La estanflación es una palabra tan horrible como los efectos que suele provocar. El término busca relacionar dos males que maltratan las economías cuando van juntos: el estancamiento y la inflación. "Es el peor de los dos mundos", dicen los economistas. Un shock de este tipo se vivió en la década de los 70 y 80 durante la crisis del petróleo, dando lugar a una coyuntura de intensa recesión en los países industrializados. La presidenta de la Reserva Federal, Janet Yellen, ha equiparado recientemente este episodio con la Gran Depresión de 1929 y la Gran Recesión del 2008. Ahora sería de un tipo distinto, pero las señales de alarma ya han empezado a encenderse.

Aparece cuando los poderes públicos tratan de reanimar una coyuntura prolongada de bajo crecimiento

En síntesis, la estanflación aparece cuando los poderes públicos tratan de reanimar una coyuntura prolongada de bajo crecimiento a través de estímulos desde la política monetaria, fiscal o de comercio exterior. Todo depende de la dosis. Si los estímulos son excesivos sale el tiro por la culata. En ese caso, las medidas adoptadas, en vez de ayudar, debilitan aún más la economía mientras empobrece a la población con un crecimiento de los precios incontrolables, que al fin hay que cortar con una dura alza de los tipos de interés. Eso es lo que ocurrió tras la crisis del petróleo, En 1981, Paul Volcker, presidente de la Reserva Federal, tuvo que subir en EE.UU. los tipos a dos dígitos para frenar una inflación que superaba el 12%. Tras las políticas expansivas monetarias y de gasto público adoptadas por Jimmy Carter. Éste tan sólo trataba de compensar la pérdida de poder adquisitivo de los americanos por la subida de la gasolina.  

¿Estamos hoy ante un riesgo similar?

En la reciente encuesta entre los gestores de grandes fondos internacionales realizada por Bank of AmericaMerrill Lynch se refleja un mayor pesimismo general, lo que les ha llevado a incrementar la proporción de cash (liquidez) en sus carteras hasta el 5,8% en octubre desde el 5,5% en septiembre.

Con unas perspectivas de inflación en sus niveles más altos en 16 meses, los gestores mencionaron el riesgo de estanflación, situándolo en un nivel alto que obliga a prestarle atención.

En su reciente discurso en Boston, Janet Yellen se mostró partidaria de una "economía de alta presión", orientada a robustecer la demanda a través una política monetaria que podría ampliar sus objetivos de inflación y de una política fiscal y de gasto público expansiva que acabase incentivando una alicaída inversión privada. Todo ello para superar una fase de bajo crecimiento y de escasa productividad.

El propósito es muy aventurado. Según un estudio de mayo de este año elaborado por McKinsey Global Institute, "en los próximos 20 años, los rendimientos totales incluidos los dividendos y la revalorización del capital podrían ser considerablemente más bajos que en las tres últimas décadas". Y añade: "En un escenario de crecimiento lento, los rendimientos reales de las acciones en EE.UU. podrían estar 250 puntos básicos por debajo de la media 1985-2014".  A su vez, el FMI ha advertido acerca de la sobrecapacidad existente en la economía global, no sólo en China. Esas son posiblemente las razones que explican las bajas tasas de inversión y no tanto la falta de demanda.

El martes, se dio a conocer la inflación en EE.UU., que ha subido al 1,5% interanual en septiembre. Según los nuevos parámetros que maneja la Reserva Federal para el futuro, el nuevo objetivo a perseguir pasaría del 2% (actual) al 4%. 

Los movimientos a corto plazo no deberían confundir. Si en diciembre la Reserva Federal sube los tipos es para prevenir una situación de recesión futura ante la que no tendría herramientas para enfrentarse porque ya las habría gastado manteniendo tipos muy bajos. 

A su vez, los dos candidatos a la presidencia americana, Hillary Clinton y Donald Trump, se han mostrado claramente favorables a emprender planes de obras públicas e infraestructuras si llegan al poder. Según la American Society of Civil Engineers, hace falta una inversión en infraestructuras de 3,3 billones de dólares hasta el 2025, cuando la deuda pública está en torno al 100% del PIB.

Ambos aspirantes a ocupar la Casa Blanca son contrarios a la firma de acuerdos comerciales, estén éstos relacionados con la cuenca del Pacífico o del Atlántico. Este cóctel de políticas formaría parte del programa de "un nacionalismo responsable", según Lawrence Summers, exsecretario del Tesoro americano y padre de la muy seguida teoría del "estancamiento secular".

A algunos les preocupan estos planteamientos

El proveedor global de indicadores bursátiles MSCI estima que si hay un aumento importante de políticas como el proteccionismo comercial y del gasto fiscal deficitario en los próximos dos años, las acciones estadounidenses bajarán más del 17%, mientras que las caídas de las bolsas europeas se aproximarán al 20%. Según The Wall Street Journal, "en una prueba de resistencia realizada por el MSCI, la empresa asume que tales medidas conducen a la estanflación, una combinación tóxica de inflación alta y crecimiento bajo".

Una combinación tóxica de inflación alta y crecimiento bajo

El Fondo Monetario Internacional acaba de advertir que las tendencias anticomercio, como pueden ser las alzas de los aranceles, pueden causar un grave daño de largo plazo a la economía mundial.

Además, bajo el nuevo clima social reinante, al nuevo discurso proteccionista puede añadirse un movimiento en contra de la desigualdad, con mayores salarios y mayores impuestos. De ese modo es posible que las economías se vean atascadas en un embrollo de bajo crecimiento prolongado real y un alza de los niveles generales de deuda y de un gasto sin la producción correspondiente. Según Olivier Blanchard (ex economista jefe del FMI) y Roberto Perotti, "tanto los aumentos en los impuestos y los aumentos en los gastos del gobierno tienen un fuerte efecto negativo en el gasto de inversión privada". De ahí partirían nuevas tensiones inflacionistas.

Este proceso no es neutro. En la anterior estanflación, la de los años 70 y el petróleo, dos países salieron ganadores de tan dura prueba: Alemania y Japón, que rechazaron aquel batiburrillo de políticas de estímulo. Hoy a ambos les costaría más jugar ese papel, aun cuando Alemania mantenga su política de ortodoxia de gasto e inflación. Quizá por ello, los gestores de fondos internacionales se inclinan ahora por los países emergentes y las materias primas. Tienen menos peligro de contagio y si suben los precios ellos controlarán bienes necesarios esenciales.