La política catalana ya no dice mentiras, o al menos la política de ERC ya no lo hace. Que Quim Nadal vuelva a ser conseller tendría incluso un punto de cómico si no fuera porque es la guinda final a todas las renuncias a las que se ha precipitado progresivamente nuestra clase política desde 2017. ERC y Junts se han diferenciado durante estos años porque mientras unos han trabajado desde la rendición, los otros se han entregado a enmascararla sin combatirla a fondo. El resultado es que Pere Aragonès es la cabeza de un Govern monocolor y tiene la confianza para vender un mensaje que firman tanto Carles Campuzano como Gemma Ubasart mientras en Junts se han quedado solos gritando en las nubes.

Sacan a Laura Borràs a ladrar para esconder que están tristes, que tienen el ego herido y que se sienten como un niño perdido en el supermercado

ERC ha estado cinco años decorando el escenario donde Carles Campuzano se pone bien para quedar a las órdenes de Pere Aragonès. Junts se ha ido despojando de todo lo que había heredado sin cambiarlo por ninguna otra cosa. Es el perro herido que erosiona la cultura democrática del país al tildar de ilegítimo un gobierno escogido democráticamente porque no les queda nada para defender. Tampoco tienen nada para ofrecer. No saben cómo encauzar el independentismo, no saben si son de derechas o de izquierdas, no saben qué tienen que votar en los presupuestos de Jaume Giró, no entienden que Campuzano haya aceptado una conselleria y no saben qué les conviene para detener la caída libre. Sacan a Laura Borràs a ladrar para esconder que están tristes, que tienen el ego herido y que se sienten como un niño perdido en el supermercado

La Catalunya entera: querer ser la 'Casa Gran' tiene un precio y es el de no hacer la independencia. Lo sabía Pujol, lo sabía Mas, lo sabe Aragonès

A todo eso, el síndrome del coche escoba se ha apoderado del Govern —concretamente del president— en una performance de sus ambiciones y de la idea de que si pones un buen cebo en el anzuelo, los electores se acercarán como un banco de peces desorientados. ERC ha comprado las cabezas políticas de los sectores a los que se quiere acercar antes de habérselos hecho suyos para utilizarlos de altavoz y llegar a "la Catalunya entera". Querer ser "la Casa Gran" tiene un precio y es el de no hacer la independencia. Lo sabía Jordi Pujol, que no la quería; lo sabía Artur Mas, que nunca pronunció la palabra, y lo sabe Pere Aragonès, que parece que no la quiere. La independencia es todavía hoy el único tema que polariza a los votantes y eso es incompatible con convertirse en un partido que roce la mayoría parlamentaria. ERC ha escogido apropiarse los postulados de los contrincantes para rapiñarles los electores sin tener que discutirles ni su inclinación política ni su adscripción nacional. Es con esta meta que se atreven a abrazar consignas propias de Ciudadanos, porque saben que cuanto más se disuelve la idea que un día tuvieron sobre el lugar de Catalunya en el mundo, más espacio dejan a los electores para que utilicen la imaginación y lo embalsen como quieran.

ERC utiliza "la Catalunya entera" como Pujol el "Catalunya, un solo pueblo": una consigna fácil con la que negar el conflicto nacional o domesticarlo

La "Catalunya entera" es el ejemplo perfecto de cómo ERC utiliza las inconcreciones a favor suyo para aglutinar a todo el mundo que los orbite. No sabemos cuándo estuvo incompleta, esta Catalunya. No sabemos si se rompió ni cuándo lo hizo porque no se atreven a decirlo. No sabemos si hablan de alguna cosa que se parezca a una reconciliación social, porque nunca nos han hablado de cisma. No sabemos si se refieren a la Catalunya no independentista —Ciudadanos decía "la Catalunya silenciosa"— o a la neopatria. No lo sabemos, pero la elección de consellers nos puede dar pistas de por dónde va la cosa. ERC utiliza "la Catalunya entera" como Pujol utilizaba el "Catalunya, un solo pueblo": es una consigna fácil con la que negar el conflicto nacional. O domesticarlo otra vez. Es la manera de ampliar al público al que te diriges porque les dices que ya no hay que ser independentista para votarte, sencillamente hay que sentirse, como mínimo, un poco catalán. Tener la vecindad civil. No despreciar la idea de que Catalunya existe. Es la técnica para no tener que explicar cómo quieres que sea Catalunya porque te basta con responder como un soltero nervioso en la primera cita: lo que ella quiera. Incluso cuando eso incluye a los que no querrían que existiera. Es en esta mesa tan bien puesta donde alguien que fue diputado veintitrés años por CDC, alguien que dijo que había que servirse del odio a Artur Mas y el cabeza de lista socialista de 1995 a la Generalitat se pueden sentar tranquilamente a hacer el cortadito.