La vicepresidencia de los EE.UU. tiene, constitucionalmente, muy pocas funciones. Solo las de sustituir al presidente en caso de incapacidad, dimisión o muerte, y presidir el Senado con voto cualificado en supuesto de empate. Cuando un partido tiene, por lo menos, 51 senadores sobre los 100 totales, los vicepresidentes no suelen concurrir al Senado y delegan su función. He aquí que la elección de la primera mujer vicepresidenta (hija de personas pertenecientes a las minorías raciales) no le garantice ejercicio de poder en el corto plazo a la electa Kamala Harris. Si el presidente no cesa, la vicepresidenta no tiene más funciones que las que le pueda encargar el presidente.

Pero en este caso es difícil que este cuento vaya a ser el mismo. Biden cumple 78 el 20-N, lo que incrementa (tampoco tanto) el riesgo de sustitución a favor de Harris en la presidencia. Lo que sí abre sustancialmente es la posibilidad de que no repita como candidato, lo que incrementará las posibilidades de la californiana de ser la candidata demócrata en el 2024.

Este hecho exigirá de la vicepresidenta una amplia presencia política que la haga presente en todos los rincones de los EE.UU. Pero, junto a esta exigencia, Kamala Harris tendrá que desarrollar desde el minuto uno "in office" una agenda de reivindicaciones feministas y de los derechos de las minorías con propuestas concretas que disminuyan las radicales divisorias de renta y oportunidades de la población blanca con dichas minorías. Propuestas de radical defensa de los derechos humanos ante la brutalidad policial. Y de reivindicación de una sanidad pública para todos, en la línea de la Obamacare.

Kamala Harris es el único puente viable entre la Casa Blanca y la izquierda del partido y los movimientos sociales. Una izquierda que no va a quedarse de brazos cruzados en cuanto pasen meses sin proponer soluciones desde Washington sobre los hondos problemas de racismo e injusticia social

Al frente de esta agenda Harris tendrá buena parte de las élites del Partido Demócrata (los Clinton, la presidenta de la cámara baja Nancy Pelosi o el propio presidente electo Biden), pero la vicepresidenta es el único puente viable entre la Casa Blanca y la izquierda del partido, representada por los socialdemócratas de Sanders y por buena parte de los miembros de los Socialistas Democráticos de América (donde comparten las diputadas federales de la cámara baja Alexandra Ocasio-Cortez y Rashida Tlaib), y los movimientos sociales, entre ellos el Black lives matter. Una izquierda que no va a quedarse de brazos cruzados en cuanto pasen meses sin proponer soluciones desde Washington sobre los hondos problemas de racismo e injusticia social de la América de 2020.

Es verdad que Kamala Harris no es una revolucionaria, sino una progresista pragmática que no dudó en desarrollar un relato de law and order cuando fue fiscal en San Francisco (2004-2011). Pero como senadora y candidata defendió propuestas que, sin llegar a ser las de Sanders, Ocasio-Cortez y Tlaib, desgranan una agenda vinculada al progreso de las minorías y de las personas en riesgo de exclusión.

Es necesario recordar que EE.UU. es un sistema federal donde la Administración de Washington tiene amplios poderes en las políticas de defensa y exterior y capacidades mucho más reducidas en la política interior, solo vinculadas a la legislación de derechos civiles, mercantil y laboral, a las grandes infraestructuras comunes y al financiamiento de determinados programas de ayuda sanitaria y social que puedan ejecutar las Administraciones estatales y locales.