Por si no había quedado lo bastante claro con lo qué llevamos consumido de siglo XXI, ahora se está comprobando que solo hay un motor político tanto o más poderoso que el económico: la identidad. Y la auténtica igualdad entre ciudadanos llegará el día que todo el mundo tenga los mismos derechos de sentimiento de pertenencia que el vecino del lado. Y, actualmente, hay unos vecinos que se sienten identificados con una selección deportiva concreta mientras que hay unos cuantos que no tenemos este derecho. Ya sé que en el mundo, y en Catalunya, hay problemas mucho más importantes, como la vivienda, los salarios bajos o las infraestructuras. Pero estos mismos problemas son para los seguidores de La Roja y no por eso renuncian a su derecho a lucir camiseta, ni tampoco lo encuentran incompatible. Además, para acabar de rematar la posible acusación de demagogia, la oficialidad de las diferentes selecciones deportivas catalanas no es una decisión económica sino política. El reconocimiento internacional no cuesta dinero, cuesta una cosa mucho más cara: que España admita el derecho de los catalanes a tener su selección y que, incluso un día, se pueda disputar un partido de unos contra otros igual que Inglaterra se puede enfrentar a Escocia.
La existencia de una selección nacional en cualquier competición internacional provocaría un sentimiento de arraigo en Catalunya como pocos factores lo harían. Sé que puede sonar a ligereza pero no lo será tanto si nunca se ha permitido ni siquiera la posibilidad de contemplar esta oficialidad. La prueba más evidente que una selección catalana jugando un Mundial de fútbol es un elemento poderosísimo es que España lo veta en la UEFA y en la FIFA. Y veto es una palabra tan administrativa como suave comparada con la posición de combate político que siempre ha tenido con esta cuestión. Dicho de otra manera: el debate sobre la oficialidad de las selecciones catalanas puede ser frívolo, pero los catalanes también tenemos el mismo derecho a ser igual de frívolos que los españoles, que tienen plaza en el Mundial (y en Eurovisión; otra palanca de pertenencia nacional que se le niega a Catalunya).
Después de la oficialidad del catalán en Europa, la financiación y las competencias en inmigración, la siguiente batalla será para conseguir las selecciones deportivas nacionales
La reivindicación de las selecciones deportivas nacionales es casi tan antigua como la existencia de cada deporte pero si ahora lo saco a relucir y titulo el artículo con el pronóstico de "Próxima estación" es porque muy probablemente se aprovechará esta legislatura de minoría absoluta del PSOE para provocar movimientos tectónicos en este sentido. La oficialidad del catalán en Europa tardará más o tardará menos, pero se acabará consiguiendo. Se acabará encontrando una fórmula para que, igual que los Mossos, la educación o la sanidad, la Generalitat también tenga las competencias en inmigración. Y será más tarde o será más temprano pero el replanteamiento del modelo de financiación de Catalunya también formará parte de la agenda. Y en esta fase se acabará añadiendo el conflicto, porque lo será, de las selecciones deportivas nacionales. Es una fuente de apego tan poderosa (especialmente entre los jóvenes y los recién llegados) como lo será la oposición que generará en la misma estructura profunda del estado, que se resistirá tanto como podrá en este hito.
Será una batalla política más honda que la simple brega por un cambio en el color de la equipación. El nacionalismo español, particularmente el del PSOE, tiene detectado, aprendido y ejecutado que es mucho más hábil generar un sentimiento de adhesión nacional desde la seducción a través de algo atractivo y ganador (sea un Óscar para Pedro Almodóvar, sea un Mundial con Iniesta) que desde la imposición aznariana. Es más, todo el marco intelectual que envuelve este nacionalismo sibilino llega incluso a simular que eso sea nacionalismo, cuando -en realidad- es el más afectivo y efectivo. Es desde esta visión que España cederá antes una parte de la Agencia Tributaria que no el icono de Lamine Yamal vestido con la Roja. Y es, justamente este valor incalculable, lo qué demuestra la importancia de plantear, y ganar, este próximo embate político.