Como decíamos en el último episodio, aparte del auge espectacular de Aliança Catalana, habría que comentar también el estancamiento a la baja del PSC. A pesar de ganar con cierta comodidad las hipotéticas elecciones y quizás asegurarse el futuro de la presidencia de la Generalitat durante años, el socialismo catalán empieza a pagar muy cara (con cierto delay, como todo lo que siempre ocurre en Catalunya) su dependencia del 155. De hecho, si hilamos más fino, diría que el PSC es el partido que más se ha visto afectado por la suspensión de la autonomía; a pesar de que el antiguo president José Montilla se fuera a tomar café durante la sesión que aprobó el artículo en cuestión en el año 2017 en el Senado, los socialistas —que ya perdieron figuras clave del ámbito catalanista por obra y gracia de Artur Mas y de Oriol Junqueras— no han podido salvar la contradicción de querer ampliar la autonomía después de haberla castrado gracias a la Guardia Civil y los jueces.

Hasta hace muy poco, Salvador Illa debió de pensar que bastaba con dilatar su proceso de normalización (¡puf!) política del país y también con liderar un gobierno de currantes como la consellera Parlon, que aprovecha cualquier incendio o llovizna para salir en la tele ataviada como una maestra de escolapios y rodeada por los altos mandos de nuestra pasma. Illa confiaba también en pequeños guiños al catalanismo tradicional, como la defensa ardida del catalán, un deseo que contrasta con unos medios públicos cada día más bilingüizados y con el hecho que —en saraos de proyección literaria como la feria de Guadalajara— haya la previsible cuota de castellanos. Como ya le ocurrió a Montilla, Illa intuye que gobernar funcionarialmente no entusiasma mucho; pero también debería saber que la historia tiene mucho peso y que la fuerza del 1-O no solo ha desgastado a los negligentes, sino a todo el entramado autonómico.

A pesar de no aplicarse el resultado del 1-O, la base de la cultura autonomista quedó herida de muerte

De la misma forma que uno puede ver una carrera de tuiteros y gente bastante muerta de hambre para entrar en la órbita parlamentaria de Aliança, también encontramos un esprint deleitoso para abrazar a un PSC tan hegemónico como debilitado. La búsqueda del neosociata es un fenómeno interesante; a nivel puramente político, se acercarán todos aquellos antiguos indepes circunstanciales que se pasaron a la causa siguiendo los ardides dialécticos (y fraudulentos) de Artur Mas. También gente de apariencia moderada que se emocionó con las megamanifestaciones independentistas que organizaban Carme Forcadell y Jordi Sánchez antes de pasar a la politiquilla de partido (modo irony on) y que, lejos de manifestar la pulsión colonial de España, contempló las hostias del 1-O diciendo frases como "me sabe muy mal; esto no beneficia a nadie". Al final es previsible y, en el fondo, solo se trata de unos convergentes izquierdizados.

La parte más interesante del nuevo intento de resurrección cultural la conformarán todos aquellos pseudosocialistas que quieran volver al lenguaje de la política como si el procés no nos hubiera regalado ninguna lección. En esta aventura, los neosociatas lo tendrán mucho más jodido, ya que la mayor desgracia del entorno del PSC es que ha dejado de conformar el núcleo central de la cultura del país. Fijaos si lo tendrán chungo, estos nuevos arribistas, que para sobrevivir discursivamente (una vez muertos, exiliados o derechizados todos los integrantes del Foro Babel) todavía tendrán que dirigirse al manual de supervivencia de Eduardo Mendoza, Carme Riera o Javier Cercas, el amigo íntimo de Felipe VI. En este sentido, el neosociata tendrá que seguir regurgitando tópicos, como que TV3 es una emisora payesa, que Barcelona ya no es una ciudad abierta y que el catalán solo prosperará a base de no hacerse tan antipático.

Antes del referéndum, pensaba (quién sabe si de forma ingenua) que el 1-O acabaría desbordando a todos los políticos catalanes. A pesar de no aplicarse el resultado, la base de la cultura autonomista quedó herida de muerte; por eso, a diferencia de los nuevos miembros de Aliança, que prosperan porque bombardean las presuposiciones de todo lo que ha castrado a Catalunya durante décadas, los neosociatas podrán llegar al Parlament, pero lo harán sin ningún tipo de Biblia y cada día con más ganas de largarse a Madrid. Por eso, ahora que en el mundo de la partidocracia habrá poca cosa interesante, habrá que empeñarse en desplegar todo el arte y la ciencia que el país tenga fuerza para producir. En cuanto a los neosociatas, como ya sabemos todos sus trucos, será muy fácil vencerlos.