Tan pronto como el President Pujol confesó el asunto de la herencia andorrana del abuelo Florenci, los primeros en desposeerlo de todo rango y honor fueron sus discípulos, sus compañeros de filas. Por extensión, si los suyos renegaban, el resto veían corroboradas todas las sospechas habidas y por haber más allá de episodios execrables contrastados como el espolio del Palau. O las morteradas que generosamente llegaban a la Fundación de CDC para mayor júbilo de su director que gastaba alegremente a discreción.
Y no hay que decir que en el bombardeo contra el árbol caído se apuntó todo el mundo con más o menos entusiasmo. Era un barra libre. Solo faltaría.
Artur Mas, que era presidente desde enero de 2011, decretó la muerte civil. De Pujol. No fuera que el proyecto político heredado resultara perjudicado. Un hombre puede morir por un pueblo... se debieron decir.
Un emisario de Mas se presentó en Queralbs el verano de 2014 y comunicó al President Pujol que dejaba de ser Presidente de Honor de CDC. Y que a partir de aquel día era, más o menos, un paria. Aunque no se lo dijeron con estas palabras, claro. En paralelo, significativos cargos de CDC se rasgaron las vestiduras en público y una corriente de indignación recorrió la sociedad catalana en su conjunto, haciendo estragos en buena parte de la red capilar de CDC en el territorio. No salían del asombro. El Líder venerado se había caído del taburete de un día para el otro.
Pujol debió pensar que el tiempo lo cura todo. Nada más lejos de la realidad. Solo era el inicio del purgatorio, personal y familiar. La renovada dirección de CDC se distanció tanto como pudo, temerosa de que el asunto la salpicara.
La confesión de la herencia —era parte del chantaje del estado— dio paso y credibilidad a la cascada de acusaciones sobre corrupción que no dejaba títere con cabeza. Toda la familia estaba implicada. Los Pujol eran una especie de familia Corleone.
El periodista y escritor Carlos Quílez, buen conocedor de las fosas sépticas, habla bastamente en su libro El contragolpe. Quílez deja a la altura del betún y como un verdadero corrupto al juez instructor del caso Volhov que es también el inicio del sumario contra Tsunami Democràtic. Y lo hace con todo lujo de detalles y revelaciones personales.
Quílez disecciona toda la trama andorrana contra Pujol que implica al CNI, mandos de la Guardia Civil y la Policía Nacional, altos cargos del gobierno español y andorrano y algunos políticos. También al gobierno de los Estados Unidos pero por otro asunto al margen de Jordi Pujol, el blanqueo de capitales del narcotráfico. En Andorra se encontraron el hambre y las ganas de comer.
La mugre de Andorra que describe Quílez es colosal. En el relato, Quílez se muestra convencido de las malas artes de los Pujol. Pero no aporta ni una sola prueba o testimonio contra Jordi Pujol i Soley. Ni una quiere decir ni una. Hay conjeturas, suposiciones y nada más.
Quílez disecciona toda la trama andorrana contra Pujol que implica al CNI, mandos de la Guardia Civil y la Policía Nacional, altos cargos del Gobierno y andorrano y algunos políticos
Lo que sí deja claro como el agua, es que los aparatos del estado querían cazar a Jordi Pujol. Destruirlo literalmente. Quílez mismo lo subraya. Una de las consecuencias del pitote generado fue la caída en desgracia de la Banca Privada de Andorra, favorecida también por los otros bancos andorranos, estrechamente conectados con las familias con más poder y dinero de Andorra. Menos cools que los Cierco (BPA) pero bien arraigados.
El que sale más maltrecho del relato es el primogénito de Pujol que vale la pena recordar se ha pasado dos años en la prisión, preventiva. Como dato curioso, hizo negocios —y fueron socios— del marido de Dolores de Cospedal, exministra de Defensa. La opulencia de la vida que llevaba el Junior, el tipo de negocios y su relación sentimental con una mujer con pocos escrúpulos lo dejan siempre en una posición bien incómoda de defender. El hijo mayor del Presidente no era un modelo de virtudes cristianas. Y sobre todo poco que ver con la innegable austeridad paterna.
Otro libro que pretende escarnecer la vida y trayectoria profesional de Alfons Quintà pero que resulta ser un juicio sumarísimo a Jordi Pujol es El hijo del chófer de Jordi Amat. El expresidente, entonces escoltado por Lluís Prenafeta, habría seducido Quintó ofreciéndole poder: la dirección de TV3. Hay conjeturas, indicios y sospechas. Pero tampoco nada que permita a un tribunal sentenciarlo por corrupto. Eso sí, un relato bien salpimentado que reúne a Josep Pla, Jordi Pujol y Alfons Quintà —un auténtico psicópata que se despide de este mundo asesinando a su mujer.
El juicio oficial al presidente Jordi Pujol llega ahora. El oficioso hace tiempo que se ha hecho y resultó con condena desde el minuto cero. Con ensañamiento incluido. ¿Después de cerca de un largo lustro, camino de la década, qué fallará la justicia?
Pues por lo menos con respecto a él, que no sea mucho ruido para nada. Tampoco contra los autores de todas las maldades cometidas para incriminarlo, por supuesto. Que ahora no tenga que resultar que es listo como un hurón y burló los aparatos del estado y todas las trampas y maniobras urdidas en su contra.
Pujol afronta el juicio sabedor que puede tener más a ganar que a perder por duro que sea. Porque si el máximo es una duda —razonable, evidentemente— sobre si miró hacia otro lado en asuntos como la trama de comisiones por obra pública en favor de CDC o su fundación o por los presuntos negocios ilícitos de algún hijo, saldrá airoso, del juicio.
Es más que probable que Jordi Pujol sea absuelto. Y también el grosor de su familia. No hay un solo papel que diga que un tal J. PUJOL cobraba sobresueldos, por ejemplo, en imagen y semejanza de un tal M. RAJOY que ha sido imposible determinar quién era.
No hace falta haber sido nunca pujolista —como medio país— ni convergente ni indepe sobrevenido para admitir que a Jordi Pujol i Soley se lo ha ido a cazar. Y que el juicio sumarísimo que se le ha hecho ha sido un exceso en todos los sentidos, una desmesura que no se puede justificar.
El trato que se le ha dado ha sido más que severo, implacable. Un verdadero calvario. Y no pretendo canonizarlo, ni tanto ni tan poco. Entre los pelotas que lo consideraban Dios Nuestro Señor en la Tierra (cuando lo era, al menos en la terreta) y los que lo han puesto al nivel de Don Vito Corleone hay mil matices.
Sea como sea, el President y sus 92 años tendrían que merecer infinitamente más respeto y consideración que todos aquellos que han ido a cazarlo sin escatimar medios ni cuentos.