Si el profesor Joan Josep Queralt, que de derecho penal sabe un montón, dice que el delito de sedición por el que fueron condenados y encarcelados los líderes del procés ha sido lisa y llanamente derogado en la proposición de ley orgánica del PSOE y Unidas Podemos; y si, como él mismo ha escrito en El Nacional.cat, el nuevo delito de desórdenes públicos agravados no sustituye aquel, sino que siempre ha estado en el Código Penal y las causas de agravamiento tendrán a partir de ahora “menor pena y reducida”, no seré yo, simple observador y peor escribidor, quien le enmiende la tesis a nuestro querido profesor. ¡Solo faltaría! Pero, y aquí no me acaba de convencer Queralt, creo que la recepción política y pública que ha tenido el acuerdo entre el PSOE-Unidas Podemos y ERC, se supone emanado de la famosa y espectral mesa de diálogo sobre el conflicto Catalunya-España, no se puede decodificar con una lectura técnica, sino que hay que acudir a Nietzsche para concluir que no hay hechos sino interpretaciones y que cada uno cuenta lo de la sedición como le conviene, de acuerdo con sus legítimos (o no legítimos) objetivos y prioridades.

Nadie, ni siquiera sus más directos promotores, interpreta de igual manera el alcance real de la iniciativa, hasta donde servidor entiende, una reforma del Código Penal mediante la supresión de un delito (sedición) y la redefinición de otro (desórdenes públicos agravados). Así, tenemos que Pedro Sánchez y su correligionario Patxi López, cuando menos, habrían vendido gato por liebre. El primero, al afirmar que la sedición es sustituida (o sea, que, en esencia, no desaparece) por el nuevo delito de desórdenes públicos agravados, que permitiría reducir las penas a los líderes del 1-O. Y el segundo, al sostener que estamos ante el fin de los "santuarios” del exilio, expresión especialmente malvada en boca de un exlehendakari, puesto que compara el refugio que daban algunos países (Francia, Bélgica...) a los miembros de ETA en los años ochenta con la situación de los exiliados independentistas catalanes, empezando por el president Carles Puigdemont. Precisamente, poner fin al “santuario francés” de los etarras fue la pretendida justificación de la estrategia de terrorismo de Estado puesta en marcha con los GAL en la etapa de Felipe González y José Barrionuevo —responsable último confeso del secuestro de Segundo Marey—. ¿Por qué Sánchez y López venden así el pacto sobre la sedición?  Obviamente, porque el año que viene hay elecciones para casi todo el mundo (de momento, municipales, autonómicas en 14 comunidades y legislativas) y Sánchez no puede dar una baza a Feijóo e incluso al electorado del PSOE más españolista y antiindependentista con la supuesta cesión a ERC. Por lo demás, que es lo que importa para el día a día, Sánchez mata varios pájaros más de un tiro: se garantiza el apoyo de ERC a los presupuestos y con ello a llevar la legislatura hasta el final; y a la vez, blanquea la presidencia española de la UE al equiparar el Código Penal español al de los países democráticos del entorno. 

De rebote, el presidente, que fue jugador de baloncesto y sabe que ese movimiento puede ser decisivo, se lo pone más fácil a Salvador Illa para que aspire un día a liderar un nuevo tripartito con ERC y los comunes. E, incluso, llegar a entenderse con Junts. Este es un efecto añadido del acuerdo sobre el que vale la pena detenerse. Cuanto más insista ERC en las bondades del pacto con el PSOE, cuanto más lo presente Oriol Junqueras como un avance histórico —ciertamente, el delito suprimido está vigente desde 1822— y de operación de Estado para atar corto a una Justicia ciertamente, más “acercará” al PSC de Illa a esos consensos del 80% de catalanes que el líder republicano pone como condición sine qua non para pactar con los socialistas. Tanto es así que ahora es Illa quien rehúye públicamente el abrazo que dibuja Junqueras —lo que culminaría el famoso reencuentro— y, temeroso de cerrarse puertas para continuar pescando en el electorado de Ciudadanos, niega que el acuerdo sobre la sedición suponga desjudicializar nada, echando así agua al vino de la copa —o el cáliz— del president Pere Aragonès.

ERC queda atrapada en una pinza letal: entre Illa, que suma el fin de la sedición a los indultos como frutos de la normalización posprocés, y el independentismo que no se cree nada y puede volver a ponerse en marcha

Paradójicamente, al negar cualquier efecto desjudicializador por la reforma de la sedición, Illa alimenta las sospechas —o, cuando menos, les da una base firme— del resto del independentismo, desde Junts a la CUP pasando por Òmnium y la ANC, e incluso electores de ERC, que ven en la reforma de la sedición una nueva tomadura de pelo de Sánchez y una nueva cesión de los republicanos a cambio de nada. O, a lo sumo, de facilitar un retorno de Marta Rovira, exiliada en Suiza, a costa de que la próxima vez que “ho tornem a fer” paguen penalmente los platos rotos la gran masa de manifestantes anónimos. Los mismos que se partieron la cara para que se votara en el 1-O. Esa es una perspectiva poco aconsejable para ERC que aún podría empeorar si llegara el caso que Junqueras pudiera volver a presentarse a las elecciones y Puigdemont siguiera donde está, lo que sería interpretado por el independentismo emprenyat como la prueba definitiva de los supuestos acuerdos de conveniencia entre los republicanos y el gobierno español. ERC queda atrapada en una pinza letal: entre Illa, que suma el fin de la sedición a los indultos como frutos de la normalización posprocés, y el independentismo que no se cree nada y puede haber hallado una razón para volver a ponerse en marcha.

Sea como sea, Junts, que después de salir del Govern anda como pollo de tres cabezas, parece que se hunde, pero los republicanos no despegan en las encuestas, en las que sigue mandando Illa, como en el último barómetro del CEO. Algo chirría en la estrategia de Calabria o de Palau y apuesto a que tiene mucho que ver con una práctica de comunicación tan marcialmente ejecutada como poco efectiva en términos de credibilidad más allá del periodismo de consigna y el tuiterismo a sueldo. Pero, claro está, todo ello no son más que interpretaciones.