A mí no. De ninguna de las maneras. Cuando el ratoncito sabio de Àngels Barceló dice ante los micros de la SER que “nuestra profesión necesita una catarsis, nosotros también somos responsables del deterioro democrático de este país” está faltando a la verdad. Aquí no todos somos responsables, divina señora. Aquí no todos hemos participado de la guerra sucia contra estas o aquellas personas desde los medios de comunicación. Aquí no todos los que nos dedicamos al periodismo hemos sido secuaces del poder, ni de cipayos de la policía, de colaboradores de Planeta, de propagandistas de tal o cual partido, a cambio de una determinada cantidad de dinero. No. 

Porque ni siquiera el periodismo español - y el catalán del régimen colonial- se ha desprestigiado, él solito, por amor a España o a una determinada idea española de Catalunya, o porque no crean en la democracia. Ni en los contrapesos de poder, ni en la opinión pública, ni en definitiva, en el respeto a la verdad. Que no, no. No ha sido por ninguno de estos motivos. Todo esto es mucho más sencillo y lo resume muy bien la sentencia de Garganta profunda, el confidente de los periodistas del Watergate: Follow the money. El motivo por el cual el periodismo español es, en general, el primer servidor de la tiranía abusiva de los poderosos es el dinero. Por dinero, la canallesca es capaz de defender una cosa y su contraria. Por dinero dijeron, por ejemplo, que Tamara Carrasco era una terrorista sin prueba ninguna. Que Sadam tenía armas de destrucción masiva. Por dinero han hundido públicamente a muchas personas inocentes. Por dinero algunos periodistas están defendiendo lo indefendible. Por dinero algunos periodistas quieren que nos olvidemos de la independencia. Por dinero, España no quiere que Catalunya se marche y sea independiente. No por amor sino por el dinero.

Y como todo tiene un límite en esta vida y, especialmente la credibilidad, por eso este modelo del periodismo cínico se está acabando. A toda máquina. Por eso los periódicos de papel tienen cada vez menos lectores y la fidelidad del público con los medios audiovisuales y de internet es tan volátil y exigente. Digamos las cosas por su nombre, otra vez. El enemigo natural del periodista, en la pirámide trófica, en el mapa de la evolución de Darwin, es el político. Porque el pueblo, la opinión pública, no puede fiscalizar lo que hacen los políticos si los periodistas, además de ser unos mercenarios ⸺ lo que humanamente se puede entender ⸺ encima son unos mentirosos. Unos agentes directos o indirectos de la policía. O del Ibex 35. Antes de la última guerra se ve que los periodistas pobres llevaban los bolsillos forrados por dentro, a prueba de aceites. De este modo, leo, podían llenarlas de la comida que se servía en las recepciones, de croquetas y de sándwiches fríos, incluso de lonchas de jamón. En aquella época el periodismo quizás era mejor porque no había casi nada que ganar. Josep Pla lo explica perfectamente en esa famosa entrevista que le hizo Soler Serrano.

A mi no em mireu. Ni jo ni molts altres formem part del vostre periodisme cínic.

A mí no me miréis. Ni yo ni muchos otros formamos parte de vuestro periodismo cínico. Es imposible olvidar que fui el primer periodista al que un juez, Antonio Baños, pidió una pena de tres años y medio de cárcel por haber escrito un artículo. No le gustó. Un artículo de noviembre del 2017. En ese momento ninguna Àngels Barceló habló de catarsis del periodismo. Lo que sí sentí fue un vacío azul y sordo sentado allí, con cara de memo, frente a la mesa de un despacho de abogados, quienes, amablemente, proponían hacerme el favor de defenderme ante la justicia española por unos quince o veinte mil euros. Una cantidad de dinero que ni tenía ni tengo. Sí, recibí numerosas muestras de solidaridad de muchas personas. De algunas compañeras de este diario, más jóvenes, más divertidas, encantadoras. Pero a la hora de la verdad, el día del juicio, solo conté con la compañía del director de El Nacional, de su directora general, muy preocupados y amistosos. Y del abogado Joaquim Bech de Careda, que me defendió con uñas y dientes, sin cobrarme nada, solo a cambio de un favor. Del favor de dejarme invitar a una cena cuando ganáramos el caso.

Si no hubiera sido por esas personas que cito me habría pasado como a Valtónic o algo aún peor. Porque, naturalmente, ningún político movió un dedo, de acuerdo con la pirámide trófica. Salvo dos políticos. Antonio Balmón, alcalde de Cornellà se personó como acusación particular en mi contra, por poner aún más salsa a la represión. Y otro habitante de Cornellà, Joan Tardà, quien escribió un artículo rabioso en mi contra, en la línea que siempre tiene Joan Tardà cuando aparece la Guardia Civil en escena. Diciendo que si aparecen cuatro locos que los encierren. Y que si se debe sacrificar a esta o aquella persona, que se la sacrifique, mientras no sea alguien de su muchachada.

Con este método de las conversaciones grabadas vamos conociendo muchas cosas y de qué material está hecha la moral de los seres humanos. O confirmando lo que ya intuíamos o sabíamos. Dicen que los nazis no habrían convertido a toda Europa en un campo de concentración, mientras iban ganando la guerra, si no hubiera sido por la colaboración de la población civil. Las mentiras de esta determinada prensa, que hoy vive el descrédito y la vergüenza, no habrían progresado sin algunos colaboradores necesarios. Sin periodistas conjurados y excelentemente remunerados que dicen cosas preciosas. Del tipo “se lo haremos pagar” u otras expresiones de este tenor. Propias de los bajos fondos.