Hace unos días se publicó el barómetro del Centre d’Estudis d’Opinió (CEO). Algunos medios se fijaron en algunos aspectos concretos y otros destacaron que los escándalos del PSOE no pasan factura al PSC, que según la encuesta pasaría de los 42 escaños actuales a una horquilla de entre 40 y 42 diputados. Yo me fijé precisamente en este dato, pero con otra perspectiva. Los socialistas catalanes no solo no suben en intención de voto, sino que es posible que bajen un poco o se queden igual. Confieso que yo era de los que pensaban que el PSC tendría un incremento sensible de votos y escaños en las próximas elecciones catalanas. Por varios motivos; por ejemplo, por la desmovilización y la división del campo independentista. O por la tensión guerracivilista entre PSOE y PP, que ya sabemos que en Catalunya esta pugna empuja a algunos sectores sociales a cerrar filas con los socialistas. Sinceramente, esperaba que la encuesta del CEO confirmara esta intuición mía y les otorgara al menos 45 escaños, pero no fue el caso. Y esto teniendo en cuenta que el CEO es un organismo público cuyo director es nombrado por el propio Govern socialista, y, por tanto, es impensable que tenga un sesgo en su operativa que pueda perjudicar a los socialistas.
Así pues, cabe preguntarse por qué los socialistas no sacan rédito de su acción de gobierno, sobre todo si tenemos en cuenta que gobiernan en solitario las grandes instituciones de nuestro país y no deben compartir los logros con nadie. La razón, en mi opinión, es tan simple como evidente: el Govern del president Salvador Illa es un gobierno que lo confía todo a dos únicas cartas: la gestión autonómica y el apoyo incondicional a Pedro Sánchez. Y he aquí que la gestión, a cargo de un partido especialista en la gestión, deja mucho que desear. Acabamos de verlo con la asignación de las plazas del personal docente. Y lo hemos visto en otros muchos casos: desde la crisis de la seguridad pública al caos de Rodalies, del sainete de la tasa turística aplazable al nombramiento (y cese posterior) de un delegado absolutamente marciano en Perpinyà, del escándalo de la DGAIA a gobernar sin presupuestos, del intento de convertir la literatura en optativa en bachillerato a la crisis habitacional que no se resuelve, de la parálisis de las energías renovables a los malos resultados de los informes de competencias básicas escolares, de la masificación turística sin límites a la constante degradación de la AP7. Podríamos seguir. Hay cosas que funcionan, como la economía a nivel macro, pero no es mérito del Govern (o no solo). Cuesta decir, desde la sinceridad, ejemplos de gestión pública estricta del Govern actual que sean un éxito. Y esto sorprende, viniendo de un partido que se ha caracterizado siempre por ser una organización altamente eficiente, como ha demostrado durante décadas en los grandes municipios del área metropolitana donde ha gobernado.
Evidentemente, la gestión no es fácil y todos los sucesivos gobiernos de Catalunya han tenido fallos, pifias y equívocos. La mala gestión no es patrimonio del unionismo y la buena gestión no es exclusiva del independentismo. Sin ir más lejos, cabe recordar que el Govern del president Pere Aragonès, en su tramo final, tuvo que repetir unas oposiciones que fueron un auténtico desaguisado. Esa mala gestión nos costó a los contribuyentes unos 900.000 euros. Casi un millón a la basura por la mala gestión. Y pagaron su precio en las urnas. Pero, sin embargo, ese gobierno, y todos los gobiernos independentistas o nacionalistas anteriores, tenían un arma secreta: el horizonte nacional. La buena gestión que se exige a los gobernantes era solo una de las dos caras de la moneda; la otra cara era la ambición nacional. Donde no llegaba una cosa llegaba la otra. Siempre había medio vaso lleno. En cambio, cuando lo confías todo a la gestión y la gestión es más bien justita, por no decir directamente que no funciona, no tienes ningún as en la manga para exhibir. Y si tu único complemento estratégico es el Gobierno de Madrid, que tiene aún más problemas políticos y de gestión que tú, quedas completamente desarmado y sin plan. A la intemperie y a la vista de todos.
Las polémicas lingüísticas, que irán a más y siempre son en contra de la lengua catalana, nunca encuentran el amparo del Govern
Encima, hay que añadir un factor adicional que también me ha sorprendido: esta agresión constante y latente a todo lo que sea mínimamente catalanista. Las polémicas lingüísticas, que irán a más y siempre son en contra de la lengua catalana, nunca encuentran el amparo del Govern. Al contario, nuestros responsables institucionales siempre echan agua al vino. Lo hemos visto también con un uso casi provocador de la simbología española, empezando por la bandera española en el propio despacho del president. O con el incumplimiento del pacto con ERC para recaudar todos los impuestos de los catalanes. O con la flacidez con la que se ha respondido al saqueo de las pinturas de Sijena. Son una retahíla de ofensas a una parte importante de la población que serían del todo ahorrables, pero que, en definitiva, solo pueden responder a una voluntad españolizadora de la Administración catalana. Algún amigo mío, cuando le he expresado esta sorpresa, me dice que con la marcha del sector catalanista del PSC (de Ernest Maragall a Quim Nadal, pasando por Jordi Ballart y tantos otros) el PSC perdió esa conciencia de país que siempre había tenido. Y tiene razón. El PSC se asemeja, más que nunca, al PSOE. Y cuando al PSOE le van mal las cosas, porque le estallan casos de corrupción, porque tampoco tiene presupuestos, no cumple los pactos y tampoco gestiona bien, lo arrastra de forma inevitable. No me corresponde a mí dar consejos al PSC, pero si exhibiera más senyera y menos estanquera quizá le irían mejor las cosas. Espóiler: no lo harán.