La nueva número tres del PSOE, Rebeca Torró, tiene toda la razón: el PSOE y el PP no son lo mismo. Pero trabajan en el mismo antro: el castillo de Drácula. Los pícaros socialistas, Cerdán, Koldo y Ábalos, todos ellos hombres de la máxima confianza del actual presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, eran los tunantes que se gastaban en prostitutas las comisiones que se embolsaban mediante adjudicaciones de obra pública desde el ministerio de Transportes, que dirigía el tercero de la trama. No sabemos todavía, en cambio, en qué se las gastaba Nosferatu, o sea, Cristóbal Montoro, el ministro de Hacienda con José María Aznar y, 7 años después, con Mariano Rajoy, que hacía leyes a medida a cambio de entregas millonarias por parte de las beneficiarias, grandes compañías eléctricas, tabacaleras y bancos. O aprovechaba los mecanismos de la administración tributaria para espiar a rivales políticos de su mismo partido, Rodrigo Rato o Esperanza Aguirre, personajes como Rafael Nadal, cuyo tío recientemente informaba en el congreso del PP de que en Mallorca se habla catalán, o ponía en marcha una especie de Hacienda patriótica para controlar las cuentas del hijo mayor del president Jordi Pujol. En una ala oscura del castillo, al lado del ministerio desde el cual Nosferatu Montoro chupaba la sangre en cada campaña de la renta al humilde contribuyente, el ministro-vampiro se había montado una agencia, Equipo Económico, que habría llegado a ingresar 17 millones de euros como resultado del tráfico legislativo. Es decir, de modificar leyes para que las compañías implicadas pudieran ampliar sus márgenes de beneficio y posibilidades de actuación. Un correo intervenido por los Mossos activó la investigación de un juez de Tarragona.

Montoro montó Equipo Económico después del fin del gobierno de Aznar en el 2004 y siguió trabajando a todo trapo cuando volvió al ministerio con Rajoy en el 2011. Decíamos aquí hace unos días que uno de los problemas del PP para convertirse en una derecha normal es el de querer ser y parecerse a Vox; el otro es deshacerse de la imagen siniestra de ser la derecha más corrupta de Europa. Pasan los años, y, por si los de Alberto Núñez Feijóo no tuvieran bastantes cadáveres en el armario: la Gürtel —en noviembre se celebrará el último juicio de esta trama, que justificó la victoriosa moción de censura de Sánchez contra Rajoy—, la Kitchen, la Púnica, casos que podríamos calificar de históricos y que llegan a una treintena de procedimientos abiertos en los juzgados, los populares han tenido que cargar los últimos tiempos con el procesamiento por fraude a Hacienda de la pareja de la presidenta Ayuso, la investigación por la actuación criminal del presidente Mazón durante la Dana y, ahora, el estallido del caso Montoro. Un fantasma que vuelve del pasado y que, como si asistiéramos a la proyección de una vieja película de miedo en un cine de verano hará pasar mejor la canícula a Sánchez, el zombi de la Moncloa. El hombre a quien, en el último minuto, sus socios de investidura salvaron de morir asfixiado entre vapores candentes en las saunas de dudosa reputación de su señor suegro.

El estallido del caso Montoro en plena vorágine del caso Cerdán evidencia hasta qué punto la democracia española sigue bailando sobre la tumba blanqueada de la corrupción franquista

El estallido del caso Montoro en plena vorágine del caso Cerdán evidencia de nuevo hasta qué punto los partidos y los políticos de la democracia española siguen bailando sobre la tumba blanqueada de la corrupción franquista. La transición garantizó la persistencia de unos mecanismos podridos hasta la náusea, lo que explica la cohabitación en el mismo edificio de las normas de una democracia europea presuntamente consolidada con las prácticas mafiosas más execrables a cuenta del erario público. Equipo Económico no es más que una de las muchas sucursales de una oficina abierta desde tiempos inmemoriales en la que corruptos y corruptores hacen negocios a la sombra de un Estado construido, como el castillo del vampiro, con el sudor, la sangre y los impuestos que religiosamente pagan los otros.

Los grandes partidos, pero también las administraciones y las empresas, tendrían que conjurarse contra la corrupción. A menudo, en situaciones parecidas, proliferan los llamamientos a un pacto de Estado que ponga fin al consabido "y tú más", el ruido, los ajustes de cuentas y la política de vuelo gallináceo con que los partidos intentan aprovechar electoralmente la crisis del otro, que garantice la transparencia y las buenas prácticas y actúe de inmediato ante la sospecha. ¿Pero, podemos pedir y esperar que Drácula se clave él mismo la estaca?

Ahora mismo, el fuerte crecimiento de los populismos de extrema derecha, en buena parte sustentado en la percepción negativa de la política tradicional de amplios sectores de la población, y especialmente los jóvenes, aconsejaría concertar esfuerzos contra los corruptos y los corruptores con el fin de dignificar el sistema antes de que sea demasiado tarde. Pero cuando el intercambio opaco de favores en las zonas grises del sistema se cronifica e infecta hasta la médula la maquinaria del Estado, hasta el punto de producir leyes votadas en el Parlamento democrático para amparar la corrupción, es muy difícil erradicarla porque todo el edificio se tambalea. Los audios de Villarejo, las últimas entregas de los cuales son el detonante del caso Ábalos-Cerdán, son una muestra. Y la implicación de grandes compañías, como ha sucedido en los trapicheos legales de Montoro, es siempre un freno para que la justicia llegue hasta el final y, realmente, caiga todo el  que tenga que caer.

El PP y el PSOE son vecinos en el castillo del conde Orlok, que era el nombre con el que en 1922 rebautizó al conde Drácula el gran director de cine Friedrich W. Murnäu. Lo hizo para poder estrenar la película Nosferatu, una de las cumbres del expresionismo alemán, sin pagar derechos de autor a la viuda de Bram Stoker, el escritor irlandés autor de la novela original sobre el vampiro más famoso de todos los tiempos. Con permiso del conde Montoro, claro.