Jordi Sànchez, el secretario general de Junts per Catalunya, preso político en Lledoners, pendiente a estas horas, como el resto de sus compañeros y compañeras, de ser indultado por el gobierno de Pedro Sánchez, podría tener que hacer frente a la paradoja de estrenar la libertad —por lo menos, de movimientos— para ser ahora castigado, y removido del cargo, por su propio partido. ¿Cómo se ha llegado hasta aquí?

Sànchez ha escrito algo que se le ha escuchado muchas veces en público y en privado: que el 1-O fue concebido para obligar al gobierno español a aceptar un referéndum acordado, o sea, a la escocesa, o sea, pactado, legal. O sea, eso que dice Oriol Junqueras, compañero de celda de Sànchez, que sería la mejor vía, la más deseable para dar salida al conflicto Catalunya-España. De hecho, también lo dice el 80% de los catalanes en las encuestas. 

Precisamente, Sànchez lo dijo en un artículo en el diario Ara que quería dar respuesta al que, escrito por Junqueras en el mismo rotativo, el dia anterior, coincidiendo con el inicio del deshielo entre los presidentes Sánchez y Aragonès en un acto en Barcelona, pretendía poner una pista de aterrizaje al jefe del gobierno español, que lo sabía de antemano, ante los sectores más reacios de su propio partido en la antesala de los indultos. Aunque ello supusiera echarse encima a la mitad del independentismo, que sigue viendo en la unilateralidad bien entendida, por supuesto, la única vía efectiva para la independencia.

Pues bien, a esa ola de críticas se subió Sànchez en su réplica al líder de ERC, aunque con lenguaje en el fondo tan pragmático, realista y posibilista como el del presidente de los republicanos. Lo que, de rebote, fue utilizado por sus críticos internos en Junts, que los tiene y muchos desde que, por decisión del president Puigdemont, tomó el mando absoluto de la negociación del nuevo Govern con ERC, para, ni más ni menos, que pedir su cabeza incluso con una recogida de firmas anónima que el presidente ha desautorizado.

Todo el mundo sabe que Sànchez dice la verdad, empezando por Puigdemont: ¿o acaso no estaban esperando el president y Junqueras una señal negociadora de Madrid cuando el 10 de octubre del 2017 congelaron en el Parlament el mandato del referéndum del 1-O?

El episodio de los artículos y el motín sobrevenido contra Sànchez en Junts es muy interesante, porque señala las puertas por las que los partidos y dirigentes que representan y/ o aspiran a articular el independentismo irán seguro hacia las rocas. Todo el mundo sabe que Sànchez dice la verdad, empezando por Puigdemont: ¿o acaso no estaban esperando el president y Junqueras una señal negociadora de Madrid cuando el 10 de octubre del 2017 congelaron en el Parlament el mandato del referéndum del 1-O? ¿O acaso no siguió esperando el Govern Puigdemont-Junqueras esa señal de la Moncloa, de Rajoy, infructuosamente, hasta que, finalmente, el president, presionado hasta el límite por tirios y troyanos, decidió no convocar elecciones y dejar expedito el camino para la DUI que luego no se hizo efectiva?

Otra cosa es que, efectivamente, ese objetivo —forzar una negociación— no era el único escenario post-referéndum. El otro, desde luego, era el que, por lo menos en su primera parte, materializaron los 2,3 millones de personas que fueron a votar y a defender el derecho a votar —y los que, sin seguirles, lo entendieron—: hacer la independencia. Y negociar con España después, con la soberanía ganada en las urnas. Y seguro que muchos lo hicieron con todos los escenarios abiertos a la vez, obviamente. En cualquier caso, he ahí la prueba de que no siempre coincidieron los mapas del estado mayor del independentismo con las decisiones y las interpretaciones de la base.

El resultado de la negociación de Jordi Sànchez es que Junts, tercera fuerza política del Parlament después de ERC, controla más del 60% del presupuesto de la Generalitat 

Algunos en su partido no han perdonado a Sànchez haberse quedado fuera del Govern o no haber podido incidir en momentos clave de la extenuante —y, ciertamente, confusa— negociación del pacto con Aragonès. Sí, se la tienen jurada desde entonces. Y, aún más, paradójicamente, cuando el resultado de la negociación de Sànchez es que Junts, tercera fuerza política del Parlament después de ERC, controla más el 60% del presupuesto de la Generalitat con conselleries clave del Govern, como Economia, Sanitat o Ensenyament. Y —no se olvide— cuando ha conseguido llevar al Consell Executiu figuras de primerísimo nivel, largamente experimentadas en la sociedad civil, como Giró o Argimon, entre otras. Todo ello engarzado en un gobierno con ERC preñado de mujeres y hombres decentes, desde el propio president al conseller Elena o la consellera Verge, por ejemplo, gente con ganas de hacer funcionar este país. Un acuerdo, que, conforme a la tradición corta pero radicalmente democrática de Junts, un partido muy joven, fue validado por el 83% de la militancia. Eso es lo que negoció Sànchez como plenipotenciario de Puigdemont ante Aragonès.

Lo que es una curiosa batalla interna a posteriori por los cargos se ha hecho pasar por una especie de auto de fe sobre la adecuada, por no decir canónica, interpretación del 1-O, Eso, cuando todo el mundo con una mínima honestidad intelectual sabe que es imposible fijar una versión única de lo que sucedió. Por lo que respecta a las credenciales de Sànchez en la cuestión nacional y/o social, solo cabe preguntar a algunos dónde estaban ellos en los años ochenta del pasado siglo, cuando Jordi Sànchez, con Àngel Colom y Carles Riera fundaron la Crida, la primera organización de masas explícitamente independentista —y subrayo, "de masas" y "explícitamente independentista"—. En fin, hay que pensárselo dos veces antes de pedirle según qué cuentas a esa mitad de los Jordis, Sànchez y Cuixart, que constituye el número dos de Junts.

Puigdemont, aunque no debería haber hablado a través del Consell per la República, porque eso le da la razón a quienes, desde ERC, lo consideran un órgano de parte, ha hecho muy bien en no caer en la trampa de los que señalan a Sànchez

Otrosí, los críticos de Sànchez han tenido 3 meses para maniobrar o exigirle explicaciones a él, a Puigdemont, que le cedió las llaves de la negociación con ERC, o a ambos. Puigdemont, aunque no debería haber hablado a través del Consell perla República, porque eso le da la razón a quienes, desde ERC, lo consideran un órgano de parte, ha hecho muy bien en no caer en la trampa de los que señalan a Sànchez. Y no porque su figura pueda recibir las consecuencias, ni mucho menos —el de Waterloo es el líder indiscutible e indiscutido—, sino porque la cohesión de Junts, una organización plural por definición y vocación, es clave para que el independentismo, todo él, pueda continuar aspirando a la hegemonía política en Catalunya.

Ergo la pregunta ya no es tanto quién quiere remover a Jordi Sànchez sino para qué. La operación indultos va a abrir una nueva etapa que, entre otras cosas, acabará suponiendo la rehabilitación —algunos dirán el blanqueamiento— del PSC tras su alineamiento en el bloque del 155. Los socialistas —con honrosas excepciones— no visitaron a Sànchez o a Junqueras en la cárcel, pero al final los habrán liberado con la derecha española extrema y el deep state alzados en la plaza Colón. Esa es la carta de presentación de los de Salvador Illa para un nuevo tiempo en el que, a medio plazo, todos los pactos volverán a ser posibles para gestionar el eterno mientras tanto. Se dibuja el fin de una década de política de bloques.

Pero si se nos permite la analogía, el Muro de Berlín está a punto de caer y no se sabe muy bien sobre la cabeza de quién. En ese contexto que viene, con un PSC liberado ya de la mochila del 155 y erigido en alternativa al pal de paller independentista como Partido de la Normalidad, es justamente donde una implosión de Junts no llevará a ninguna parte. A la independencia, seguro que no. Me juego algo que esa no es la vía.