que se haría efectiva en poco más de un año. Alemania se convertía en un único estado y la entonces Comunidad Europea vio cómo, de repente, crecía uno de sus miembros fundadores. Voluntad popular, seguimiento de los líderes y aceptación general. He aquí la fórmula. Quizá si la seguimos haremos realidad la profecía de Deulofeu.