Por las experiencias que hemos vivido a lo largo de los últimos dos años y medio tenemos la enfermedad por coronavirus Covid-19 presente en nuestras vidas. Su expansión acelerada por todo el planeta hizo que la OMS pasara de considerarla una epidemia (local) a una pandemia.

Una de las grandes pandemias de la historia, la peste negra, se llevó la vida de 50 millones de personas en Europa. Otra pandemia letal, denominada gripe española, también podría haber matado a 50 millones. Al lado de estos registros, el impacto de la covid-19 en el mundo ha sido hasta ahora de 590 millones de casos y 6,5 millones de muertos. Nadie sabe cuántos habrían sido los muertos sin las más de 12.000 millones de dosis de vacuna que se han administrado hasta el momento.

La lucha contra la covid-19 ha sido un éxito de la ciencia (a nivel global), un éxito de gestión de un problema complejo por parte de las administraciones sanitarias y un éxito del sistema productivo privado, que ha hecho posible reaccionar inundando de vacunas el mercado con una celeridad extraordinaria. Este éxito va bien reconocerlo cuando todo parece indicar que nos orientamos hacia una época en que se agravarán las enfermedades infecciosas provocadas por virus, hongos, bacterias y parásitos, debido al calentamiento del planeta, que podemos convenir que es también una especie de pandemia.

Este éxito va bien reconocerlo cuando todo parece indicar que nos orientamos hacia una época en que se agravarán las enfermedades infecciosas provocadas por virus, hongos, bacterias y parásitos, debido al calentamiento del planeta

Venimos teniendo catas del grave problema que se nos viene encima con la sequía y los bochornos de este verano, aunque eso no es representativo (ni en el espacio ni en el tiempo). Lo que sí que es representativo es la trayectoria de emisión de gases de efecto invernadero (GEH) que lleva acumulando el planeta los últimos 250 años, y en especial en los últimos 50. De acuerdo con la comunidad científica podemos llegar a superar en 1,5º la temperatura global con respecto a la época preindustrial dentro de solo 3 o 4 años.

Solo a modo de ejemplo, este mismo diario se hacía eco hace cuatro días de un estudio publicado por la Nature Climate Change relativo al deshielo de Groenlandia, que parece que es irreversible, independientemente de si, de sopetón, dejáramos de emitir GEH. El mal ya está hecho, en los últimos 100 años el nivel del mar en toda la tierra ha subido más de un palmo, y la cosa continuará en cualquier caso.

Sí que hay zonas del mundo que han iniciado la lucha contra el cambio climático (la UE al frente), pero lo que se hace no es ni general (hay países que no quieren saber nada) ni es suficiente para parar el daño acumulado: las emisiones de CO2, que contribuyen en más del 50 % al cambio climático, en 1950 fueron de 6.000 millones de Tn; en el 2020 se habían multiplicado por seis (36.000 millones de toneladas). En 1850 no llegaban a 0,2 millones de toneladas.

A diferencia de la covid-19, que está bajo control, la pandemia del cambio climático es extraordinariamente difícil de controlar por cuatro razones básicas

A diferencia de la covid-19, que está bajo control, la pandemia del cambio climático es extraordinariamente difícil de controlar por cuatro razones básicas. La primera es que la opción que se tomó para progresar fue el desarrollo industrial descansando en la explotación de los recursos naturales (sobre todo combustibles fósiles) sin considerar que eran limitados y que dejaban rastro ambiental. Todavía nos encontramos en esta fase aunque menos acentuada que antes (véase sino el surgimiento de las energías renovables).

La segunda es que en el proceso de desarrollo económico se ha considerado que el entorno (tanto la tierra como el mar y el aire) era un vertedero que no había que respetar, dado que los perjuicios (contaminaciones de las aguas, del aire, etc...) eran localmente soportables y porque del efecto invernadero, si se hablaba, quedaba esparcido por todo el planeta.

La tercera razón es que la pandemia climática viene de un principio económico básico del comportamiento, que es el autointerés, con una doble variante: el de las personas individualmente, que no perciben el impacto climático de sus hábitos de vida y de consumo; y el de las naciones o estados, que prevalecen "progresar" en renta al coste ambiental que sea, siguiendo el camino que en su día trazaron los países más ricos.

La cuarta razón es la ambición por ser y por tener más que los vecinos, sea cual sea el coste que provoca en la naturaleza, en nuestro caso en el planeta. La insaciabilidad. Solo los estados, con intervenciones sobre los mercados (vía tasas, regulaciones, incentivos, etc...), pueden detener un poco el calentamiento global. Sin embargo, los estados también pueden estimular lo contrario, como pasa en España con la subvención al consumo de gasolina y diésel...

Detrás de este dibujo global, el más peligroso de los agentes, el virus más letal de una pandemia que puede dejar ridícula la cifra de los 6,2 millones de muertos por coronavirus: el hombre.