Subo la persiana. Continúa el sol, el calor y el lento retorno de la vida. Hoy he visto colas en la floristería, en la zapatería y en la heladería. Pero cuando digo colas, estoy hablando de más de 10 personas fuera del establecimiento. Me he encontrado a un joven cocinero que conozco de algunos lugares donde él había trabajado y que ahora ha montado su propio negocio con un socio. La comida para llevar les está funcionando mucho: "La gente está harta de cocinar y de decidir que hace para comer y para cenar". Y el lunes abre la terraza. He sabido que me lo díria antes de expresarlo con la voz que salía de detrás de la mascarilla, porque antes han hablado los ojos que se le han iluminado.

Y en el otro lado, los que no pueden comprarse ni un helado. Los últimos días he ido pasando por dos sitios donde dan de comer a quien lo necesita. La cola cada vez es más larga. Y no son gente marginal, ni con adicciones, no. Son personas como usted y como yo. Eso que llaman "personas normales" que intentan trabajar para tener un sueldo que les permita vivir en un lugar decente y comer tres veces al día. Gente que vive al momento buscándose la vida como puede y que no tienen derecho ni a un ERTE ni a ninguna ayuda. Porque no constan. No existen. Viven sumergidos y en la economía sumergida. O son autónomos que han tenido que cerrar el negocio de un día para otro. Gente sin ahorros que hace más de dos meses que no tienen ningún ingreso. Gente de la cual nadie ha hablado todavía en ninguno de los centenares de eteeeernas ruedas de prensa que nos han clavado sin compasión durante la confitamenta. Tenemos el cerebro tan lleno de palabras que cuando esto acabe, que ya veremos cuándo será, habrá cola en los vaciaderos de vacío. Y, claro, con tanta verborrea sobre la nada, no ha habido tiempo para hablar de los que no están.

¿Tenemos que estar contentos por las colas en las tiendas de nuestro entorno? ¡Claro que sí! Entre todos tenemos que levantar esto, pero no tenemos que perder de vista esta realidad que, por ignorarla, no dejará de existir. Y que si un día estalla, entonces nos lamentaremos.

Vamos volviendo a la vida, sí, pero seguimos sin saber exactamente como. El BOE, la serie que de verdad tiene enganchados los ciudadanos y no ninguna de estas que pasan por Netflix, HBO o Movistar, cada día nos sorprende con una norma diferente. Al final el asesino será el mayordomo. Creo, sinceramente, que lo tendrían que publicar con brújula de regalo y GPS optativo. Como para poder situarnos. Básicamente. Creo que hoy estamos con que en las poblaciones en fase dos con menos de 10 mil habitantes que no tengan una densidad superior al doble de su censo dividido por el logaritmo neperiano de la base imponible, los adultos podrán pasear por la playa, pero tomar el sol siempre que hagan deporte con tres niños de edades comprendidas entre el 8 y el 12 años. Los niños que queden fuera de esta franja podrán salir en grupos de hasta 10 personas en municipios de menos de 5 mil habitantes con más de 100 personas por kilómetro cuadrados, siempre que la unidad familiar haya ido a la terraza de un bar que tenga abierto el interior del local sin autoservicio y con comida para llevar a más de un metro y medio de los comensales, que tendrán que ir con mascarilla, pero sin guantes.

Y por si todavía no lo teníamos todo lo bastante claro, ahora llega el misterioso caso de los 635 muertos que aparecieron ayer en Catalunya y que nadie sabe de donde han salido, ni de qué día son. ¿Estoy diciendo que se están falseando las cifras? No. Rotundamente no. Porque aquí hace semanas que se cuentan los muertos reales, incluyéndo residencias y domicilios particulares, no como en España.

La cuestión es que desde el martes, Salud ha cambiado la manera de informar sobre los datos. Hasta entonces, la cifra oficial de muertes notificadas diariamente podría corresponder a otras jornadas. ¿Un ejemplo? Los del lunes podían ser de aquel día, pero también del domingo, del sábado o de toda la semana anterior. Y, paralelamente, muertos de aquel lunes pasaban a ser contabilizados otros días. En cambio, a partir de ahora los muertos son estrictamente los del día en que se pasa el dato y no se arrastran de días anteriores. El problema es que en el momento de hacer el ajuste, un territorio dependiendo de la Conselleria validó muchos casos de otros días de golpe y eso ha provocado que las cifras de Salud, que ya tenía registrados estos 635 muertos, y las del ministerio no fueran coincidentes.

Total, que una cosa ya complicada y de metodología poco clara no se ha explicado convenientemente y ha tenido como consecuencia que quien hacía las cosas correctamente haya aparecido como quien estaba escondiendo un rebrote para poder pasar a fase 1. Y todo eso con una cifra no menor que corresponde, ni más ni menos, que al 10% de los muertos totales habidos hasta ahora en Catalunya. ¿Y si aquí que se contabilizan prácticamente todos los muertos reales hacen un ajuste y aparecen un 10% más de muertos, cuál será la cifra real en España, donde los cuentan en su aire?

Pero eso no preocupa nada, claro que no. Por eso es un tema que tampoco sale nunca en las ruedas de prensa de estos parlanchines que no callan ni bajo el agua. Y menos ahora que nos dedicamos a explicar que el fútbol vuelve a partir de la semana próxima no la otra, que pronto se abrirán las fronteras a los turistas y que eso será una fiesta tropical con papayas y mangos para todo el mundo. Incluidos los que, me temo, seguirán haciendo cola para ir a buscar comida.