El catalanismo independentista no controla la Generalitat, que es el vértice del poder político y simbólico catalán, y ejerce en Madrid, a través de Junts y, en menor medida de ERC, una capacidad de presión limitada sobre el Gobierno, pese a ser responsable directo de la elección de su presidente. En Catalunya, el catalanismo independentista, la masa ciudadana que empujó el procés, parece haber enmudecido. Es verdad que una parte grita. Pero no tanto contra España sino contra los líderes de los que se siente huérfana y por ellos traicionada, de manera que el lema "Ni oblit ni perdó" ("Ni olvido ni perdón"), inicialmente dirigido a la España represora del referéndum del 1-0, hoy incluye también a los políticos que sufrieron prisión o todavía sufren exilio por haber querido hacer la independencia. Una parte del impulso del emergente independentismo ultra, encarnado básicamente, pero no solo, en AC, nace de esta herida que todavía supura. El abstencionismo y el nuevo voto antisistema, conectado con la retórica trumpista antiwoke, favorecido por la sensación de descontrol de la inmigración y las magras expectativas de vida de los jóvenes (el sueño de la emancipación secuestrado en una habitación a 600 euros en un piso compartido), impactaron como un meteorito en las elecciones de hace un año. El abstencionismo independentista y la fragmentación en 4 partidos (Junts, ERC, CUP y AC) hundieron la mayoría absoluta que —gobernara o no— el nacionalismo catalán había ostentado en el Parlament desde 1984.

Con el procés, el independentismo planteó un todo o nada que excedió sus posibilidades reales de cambiar el statu quo, es decir, de ganar definitivamente la partida de la soberanía a España. Por más legitimidad y credenciales democráticas que acumuló ante el maltrato español (persistencia del espolio fiscal durante décadas) y en las urnas (apoyo de la mitad o más de la población a la independencia, por primera vez en la historia), la relación real de fuerzas tumbó, de nuevo, a favor del único poder con capacidad coercitiva real, el español, que, eso sí, tembló de arriba abajo ante la eventualidad de que Catalunya se marchara. El independentismo fue capaz de empoderarse y construir el marco que "ho tenim a tocar" ("lo tenemos en la punta de los dedos"), pero fracasó. De todos modos, si bien el independentismo salió herido y tocado del procés, es con la mala gestión del postprocés que se está situando a años luz de recuperar el poder en Catalunya. Este escenario, como siempre, comunica directamente con el horizonte de la política española. Y si Pedro Sánchez, como apuntan las últimas encuestas publicadas, se asoma a su último mandato, es altamente probable que la llegada al poder de un Ejecutivo del PP en coalición o con apoyo de Vox concentre en el PSC de Salvador Illa la tradicional respuesta catalana diferenciada en el mapa político y electoral español cuando las derechas se acercan a la Moncloa. Si Sánchez pudo volver a gobernar después del 2024 a pesar de perder las elecciones con Feijóo fue por la tradicional movilización de la izquierda catalana en las generales y, no se olvide, el apoyo de Carles Puigdemont y un Junts obligado a hacer política operativa o encerrarse en una vitrina del museo de la independencia.

Si el PP y Vox cogen el mando de las Españas, el proyecto de Illa, la Catalunya líder con la camiseta "de España periférica", puede quedar bloqueado en la primera curva

El cambio de paradigma es radical. No hay ahora una CiU que pueda defender la posición en la Generalitat mientras en Madrid gobierna el PSOE o el PP ni una alternativa nacional amplia, un gobierno liderado por el independentismo de centroderecha (Junts) o de centroizquierda (ERC). Además, el gobierno de Salvador Illa no está diseñado para resistir sino para normalizar, para "unir y servir". El president Illa tiene un proyecto para reconectar Catalunya con España desde la teoría de Catalunya como "España periférica" que, en tanto que actor (dócil), puede alcanzar el liderazgo del conjunto. Es un plan que gusta al establishment y que tiene que permitir relocalizar bancos y empresas que huyeron durante el procés, buscar nuevos mercados exteriores, y rehacer confianzas en el núcleo duro del deep state (la monarquía de Felipe VI). Illa, ciertamente, puede exhibir algunos éxitos en esta recomposición de la Catalunya postprocés. Pero si el PP y Vox cogen el mando de las Españas, el proyecto de Illa, la Catalunya líder con la camiseta "de España periférica", puede quedar bloqueado en la primera curva. ¿Qué futuro tendría un Feijóo que pudiera acercarse a Catalunya ante una Ayuso que ha edificado su poder sobre la base del "todo para Madrid"? A medio plazo, si Salvador Illa quiere hacer realmente operativo su proyecto de reconexión de Catalunya con España, tendría que relevar a un Pedro Sánchez que la próxima vez no se salvará. ¿Puede ser Salvador Illa presidente de España? El final de Sánchez puede ser un nuevo inicio de Illa; pero si bien el actual president de la Generalitat podría ser el yerno ideal de una cierta España (que también incluye a una cierta Catalunya), está por ver que lo sea de un PSOE que hace años que navega sin rumbo.