En un artículo de hace poco más de dos años, me refería al empresario del sector del papel e ingeniero industrial Joan Vila con motivo de la publicación de su libro Economía en el cambio climático (Un empresario contra el cambio climático). Pues ahora acaba de sacar otro titulado El fin de la abundancia (Icaria Editorial) que entronca con la misma problemática (la ebullición climática, en palabras de António Guterres, secretario general de las Naciones Unidas), pero utilizando una perspectiva más económica e interpelando también al comportamiento humano, o lo que él denomina cambios conductuales de las personas.

Del nuevo libro de este empresario pensador, que escribe un artículo cada domingo en el Diari de Girona, me han parecido especialmente interesantes dos aspectos que hasta ahora él no había tratado en los libros previos. El primero es la economía de los recursos materiales y los límites del crecimiento económico. Joan Vila suscribe algunas de las tesis de lo que se conoce como economía ecológica, que cuenta entre sus impulsores con el economista catalán Martínez Alier, recientemente galardonado con el premio internacional Holberg. Según esta corriente, la revolución industrial y el crecimiento económico derivado se han producido a partir de un recurso no renovable (como son los combustibles fósiles) y a partir de materiales no renovables (como los metales). Los primeros los hemos quemado y los seguimos quemando, dilapidando la energía y emitiendo gases de efecto invernadero; los segundos los extraemos, los utilizamos, y prácticamente no los reciclamos. Eso por no hablar de otros recursos que estamos sobreexplotando, como los hídricos y pesqueros, o el uso demasiado intensivo de las tierras de cultivo.

Específicamente en el ámbito de materiales, Vila nos ilustra el carácter finito de los recursos sobre el que se ha asentado el crecimiento económico. El consumo de materiales a escala mundial supera los 100.000 millones de toneladas (unas 13 toneladas por habitante), con la circunstancia de que el hombre es una auténtica máquina de dispersar recursos por el medio ambiente (aire, agua o vertederos). Si seguimos así, dejaremos el planeta en las últimas (digo yo). Tenemos petróleo para 47 años, carbón para 96 años, uranio para 76 años, cromo para 15, zinc, estaño, plomo o cobre para menos de 35 años, etc. El aumento de la demanda de estos metales traerá problemas económicos y geopolíticos si no se es capaz de reducir la demanda o no se encuentran otras fuentes de aprovisionamiento, sobre todo con el reciclaje, que es la gran reserva de materiales.

Tenemos un déficit de valores como el trabajo, la solidaridad, la empatía, la humildad, la modestia, el respeto, entre otros. La recuperación de estos valores es completamente necesaria para poder coger la frugalidad que comportará la transición energética

El segundo aspecto que me ha interesado es la denuncia que hace Villa en el sentido de que la sociedad actual tiene un grave problema de valores. El progreso tecnológico, con un protagonismo destacado del mundo virtual que gira en torno a internet, ha modificado el comportamiento humano. La ambición, el consumismo, la disponibilidad insólita de productos en el mercado para conseguir "satisfacciones", han potenciado el hedonismo y la preeminencia del individuo frente a los entornos clásicos de familia, comunidad, amigos... Tenemos un déficit de valores como el trabajo, la solidaridad, la empatía, la humildad, la modestia, el respeto, entre otros. La recuperación de dichos valores es completamente necesaria para poder encajar la frugalidad que comportará la transición energética (capítulo XVII del libro).

Precisamente, con relación a la transición energética, Joan Vila nos recuerda una batería de medidas que ponen de relieve, una vez más, su compromiso con la sociedad y con el planeta, que tienen más valor viniendo como vienen de un empresario. Su receta para tratar de corregir el cambio climático pasa por el hecho de que los gobiernos emprendan medidas a escala global y las personas a escala individual. A modo de ejemplo: aumentar el precio de la energía actual de manera que haya incentivos para invertir en sistemas energéticos alternativos (renovables); introducción universal de tasas al CO₂; implantación de aranceles en los productos importados, que garantice que su precio del carbono sea equivalente al precio del carbono de la producción dentro del mercado; introducción de impuestos a la extracción de productos, incluida el agua; desincentivar el consumo de productos por la vía de restringir el crédito, concretamente pasando las tarjetas de crédito a débito; específicamente el crédito tendría que centrarse en inversiones, no en consumo; alargamiento de la vida de los productos, con más calidad, obligando a tener recambios y sitios de reparación próximos; dejar de invertir en estructuras de hormigón y en nuevas carreteras para invertir en transporte público.

De la economía de la abundancia desbocada y del "siempre más y más" (eso lo digo yo) a la economía de la contención, de la frugalidad. Para llegar ahí, hacen falta cambios en las actitudes personales y en los valores. El fin de la abundancia está anunciado con letras mayúsculas. Está en nuestras manos que llegue antes, un poco más tarde o, incluso, que por favor por fuerza nos adaptemos a él.