Esta semana ha habido dos movimientos muy interesantes en el Congreso y con Catalunya de por medio. El primero ha sido la decisión de Junts de abstenerse en una votación (en este caso la del alargamiento de la vida de las centrales nucleares) que ha supuesto una derrota parlamentaria del PP y Vox, que eran quienes habían registrado la propuesta. Esto se ha presentado mediáticamente como una victoria, por este orden, de la Moncloa, del PSOE y de la coalición gubernamental formada en 2023. La votación llegaba solo unas semanas después de que Junts votara en contra de una serie de leyes presentadas por el PSOE, cosa que se presentó mediáticamente como una derrota de Pedro Sánchez, del partido socialista y de la coalición gubernamental formada en 2023. Y, en consecuencia, se vendió como un acercamiento a PP y Vox con el rumor interesado de que esto acabaría con una moción de censura contra el presidente español.
Si solo se analiza el titular y la superficie, esta variabilidad en el voto se puede interpretar como una actitud imprevisible de los juntaires. Pero profundizando un poco (tampoco hace falta mucho) en los motivos que los han llevado a votar en un sentido u otro, sí que se puede entrever un patrón: se vota lo que los siete diputados interpretan como un avance para Catalunya como nación todavía sin estado. Y he aquí lo interesante del movimiento: ni Junts salva al gobierno español cuando se aprueban cosas en el Congreso, ni Junts se pone al lado del PP y Vox cuando se tumban. Esta independencia (esta sí, real) respecto a cualquiera de los dos bloques es un valor per se porque, a pesar de los anuncios de ruptura y mientras la legislatura aguante estos siete diputados seguirán teniendo un valor muy alto cuando se debatan cuestiones relativas a Cataluña.
Ni Junts salva al PSOE cuando se aprueban cosas en el Congreso, ni Junts se pone al lado del PP y Vox cuando se tumban
El otro movimiento interesante lo ha protagonizado Esquerra Republicana; de hecho Gabriel Rufián para ser exactos. El portavoz de ERC en el Congreso ha roto la cuarta pared de las izquierdas españolas y ha puesto sobre la mesa el debate sobre inseguridad e inmigración. Y no por relacionar necesariamente una cosa con la otra sino, simplemente, por pedir que si en los barrios las dos cuestiones preocupan, sencillamente, se tiene que hablar de ellas: “más cabeza y menos pureza”, reclamó Rufián. La apelación no era al PSOE sino a todas las formaciones llamadas progresistas con quienes anhela una coalición electoral -por ahora utópica- en las próximas elecciones.
El movimiento es doblemente interesante porque tuvo que justificar elevar a público este debate no como una compra del marco mental de la derecha sino como una manera de hacerle frente. La cuestión es que, efectivamente, en los barrios más populares es donde ha llegado más población extranjera: según datos del Idescat, un 10% de los habitantes de Cataluña ha llegado hace menos de tres años. Es evidente, pues, que hay que tratar esta cuestión; y no tanto por el lugar de procedencia (aquí es donde está el racismo) sino por el simple hecho de que este crecimiento demográfico tan abrupto tensiona los servicios públicos, la vivienda y en definitiva, la cohesión social. No pasa nada por decirlo y afrontarlo. Sí que pasa si no se hace.
Los partidos españoles no tienen reparos en poner España por delante de los bloques ideológicos
Tan significativo como el discurso de Rufián fueron sus reacciones. Filtrados los insultos que todo el mundo recibe en redes cuando eleva a pública una idea nueva, resulta especialmente llamativa la respuesta de Pablo Iglesias, el guía político de Podemos. Tan previsible como inflexible, Iglesias hizo un tuit en el que reprochaba a Rufián haber comprado “aunque sea mínimamente, el discurso que asocia migraciones y seguridad” cosa que él -desde su tarima moral- considera “un error”. Y auguraba Iglesias que “cada centímetro cedido a los nazis, los acerca más al gobierno”. Fue todo un detalle por parte del antiguo líder de Podemos que no le dijera directamente nazi a Rufián teniendo en cuenta que desde hace un tiempo acostumbra a llamar nazi a quien no comulga como él.
Si hoy Catalunya no puede afrontar autónomamente el debate de la inmigración es porque no tiene las herramientas. Y si no tiene las herramientas es porque Podemos, junto con el PP y Vox, votaron en contra del traspaso de las competencias del estado a la Generalitat, una aspiración donde, aquí sí, Junts y Esquerra están de acuerdo. Y lo que se le debería recordar cada día a este espacio político tan progre es que en 2019 unieron sus votos a los del PSC y Manuel Valls para impedir que un republicano como Ernest Maragall (que había ganado) fuera alcalde de Barcelona (en otro hito en el que también estaban de acuerdo Esquerra y Junts). Y que cuatro años después, en 2023, este espacio político tan progre, el PSC y el PP unieron sus votos para impedir que Xavier Trias (que había ganado) fuera alcalde de Barcelona (en otro hito en el que también estaban de acuerdo Junts y ERC). Conclusión: cuando los partidos españoles no tienen reparos en poner España por delante de los bloques ideológicos (derechas-izquierdas), España sale favorecida. Cuando los partidos independentistas ponen por delante los bloques ideológicos (derechas-izquierdas), España sale favorecida y Catalunya se agrieta. Solo cuando los partidos independentistas han puesto Catalunya por delante de los bloques ideológicos, Catalunya ha salido favorecida y España se ha agrietado.