Ante el clima guerracivilista que han generado las negociaciones de JxSí con la CUP, no dejo de pensar en El llarg procés, ese libro de Jordi Amat tan elogiado por la prensa digital y de papel. Cuando el CCCB presentó la obra con el apoyo del Ayuntamiento de Barcelona entendí que Xavier Trias perdería la alcaldía y que el llamado procés no daría muchas más satisfacciones. Tantos años de folklorismo nos han acostumbrado a pasar por alto el papel que la cultura juega en la calidad del poder político y en la articulación de las soberanías nacionales. Durante años ha sido típico criticar la política cultural de los gobiernos de Pujol, pero pocas veces he oído a nadie que se preguntara cómo se lo habría hecho la Generalitat para frenar el crecimiento del independentismo si hubiera fomentado la libertad de creación y de pensamiento.

Josep Pla y Eugeni Xammar decían que la falta de polémica no es un rasgo propio de las sociedades civilizadas, sino que la falta de polémica es más bien una característica de las sociedades colonizadas. Pues bien, el libro de Amat se presenta como un libro polémico pero es un circo de gesticulaciones, igual que el clima político que denuncia. Los comentaristas han pretendido que era una obra crítica con el independentismo, cuando en realidad hay que incluirla en el saco de los ensayos humorísticos que la Transición Nacional ha generado los últimos años. El llarg procés responde a la misma lógica de estos títulos que han utilizado la estelada para vender libros como churros. Es verdad que la obra de Amat tiene más ambición, pero forma parte del mismo negocio y del mismo sistema cultural monjil y provinciano, pensado para resistir dentro del Estado.

El libro retrocede hasta el final de la guerra civil para encontrar las raíces de la situación que Catalunya ha vivido en los últimos años, pero más que analizar la emergencia del independentismo se limita a banalizarlo. Si los socialistas criticaban a Pujol, pero en realidad tenían un problema con Catalunya, Amat critica el proceso, pero en realidad parece que tiene un problema con la idea de un Estado catalán. Todo el libro parece escrito para borrar las huellas que nos han llevado hasta aquí con el pretexto de explicarlas con una erudición neutral y objetiva. En el prólogo, Amat reivindica con pasión la necesidad que los intelectuales mantengan el espíritu crítico y no se conformen con "servir al poder". Después, explica los últimos 70 años de la cultura catalana a través de los tópicos promovidos por la prensa de Rajoy y la tercera vía.

Amat relaciona el independentismo con las vedettes autonomistas que se han reconvertido los últimos años, pero silencia las corrientes de fondo que forzaron al president Mas a iniciar el proceso de independencia
El resultado es un libro de viejo prematuro, una obra que legitima a los vencedores de la Guerra Civil y que utiliza a Jordi Pujol como tonto útil para explicar las inconsistencias de Catalunya. Amat relaciona el independentismo con las vedettes autonomistas que se han reconvertido en los últimos años, pero silencia las corrientes de fondo que forzaron al presidente Mas a iniciar el proceso de independencia. El autor denuncia los usos fraudulentos de la historia pero él hace lo mismo desde la otra trinchera. Detrás de su "ejercicio razonado y dialogante de autocrítica” cada palabra le lleva a presentar el independentismo como una anomalía febril y pasajera. El estudio es una acumulación de datos impresionante, que a menudo sólo sirven para ahogar la inteligencia y impresionar a los lectores de cultura escasa o mal digerida. Si el llamado procés hubiera tenido una mínima profundidad –si hubiera tenido vocación de transformar el país como algunos dicen–, este libro hubiera tenido un recibimiento más frío.

Mientras leía las disquisiciones de Amat sobre la vida cultural en la posguerra, pensaba en el ensayo de Alan Reading sobre el París ocupado por los nazis, And the show went on. No recuerdo que Reading utilizara tantos adjetivos enfáticos como Amat. El abuso de aumentativos como "magnífico", "extraordinario", "impresionante", "brutal", "inmenso" o "delicadísimo" delatan las dificultades que el autor tiene para dar vida a su relato. El libro de Reading no es excepcional pero explica el drama de la vida cultural bajo un poder político extranjero, y su impacto humano, político y económico. Como ya hizo en Las Voces del Diálogo, Amat prefiere esforzarse a poner al grupo de los Dionisio Ridruejo y el de los Carles Riba en el mismo saco, como si catalanes y castellanos pudieran relacionarse –incluso en el franquismo– en igualdad de condiciones. Esto llena el texto de anécdotas banales y sobre todo barniza el texto de cursilería, que es el estigma de la culpa. La misma cursilería gastan los que se creen que con sonrisas y pancartas se puede conseguir la independencia.

El libro de Amat también me recuerda un artículo que leí en una revista americana sobre la actitud de los escritores chinos ante el Estado. El articulista explicaba que en una de las novelas de Zhang Xianliang se narra la historia de un hombre que consigue escaparse del campo de trabajo. El hombre pasea libre durante un rato pero al final vuelve al campo por propia voluntad. Lo hace, explica el novelista, porque sus pensamientos lo empujan a hacerlo. Su educación y el lenguaje que ha heredado no lo dejan actuar de otra manera, aunque su instinto le pide escaparse. El libro de Amat y el discurso político del procés tienen el mismo problema. Quieren superar el autonomismo pujolista pero continúan empantanados en su herencia. Algunos ahora han descubierto que el procés no iba a ningún sitio; Amat quizás descubrirá algún día que su aproximación a la historia no es tan limpia y esmerada como se piensa.