Inmóvil y pegada a la silla me quedé cuando se abrieron las luces de sala después de ver Una llum tímida, un musical que nos relata el amor entre dos mujeres durante la dictadura franquista. Basada en la historia real de dos maestras, Isabel y Carmen, se trata de la primera producción de La Cicatriz, colectivo integrado por cuatro chicas jóvenes y talentosas, que nace del deseo de producir proyectos artísticos dentro de un contexto de feminismo y colaboración. La exquisita dramaturgia -obra de la actriz y cantante Àfrica Alonso Bada- y las magníficas canciones del espectáculo -compuestas a cuatro manos por la misma Àfrica y por la guitarrista Andrea Puig Doria- envuelven una crónica de amor, deseo y lucha que huye de la morbosidad y el drama fáciles para adentrarse en las fronteras inexploradas de un sentimiento narrado con gran delicadeza.

Para ser capaces de recuperar el mapa completo que había antes de la dictadura o de lo que habría podido ser sin ella (si es que hacerlo del todo será posible jamás) hace falta una cultura robusta y en mayúsculas que aborde los temas desde una óptica multidisciplinar y transversal. Una sensibilidad valiente que nos ayude a pensar y a sentir colectivamente, que rescabale la memoria que se quiso liquidar y ponga en medio del debate la estima y el combate. Porque sí: la mayor ternura suele venir del activismo más puro. Una canción, una obra de teatro, un libro... tienes que acabar de escucharla, verla o leerlo y quedarte conmovida en la butaca del auditorio o del sofá de casa y te tiene que hacer reflexionar. La verdad bien explicada nos tiene que poder trasladar a otras épocas -a menudo no tan lejanas- y tiene que conseguir interpelarnos de tal manera que necesitásemos un tiempo para digerir aquello que acabamos de descubrir a través del arte. Una llum tímida lo consigue: sales diferente de como has entrado.

Estamos ante una obra que es verdad e intimidad. Un texto delicioso e impactante que te pone los ojos llorosos y te absorbe desde el primer momento. La música en directo -guitarra y violonchelo- se transforma en una herramienta potentísima para contar la historia de dos mujeres que se querían, dos mujeres que nacieron en una época en la que trabajar y rezar era el único orden del día posible y donde vivir de verdad estaba prohibido. Ellas, con sus herramientas y paradojas, con sus abrazos y miedos, se rebelaron ante esta realidad: no querían ser de color gris. En sus ojos tenían la promesa de amarse, su nombre las hacía derretirse y nunca más se sintieron solas desde que se conocieron. Con el ejemplo de su afecto combatieron el temor de aceptar que las cosas no se podían llegar a cambiar. "Yo ya no puedo más decirme que no" -cantan- y por eso apostaron por el 'sí', afirmando su condición de libertad, a pesar de la represión.

Todas las historias empiezan con una luz tímida y todas las historias nos recuerdan que nuestro pasado existe, dice la obra. Somos lo que sentimos, somos todo aquello que vivimos e incluso aquello que no nos permitimos vivir. Si nuestra existencia, cuando ya no estamos, la explica alguien que no nos ha conocido lo suficiente o que contempla el mundo con una mirada sesgada, corremos lo riesgo de formar parte de una realidad incompleta, a menudo incluso falsa. La historia la explican los vencedores, este es su gran triunfo: no solo derrotarte en el campo de batalla si no también manipular después el relato de cómo fue y por qué hubo guerra. La memoria histórica tiene que ser un amplio abanico que abrace todos los ángulos que el pensamiento único quiso esconder, tiene que ser un prisma de los márgenes, la apología de las tangentes.

Lo teatro es también memoria histórica porque pone en medio del debate la estima y el combate: la mayor ternura suene venir del activismo más puro. Una luz tímida lo consigue: sales diferente de como has entrado

La de las dos protagonistas es una relación que contiene amor y odio ("si te tenías que marchar no haber venido"), esperanza y frustración ("no salir a la calle nunca más, no me importa mucho si tú estás"). La amalgama constante de victoria y derrota que se describe ("no deseo vivir pero no quiero que Isabel viva sin mí") son la esencia misma de contradicciones y besos, como cuando aquella canción de Llach nos dice que lo así, me dejo que tú me dejes; así sólo, te dejo que ahora me dejes. Se puede estar enfermo de amor por alguien (o por un país, como dice el cantautor) pero amar no es una enfermedad y durante muchas décadas el franquismo tildó el amor homosexual de enfermizo, de reformable, de pecado. Y (mal)trató a las personas que lo sentían y lo vivían enviándolas a campos de trabajo u obligándolas a someterse a terapias de electrochoque que buscaban cuidarlas de aquella supuesta alteración anormal, de aquella desviación. El alzamiento de Franco no fue solo empuñando las armas. Invadir tu sitio en el mundo también fue un golpe de estado, como describe la obra, y las secuelas fueron durísimas y todavía quedan cicatrices.

Una llum tímida nos habla de personas que son casa sin paredes, de peces dorados, de soledades sonoras, de silencios al oído, de recuerdos que se escapan de la sombra y recobran vida. La obra me ronda por la cabeza como una niebla desde que me levanté impresionada y conmovida de aquella butaca del teatro de la Filha d'Amposta, por la historia que se explica y por las brutales interpretaciones. Sus canciones -con influencias tan diversas como Damien Rice, Amaral o Russian Red- potencian la verdad que se muestra como si fuera el sueño de una noche de verano, como si Isabel y Carmen tuvieran que huir de Atenas sin tener, sin embargo, otro sitio mundano donde escaparse. Sería una lástima que os perdierais este maravilloso musical porque como se canta durante la función: "creo que es injusto que el mundo se pierda la experiencia de mirarte".