La palabra consenso acostumbra a estar sobrevalorada o maltratada por dos motivos que se parecen, pero que son bastante diferentes: el mal uso y el desuso. Lo primero es simular que consultas para después no hacer caso de las recomendaciones o peticiones que te hace la otra parte. Escenificar, vaya. Lo segundo, significa directamente no dialogar, tirar millas y dejar que la palabra consenso vaya muriéndose de asco, cubriéndose de polvo hasta perder toda credibilidad, y cuando después quieres recuperarla ya no tiene valor. Esta segunda opción es la que ha escogido el Departament d'Educació a la hora de implantar los cambios en el nuevo horario escolar: la unilateralidad. Tanto que la excluyen en otros ámbitos y que rápidamente la han aplicado en este caso.

He querido hacer un poco de trabajo de campo pidiéndoles la opinión a familiares, amigos y conocidos, una docena de personas de mi entorno: maestros, profesoras, pública, privada, rural, ciudad, padres, concertada. Primaria, funcionarios, madres, secundaria, equipos directivos, interinas. Un espectro bien amplio. ¿Sabéis cuál ha sido el denominador común de todas sus respuestas, todas sin excepción? Criticar la falta absoluta de información, las formas con que se ha hecho todo, lamentar el secretismo con que se ha llevado el tema. "Eres la primera persona que se interesa por saber qué pensamos". Imagínate.

Los centros se enteraron casi en el mismo momento que empezaba la rueda de prensa del president Aragonès y el conseller Cambray. No se ha tratado la cuestión en el Consejo Escolar de Catalunya, ni ha habido ningún contacto previo con nadie. Docentes, familias, sindicatos. Nada. En este país, desgraciadamente, se suele pecar de lo mismo: hechos consumados y si no te gusta entonces el quien protesta eres tú, quien queda con cara de enojado poniendo bastones en las ruedas de un supuesto progreso o avance es quien se queja (mirad si no la cuestión de los Juegos Olímpicos en el Pirineo). "Si el cambio de calendario se hubiera puesto a debate, la decisión no estaría tomada", declaró el conseller. Declaraciones poco conciliadoras y muy clarificadoras, ciertamente.

Mirando a Europa

Uno de los argumentos que se ha argüido —y que siempre queda bien decir— es que esta decisión nos acerca a Europa. Como si a golpe de unilateralidad educativa nuestra frontera norte se fuera desmembrando y se divisaran a simple vista los Alpes Escandinavos, sin necesidad de prismáticos. Puestos a europeizarnos, habría que pensar también en igualar los sueldos de los docentes (y de otros gremios, claro está, pero ahora estamos hablando de aulas), y en dotar las escuelas e institutos de los recursos necesarios, garantizando profesores extra cuando hacen alta y bajando las ratios. En Dinamarca, por ejemplo, se hace jornada intensiva de 8 h a 15 h y los niños comen en el centro a las 12:30 h. Además, cuando salen de la escuela son los padres y las madres quienes pueden ir a recogerlos porque ya han acabado su jornada laboral.

Si se europeízan horarios, ¿por qué no también los sueldos de los maestros y los medios en los centros?

Efectivamente: quizás estas medidas —tildadas por el Govern de pedagógicas e innovadoras— serían más creíbles y efectivas si, en paralelo, el Departament d'Empresa y Treball implantara también cambios más europeos y se pudiera conciliar el horario de los padres con el de los hijos —y de paso dejar de abusar de los abuelos— porque todo eso se hace en nombre de una supuesta conciliación. Si los padres tienen que dejar a la criatura a las 8 h en el colegio, más tarde se queda en el comedor y después de las extraescolares la recogen a las 18 h, ¿no son eso 10 horas? ¡Es más que una jornada laboral de adulto en cerebros tiernos! Quizás sería mejor liberar presión a los maestros y niños y permitir que los padres tuviesen un horario más decente que les permitiera disfrutar de más tiempo para compartir con los niños y adolescentes. Eso, por no hablar del hecho de que quizás hay gente que todavía no sabe que maestros y profesores también tienen hijos y que sería bueno que ellos también pudiesen conciliarlo.

Institucionalmente, oigo que se llenan la boca diciendo que todo eso se hace por el bien del alumnado, pero la sensación es que a los alumnos se les lleva de aquí para allí —como cagarruta por acequia, perdonad la escatología— a expensas de los cambios de gobierno y del partido que pilota la conselleria. Como una veleta del mal tiempo. Niños y jóvenes tendrían que estar en el núcleo de las decisiones y, en cambio, más bien parece que son la tangente, los damnificados más que los beneficiados. Son un daño colateral mientras los que mandan van tomando decisiones según les conviene y a escondidas de un puntal de la sociedad, como son —o tendrían que ser— los profesionales de la docencia.

¿Algún aspecto positivo?

En la inesperada propuesta hay un cierto punto de esperanza que la mayoría de consultados también coincide en mencionar: la posibilidad de adelantar los nombramientos del siguiente curso y hacerlos en junio del curso vigente (veremos si se cumple o no porque el escepticismo es comprensiblemente elevado). Si eso hace que los sustitutos e interinos puedan entrar a trabajar en su centro asignado ya desde el 1 de septiembre, bienvenido. Actualmente, para ahorrarse unos diez o quince días de pago, a los maestros sin plaza fija se les nombra la segunda o tercera semana de septiembre, pasada la Diada, y entonces se incorporan a un tren en marcha, que ahora tendrá menos estaciones. Si la plantilla estructural de los centros se puede conocer el 1 de julio, se podría empezar a preparar el curso siguiente con más antelación y conocimiento de causa.

Conciliar también sería que Conselleria de Treball hiciera más decentes los horarios de los padres para que pudieran disfrutar de tiempo compartido con sus hijos

Algunas voces encuestadas también comentan que iniciar el curso una semana antes (entre el 5 y el 7 de septiembre) y en jornada intensiva durante el primer mes (septiembre) puede ayudar al alumno a adaptarse mejor a la escuela, ya que ahora se pasa de casi tres meses de vacaciones (el alumnado, no el profesorado) a empezar de golpe clases mañana y tarde, con el consiguiente cansancio y bajo rendimiento. Igualmente, entrar antes a las aulas puede ser positivo para las familias, que se ahorrarían una semana de pagar centros de recreo o actividades similares.

Las horas invisibles

Pensad que los docentes solo trabajan cuando tienen alumnado en el centro es como decir que un deportista solo trabaja cuando juega un partido o que un músico solo lo hace cuando tiene concierto. La dedicación que hay detrás es mucha y silenciosa. La docencia es uno de aquellos trabajos que tiene una gran cantidad de horas que se hacen y no se ven. Ayer domingo a las ocho de la noche telefoneé a mi hermano, maestro. Después, hablé con mi cuñada, profesora. Finalmente, envié un mensaje a una amiga directriz de un colegio. Los tres estaban o bien corrigiendo exámenes o bien preparando clases. Un domingo por la noche. Un día festivo. Son horas invisibles, también en remuneración. Estas horas son las que en julio se compensan: lo que no se paga en dinero, se paga en comidas. Porque sí, en julio se trabaja. Y sí, se trabaja menos. Se entiende como un retorno del tiempo ingente invertido y de la ardua labor hecha en casa durante el resto del año.

De todos modos, sin embargo, y según me explican y veo, en julio hay actividad al hacer memorias, cerrar el curso, asistir a claustros, formaciones, hacer reuniones de ciclo o departamento, tomar decisiones sobre libros, materiales y metodologías y, si se puede, preparar mínimamente el curso siguiente con la información de la que se dispone en aquel momento, función especialmente atribuida al equipo directivo. Es un mes, sobre todo, de formación para el profesorado. Los profesionales del sector educativo se forman y no siempre se hace de manera presencial. El horario laboral de un maestro no es el que marca el reloj del aula y ya, como hemos visto en tantas otras profesiones ahora que hemos descubierto la posibilidad de hacer tareas de manera telemática.

Pensar que los docentes solo trabajan cuando tienen alumnado en el centro es como decir que un músico solo lo hace cuando tiene concierto

Y sí, En todas partes se cuecen habas y habrá especímenes que de eso se aprovechan y dan mal nombre al gremio, pero no se puede castigar y menospreciar a todo un sector por eso. No sé si este tema en concreto, uno de los más controvertidos y que más botellas levanta, es atribuible a una cierta envidia generalizada. Las vacaciones son un derecho laboral y cada oficio tiene su convenio. En todo caso, la lucha tendría que ser por igualar al alza, no a la baja: tener a todo el mundo mejores condiciones, no bajar el listón de los que pueden disfrutar de ciertas ventajas (sudadas y ganadas en polvo, por otra parte). El descanso mental y físico es imprescindible.

Incertidumbre

Las formas con las que se ha procedido dejan mucho que desear, a la vez que plantean preguntas e incertidumbres todavía sin resolver. Si durante todo septiembre se hace jornada intensiva de 9 h a 13 h y se dice que las actividades de tarde serán gratuitas, ¿quién y cómo asumirá los gastos de estas actividades hasta las 16:30 h? Porque a aquellas alturas, recordémoslo, padres y madres ya estarán trabajando, claro está. ¿Cómo se concilia? ¿Conciliar es dejar a los hijos e hijas más horas en la escuela? El calor que dicen que quieren evitar con esta medida, ¿no lo hace también en junio? La perspectiva feminista que dicen que tiene la medida y de la cual se vanaglorian, ¿no está admitiendo implícitamente que todavía hay mucha desigualdad? ¿No se está contribuyendo a perpetuar ciertos roles?

Si los maestros y las profesoras que tienen que educar las futuras generaciones están agotados, desanimados e incluso saturados, ¿qué tipo de sistema nos queda? ¿Es asumible? El contexto actual ya es durísimo, con el agravante de los protocolos Covid, la imposición del 25% de clases en castellano y un nuevo cambio curricular en el horizonte, con la eliminación inexplicable de la filosofía. ¿No queremos que nuestros jóvenes puedan pensar, discernir y tener criterio propio? Estamos perdiendo sábanas en cada colada y lanzando al profesorado a los pies de los caballos cuando tendrían que poder avanzar al galope. Como sociedad, como país, ¿qué valor demostramos que se le da a la educación si se ejerce más presión sobre una comunidad que dice sentirse exhausta? Un desgaste emocional insostenible que no se soluciona tomando decisiones unilaterales bajo la supuesta bandera de la conciliación.