Tras años de disputas y malas caras, el independentismo celebró los espléndidos resultados de los comicios europeos con una muestra de unidad férrea, digna de los momentos álgidos del procés. Mediante la elección de Josep Rull como jefe de bedeles del Parlament, Convergència, Esquerra y la CUP volvieron al mundo de los abrazos colectivos, simplemente porque había unas cuantas sillas a repartir. La elección de los miembros de la mesa fue la mejor parte de todo, pues la mayoría de sus integrantes no sabían que formarían parte hasta el mismo mediodía de la votación. A su vez, la sesión nos regaló instantes memorables, como la chupada de micrófono de Agustí Colomines o los diputados cupaires haciendo Molt Honorable al político que adjetivó el Hard Rock como "turismo de valor añadido".
Entiendo perfectamente el clima de alegría general de sus señorías: ¡al fin y al cabo, los responsables del independentismo político solo han perdido un millón de votos durante los últimos siete años! Pero con el procesismo siempre hay un abracadabra que justifica lo imposible. En el caso que nos ocupa, los partidos se unieron para alcanzar lo que los cursis llaman una "mesa antirrepresiva". La expresión tiene su cachondeo, porque este grupo de diputados especialmente ilustre recibirá muy pronto un requerimiento para no aceptar los votos de Carles Puigdemont y Lluís Puig, tal como se intuye de la jurisprudencia del TC. Y no dudéis, queridos lectores, que estos defensores de la antirepresión aceptarán su dictamen como si fuera expresamente urdido por el Espíritu Santo. De nuevo, la poltrona doblegará la voluntad de los resistentes.
Dicho esto, la elección de Rull y la pantomima del otro día tienen un trasfondo más perverso. Primero, el de unos partidos que han renunciado a cualquier pretensión de democracia interna y que van repartiendo cargos desde una habitación de la Catalunya Nord y de Ginebra. A su vez, y vistos los últimos resultados electorales, se puede ver fácilmente que la única táctica del procesismo pasa por ganar tiempo. A pesar de no sumar mayoría en el Parlament, la partidocracia indepe se ha regalado unas cuantas nóminas más con la simple intención de ir viendo cómo se aplica la amnistía desde la tribuna del Parlament. Dicho de otro modo, a Convergència, Esquerra y la CUP ya les va bien que pasen las semanas hasta la sesión de investidura de quien sea el escogido, a la espera de que la judicatura encuentre maneras de ralentizar la aplicación de la amnistía o incluso de sacarse de la manga algunas acusaciones literarias apelando a la malversación.
El independentismo sigue ejercitándose en las estrategias que lo han hecho fracasar y perder el centro de poder
De momento y por este motivo, Carles Puigdemont y Marta Rovira no se han movido de su casa, a la espera de que los jueces digan cuál será la tonalidad de la sinfonía que nos deparan los próximos meses (ayer mismo, la Fiscalía General del Estado daba un primer paso para tantear el terreno, encargando un nuevo informe sobre la malversación a sus teóricos subordinados del Tribunal Supremo). Si prestamos atención al hecho de que los fiscales (y el tribunal) en cuestión son los mismos que imputaron conductas violentas a los presos políticos basándose en ninguna evidencia fáctica, pues ya os podéis imaginar la creatividad que pondrán. En el fondo, para ir resumiendo, la elección de Rull —uno de los últimos eslabones que restan a Puigdemont para decir que ha restituido la Generalitat de 2017— y compañía se adelanta a la herida para seguir con estrategias clásicas del procés: la jugada maestra y el victimismo llorón.
Acabe como acabe la investidura, y por mucho que Illa pueda llegar a ser presidente, Puigdemont y Junqueras (imitador barato de Pedro Sánchez en el arte de dimitir para volver dentro de unos meses) quieren renovar el martirologio con una unidad de circunstancias contra la represión judicial. Esto explica los movimientos iniciales de esta legislatura, el último intento agónico de nuestros representantes para despertar al abstencionismo, tanto si Illa lo logra como si fracasa. El independentismo, en definitiva, sigue ejercitándose en las estrategias que lo han hecho fracasar y perder el centro de poder. Desconozco quién debe ser el genio que dirime esta estrategia, porque —solo viendo la evolución del voto— es obvio que no acaba de funcionar. Pero en el mientras tanto, que decíamos en tiempos del procés, siempre irás mejor por la vida si tienes el sueldo de la mesa o la poltrona del Parlament.
Al final caerán todos, a pesar de su resistencia admirablemente espartana a abandonar el calor de la teta.