Pedro Sánchez hacía balance hoy hace ocho días del final de su peor curso político agarrándose como a un clavo ardiendo a la presunta salud de hierro de la economía española y a los 100 millones de turistas que visitarán este año el Estado. Al presidente del Gobierno solo le faltó salir en la rueda de prensa acompañado de una de aquellas bellezas rubias, nórdicas o centroeuropeas, que poblaban las piscinas de las películas de Alfredo Landa desde Miami Playa a Benidorm en los años sesenta del siglo pasado o aparecían en el NO-DO, el noticiario franquista de proyección obligada en los cines hasta 1976, recibiendo un ramo de flores a pie de escalera del avión en calidad de turista 1 millón. Estamos en agosto de 2025 y Sánchez es el líder de un partido (teóricamente) de izquierdas pero durante su alocución pareció un ministro de Información y Turismo del régimen franquista vendiendo las bondades de España como un país que funciona (como Rodalies), seguro (como el Eixample), abierto (como el paki de la esquina) y tolerante (como prueban las "cacerías" deTorre Pacheco). "100 millones de turistas no pueden estar equivocados", proclamó con una sonrisa algo forzada en un rostro todavía cadavérico, más propio de un torero enjuto y malcomido de la posguerra española que del galán de cine (de barrio) que en algún momento pareció. Los signos de descomposición de la figura política o el meme de Perro Sanxe saltan a la vista, pero la pregunta que todo el mundo hace y se hace es si, a pesar de todo, aguantará. Y a fe que lo podría conseguir. Si se me permite el símil macabro, es posible que al final Sánchez muera, pero lo hará como Franco, en la cama.

Porque, como venimos diciendo aquí, Sánchez, aunque promete presentar presupuestos y quiere hacer durar la legislatura hasta el 2027, es un pato cojo que muy difícilmente podrá repetir una vez más si es que finalmente vuelve a presentarse. A pesar de ello, tiene a su favor al menos tres factores que, el uno al lado del otro, arman un colchón seguramente agujereado pero todavía resistente. El primero es la amenaza de que PP y Vox, como apuntan todos los sondeos, rocen o lleguen a superar la cifra de 200 diputados en las próximas elecciones. Sin embargo, si como coincidían este domingo la mayoría de expertos demoscópicos consultados por Martí Odriozola en su crónica en El Nacional, la derecha y la extrema derecha suben no por méritos propios sino por la bajada del PSOE y sus socios de Sumar, Sánchez, paradójicamente, todavía podría hacer valer aquello que mientras hay vida, es decir, legislatura, hay esperanza. Y que las pésimas expectativas de los socios de la coalición de izquierdas podrían repuntar al alza y repetir el milagro de que las derechas extremas y las extremas derechas no sumen la mayoría de 176 escaños. A la vez, las expectativas de PP y Vox son una poderosa arma para disuadir a los socios del flanco derecho de la mayoría de investidura de Sánchez, Junts y el PNV, de dejarlo caer o propiciar una moción de censura encabezada por Feijóo y con el concurso imprescindible de Abascal. El tercer factor es que el sanchismo, el sistema de poder construido en torno al líder socialista, una vez depurado de los Cerdán y los Ábalos, y con el permiso de Koldo y sus cintas del sótano, espera perpetuarse sin Sánchez de la misma manera que el franquismo duro intentó seguir mandando sin Franco; y el franquismo reformista, con Adolfo Suárez, incluso superó la prueba de las urnas.

Si Sánchez y Illa caen, la ERC que de nuevo controla Junqueras se lo habrá jugado todo a la carta española a cambio de nada. Y Junts todavía más

Todavía se podría añadir un cuarto factor a los porqués de una muy compleja pero no imposible continuidad de la legislatura de Sánchez: Catalunya. Catalunya tiene la llave del desenlace del sanchismo como la tuvo durante la transición con el retorno de Josep Tarradellas, una operación (inteligente) de los herederos de Franco que inhibió cualquier tentativa de evolución revolucionaria, "nacional y de clase", como decían los partidos de izquierdas de la época, en el momento liminar de máxima debilidad del régimen. La estabilidad de Salvador Illa y su Govern es ahora mismo el elemento clave de bóveda del edificio del sanchismo y la nave a punto de estrellarse en medio de la tormenta, como el tifón que sufrió el presidente catalán en su reciente gira por China como plenipotenciario del presidente español. Incluso un posible retorno del exilio del presidente Carles Puigdemont durante los próximos meses, como Illa asegura públicamente que desea, jugaría a favor de ese esquema de estabilidad que tanto recuerda al famoso oasis catalán de la República.

En el mientras tanto, la situación parlamentaria del líder del PSC reproduce la de su homólogo del PSOE. Illa también quiere presentar presuouestos como Sánchez e incluso seguir gobernando sin aprobarlos. ERC (y más de lo que parece, Junts) no pueden dejarlo caer porque si Salvador Illa pierde la Generalitat, Sánchez habrá perdido todo lo que le queda más allá de los muros del Pardo, es decir, de la Moncloa. Si los presidentes socialistas se caen, el ERC que de nuevo controla Oriol Junqueras se lo habrá jugado todo en la carta española, aguantar Sánchez y Illa para hacer política útil, a cambio de nada: no habrá financiación ni singular ni plural ni trenes que lleguen al mismo tiempo para que suba la turista número 100 millones. I Junts también. O todavía más.

Feliz verano.