La primera vez en la vida que Josep M. de Sagarra puso los pies en Palma era viernes, hacía calor y se encontró con un gran alboroto cerca del lugar donde se alojaba, el Gran Hotel del Born: "Ha fuit es xot des presidente dets Círculo!", le dijo un niño de la calle. La anécdota me vino a la cabeza el domingo pasado, cuando después de su apoteósico concierto en el Palau Sant Jordi, los Antònia Font hicieron unas declaraciones a TV3 que el canal digital del 324.cat subtituló. No lo hicieron porque hablaran mallorquín, sino porque es una cosa que se hace siempre con todos los vídeos colgados en las redes sociales. Lo que sí que hicieron, sin embargo, fue subtitular las declaraciones de Joan Miquel Oliver o Pau Debon de forma literal, es decir, transcribiendo la lengua oral en un medio de comunicación que, evidentemente, se tiene que regir por los criterios de la lengua escrita. De la normativa, vaya. Sobreimpresionado en la pantalla pudo leerse histori en vez de història, disco en vez de disc o formas pronominales como mos o valtros. Eso por no hablar del hecho de salar todos los artículos, cosa propia de un registro literario. O de la lengua coloquial. En resumen, el vídeo causó un importante y lógico revuelo mediático en las redes, casi tan grande como el jolgorio que vivió Sagarra aquella primera vez que puso los pies en Palma y no entendió nada.

Tan anormal es que Sagarra llegara a Palma y se tropezara con un cordero saltando por los tejados de las casas como que los catalanes subtitulen a Antònia Font como si fueran indígenas de una reserva

Si Sagarra no hubiera sido barcelonés, al oír que unos hombres buscaban desesperadamente un xot, seguramente no habría pensado que se trataba del macho de una oveja, aunque el ilustre y jovencísimo poeta no tenía manera de saber si aún un semental —es decir, un marrà— o quizás estaba castrado y, por lo tanto, era un moltó. Eso, claro está, considerando que fuera realmente un xot y no un ternasco que todavía mama, ya que si hubiera sabido la edad, quizás lo habría confundido con un cordero, un xai en catalán. Eso que los mallorquines denominan como un me. Es más, en este caso e imaginándonos que Sagarra hubiera sido valenciano, incluso se habría podido pensar que el animal que saltaba por los tejados de Palma era un corder. Si nuestro hombre hubiera pasado los veranos en una granja de Valls, Montblanc o Santa Coloma de Queralt, habría creído que aquel bicho era un segall. Y si el célebre escritor de Vida privada hubiera nacido en el Rosselló, aquel ovejote travieso del presidente del Círculo habría sido una feda.

Todo eso Josep M. de Sagarra lo explica en uno de los capítulos más divertidos de sus Memorias, cuando relata que al llegar a Mallorca y adentrarse en el centro de la ciudad para hospedarse, de golpe notó un tumulto de gente corriendo arriba y abajo. ¿Un robo? ¿Un terremoto? ¿Quizás un asesinato? Como Sagarra tenía dieciocho años y no había salido nunca en la vida de Catalunya, aquellos hombres y mujeres mirando arriba, en los balcones, "vociferaban en un mallorquín enrabiado que no había manera de entender" y, evidentemente, aquel "ha fuit es xot!" que repetían insistentemente le pareció tan exótico como un albanokosovar recitando poemas en el Festival de Poesía de Pristina. "Mis magros conocimientos de filología románica me insinuaron que xot quizás quería decir cordero, y efectivamente, de un cordero saltando por los tejados se trataba". Suerte que los conocimientos de Sagarra eran magros, porque si llegan a ser superiores, también habría podido pensar que un xot era un xot, o sea, un búho pequeño. A primera vista, cuando te dicen que un animal se ha escapado y pasea por las azoteas pasando de balcón a balcón, piensas más en un pájaro que no en una oveja, pero en fin, si Mallorca es una tierra mágica es porque es una isla donde lo más inverosímil deviene real.

Pasa que aquel día, la mañana que Josep M. de Sagarra llegó a Mallorca, la primera acepción del DIEC en lo referente a la palabra 'xot' no era la de ningún pájaro por una simple razón: la lengua catalana todavía no tenía ningún tipo de codificación y la lengua escrita, igual que la oral, era un sálvese quien pueda lleno de naturalidad, pero también de confusión, como hemos visto. Si Sagarra hubiera viajado a Palma un año más tarde, en 1913, quizás lo habría hecho después de leer las Normes ortogràfiques redactadas por un grupo de catalanes y mallorquines con Pompeu Fabra al frente. Después de las Normes ortogràfiques, no sólo los diarios, las revistas y las publicaciones literarias empezaron a publicar con un criterio y modelo unificado de la lengua, sino que, sobre todo, por fin pudo enseñarse catalán en las escuelas y la universidad. Uno de los miembros de la comisión, Miquel dels Sants Oliver, era de Campanet, el mismo pueblo que Pere Antoni Pons, el escritor y periodista que el domingo me puso alerta del vídeo del 324.cat. También era director de La Vanguardia, donde dice la leyenda que "cada día había redactores que aprendían palabras nuevas del catalán con el solo hecho de oír hablar al director". Gracias a la normativización, eso seguiría siendo así, pero como mínimo cuando alguien de Ibiza dijera blonco, todo el mundo sabría que se tenía que escribir oncle, igual que habría que escribirlo cuando alguien de El Vendrell dijera tiet.

Hay una cosa más triste que un catalán hablando de las Baleares y refiriéndose a ellas como "ses illes": un catalán subtitulando las declaraciones de un mallorquín como si aquello que habla fuera una lengua descodificada

Sagarra había llegado a Mallorca a bordo del barco Jaime I, que es posiblemente la forma más patriótica de atracar en un puerto como el de Palma si vienes de Barcelona, pero conviene recordar que Jaume I, aparte de conquistar Mallorca, conquistó sobre todo el Reino de Valencia, del cual nunca quiso marcharse. De nada servía que Sagarra entendiera que ha fuit quiere decir ha huido si seguía sin entender que pimentó quería decir pimiento, pero es que el problema era otro: el año 1913, si alguien de Valencia hablaba de un pimentó, alguien de Elx que dice pebrera tampoco se enteraba de misa la mitad, igual que si alguien de Gandía pide una creïlla a alguien de Morella, para quien aquel tubérculo se llamaba –y se llama— pataca. La normativización promovida por el Institut d'Estudis Catalans fue el golpe de efecto definitivo para que en el País Valencià se empezara a cocer lo que finalmente fueron las Normes de Castelló, el año 1932. Nuestra lengua, por primera vez en la historia, contaba con unas reglas que permitían escribirla siguiendo un modelo concreto, respetando las variedades internas existentes y diferenciando el léxico, la morfología o la sintaxis de aquello que son los dialectos y aquello que son, sencillamente, hablas y otras variedades lingüísticas funcionales. Es decir, nuestra lengua, por fin, dejaba de ser una anomalía regional del nordeste de la península Ibérica, que es lo que todavía hoy muchos desean, para tener las herramientas propias de lo que es: una lengua nacional.

Todo eso es lo que pensé el otro día cuando vi a los cantantes de Antònia Font subtitulados como si fueran aquel niño de Sagarra que buscaba un xot, ya que hay una cosa más triste que un catalán hablando de las Baleares y refiriéndose a ellas como "ses illes": un catalán subtitulando las declaraciones de un mallorquín como si aquello que habla fuera una lengua descodificada y propia de una reserva indígena desconectada de la civilización. Un siglo más tarde del día que Josep M. de Sagarra llegó a Mallorca, la anécdota nos puede hacer entender mejor todo lo que hemos conseguido, incluso con una dictadura de cuatro décadas en medio. Transcribir un mallorquín de aquella manera es folklorizarlo, reducirlo a un exotismo regional y empequeñecerlo nacionalmente. O sea, todo el contrario de lo que son los mallorquines para la historia de nuestra lengua y nuestro país, ya que la polémica del vídeo ha sido necesaria, pero ha escondido un dato importantísimo: Sagarra murió sabiendo que el autor más universal de la literatura catalana era Ramon Llull y que la obra más universal era el Tirant lo Blanc, pero ahora, además, sabría que el primer grupo en catalán capaz de llenar el Sant Jordi ha sido Antònia Font, y que el segundo que será capaz de hacerlo serán los valencianos Zoo, dentro de un mes. Por lo tanto, yo no sé si existe la Catalunya entera, pero sé que existe la nación entera. Y que, por suerte, hoy es mucho más plena que la que conoció Sagarra.