Con Ada Colau alejada de la vida política, menos cuando toca ir de excursión a Gaza para llevar cuatro paquetes de garbanzos, y Janet Sanz (la señora más competente del universo comunero, con mucha diferencia) jubilada del consistorio, parece que —de momento— el alcaldable de Barcelona en Comú será Gerardo Pisarello o Bob Pop. Entiendo que el electorado de este movimiento político viva el presente con un poco de cagalera, pues cuando pretendes volver a gobernar la capital de tu (supuesto) país con la dicotomía entre Pisarello y Pop o entre Pop y Pisarello... te tienen que entrar unos escalofríos bastante importantes en la espina dorsal. Todavía falta mucho tiempo hasta las municipales de 2027, pero, si la dinámica de los Comuns se ha de dirimir entre estos dos insignes —sumados a la nómina de perlas que el independentismo medita presentar en Barcelona—, ya os podéis imaginar que Jaume Collboni debe dormir la mar de tranquilo.
Diría que, si no hay muchas novedades, Pisarello lo tendrá muy fácil para ganarse la condición de candidato, dado que incluso a los barceloneses culturalmente medio españoles les debe dar cierta vergüenza presentarse con un individuo a quien TV3 pagó un reality show donde aprendía a hablar en catalán confesando que —después de vivir unos cuantos lustros en nuestra ciudad— solo accedió a abrazar los pronombres débiles a cambio de una pasta gansa. Estoy seguro de que Gerardo Pisarello debe tener una vida más ordenada que la del cómico Pop —sobre todo en lo que se refiere al arte de acostarse con tu cuidador—, aunque ha comenzado la carrera con mal pie, afirmando que quiere ser “el primer alcalde de Barcelona de origen migrante”. Gerardo, che, ahora que serás alcaldable te recomiendo que visites la plaza de Tetuán, donde hay un monumento dedicado a un señor nacido en México, revolucionario de verdad, de aquellos que cerraba cajas.
Los Comuns se han quedado sin ideario y la única trampa que los puede hacer flotar es el exotismo aparente de un candidato que enarbole la bandera contraria al orriolismo
Como es fácil de adivinar, el pobre Pisarello se esforzará en sobrevivir políticamente a base de ligar su candidatura a la retórica del nuevo alcalde neoyorquino Zohran Mamdani. La comparación puede parecer delirante, porque en Estados Unidos un hombre puede presentarse como un alcalde muy progre y contrario a las élites... mientras gasta decenas de millones de dólares en campaña y, una vez elegido, corre a besar la mano de Donald Trump para que el monarca en cuestión no le congele los fondos gubernamentales. Pero es lo único que puede hacer Gerardo, porque los Comuns se han quedado sin ideario y la única trampa que los puede hacer flotar es el exotismo aparente de un candidato que enarbole la bandera contraria al orriolismo. Así pues, preparaos para asistir a una misión electoral donde el Bife de Chorizo y el Shawarma convivirán muy felices con los carquiñolis: habrá que disponer, advierto, de toneladas de omeprazol.
Además de utilizar la inmigración barcelonesa como una ramera para excitar al fantasma del fascismo y relegar la catalanidad a un asunto meramente folclórico, se espera que Pisarello sea el abanderado de los ciudadanos más desdichados y de toda aquella gente que tiene dificultades para encontrar pisito y llenar la nevera. Esto sí lo tendrá fácil Gerardo porque, a pesar de llevar unos ocho añitos cobrando más de 130.000 pavos anuales como secretario primero de la Mesa del Congreso, el chaval tiene cara de sufrir una cierta desnutrición. Desde este punto de vista, yo le recomendaría que —lejos de luchar contra el alcaldable Pop en unas primarias abiertas al común del ciudadano— se una a él sin ningún tipo de condición previa, porque Bob también tiene pinta de ir justito de chaleco. Pisarello y Pop es un dúo que pinta de maravilla como ticket electoral, con una sonoridad más agradable que Bouvard et Pécuchet y un punch ideal para los chistes.
Todo ello tiene cierta gracia porque, en el momento más insulso del municipalismo barcelonés, con un alcalde que vive la mar de satisfecho sobreviviendo sin ningún tipo de personalidad y ni puta falta que hace, el desdichado Pisarello se suma a la lista de peña que se presenta a las elecciones con la nobilísima intención de perderlas y así eternizar la vida del socialismo en la capital. Pisarello se enfrenta al reto de su vida, y no solo porque —como pasaba en el Polònia— sus votantes no acaben de saber ni cómo se llama, si Pirandello o Pizzarella, sino también porque la carta de la diversidad sufragada con dinero de Madrit cada vez tiene menos tirada. Pobres Comuns, ellos que nos habían prometido tantas revoluciones barcelonesas y han acabado instalados en la sectorial más encorsetada de la casta madrileña...
