La primera norma del Club de Apologetas de Josep Pla es que nadie habla sobre el Club de Apologetas de Josep Pla, pero todos los integrantes sabemos qué significa formar parte: haber conseguido que alguien que no ha leído nunca nada de Pla acabe haciéndolo. Es eso, de hecho, es lo que nos convierte en miembros de facto del Club, siempre que este nuevo lector a quien hemos descubierto el universo planiano lo explique, claro. La persona que a mí lo descubrió fue Martí V., hermano de uno de mis mejores colegas y que hace diez años me recomendó leer El pagès i el seu món un día que hablábamos de libros. "¿Pla? ¡Me da pereza, y además, es de derechas!", le dije yo, pero me convenció diciéndome que si leía aquel libro me parecería ver escrito en un papel todo aquello que me pasa por la cabeza cuándo entro en el bar de mi pueblo y oigo las conversaciones de los viejos jugando al dominó. Tenía razón, por eso el día que me pidió acompañarlo en el Club para acreditar que había cumplido su misión, no dudé a ir.
Era una noche húmeda y en Llofriu hacía frío. Al picar la puerta, alguien desde el otro lado le pidió a Martí la palabra secreta. "Com que hi ha tanta _ _ _ _, han hagut de clausurar la universitat", se sintió en boca de una voz ronca. "Grip", dijo a Martí sin dubitaciones, y la puerta se abrió. Una vez dentro, vi a gente tan diversa y aparentemente alejada entre sí como Arcadi Espada y Xavier Bosch, Cristina Badosa y Enric Vila, Jordi Pujol y Josep Lluís Carod-Rovira, ya que junto con el Barça, Josep Pla es la única fuerza viva de Catalunya capaz de poner de acuerdo a todo el mundo. Eso sí, ninguna de estas personas se llamaba por su nombre, sino por un número después del acrónimo de Apologeta Planiano. El hombre que me propuso sentarme y explicar qué hacía allí, por ejemplo, se llamaba A.P. 13, y no fue hasta tiempo después que supe que se trataba de Xavier Febrés. Ante la mirada atenta de todo el mundo, confesé que había llegado a Josep Pla gracias al proselitismo que me había hecho Martí V., que a partir de aquella noche pasó a llamarse A.P. 4177.
Validada la misión de mi apologeta planiano, inmediatamente la señora A.P. 1032 me acompañó de nuevo a la puerta para marcharme mientras yo le preguntaba, en vano, si era o no Empar Moliner. Decidí fumar como un carretero para matar la espera mientras Martí no salía, pero no fumaba para matar el tiempo, sino para encontrar el adjetivo correcto. Si en un futuro quería formar parte de aquel club, antes de nada tenía que leer bastantes libros de Pla para confirmar si aquel enamoramiento a primera vista que había sufrido con El pagès i el seu món era un amor estomacal o un amor cerebral. Es decir, si el impacto de Pla en mi vida era una cuestión de la 'rauxa' que espero sentir cuando leo un libro o del 'seny' que me gusta descubrir en aquellos párrafos de una obra literaria que parecen describir lo que justamente nos pasa por la cabeza y no sabemos decir. Después de unos cuantos libros, entre los cuales El quadern gris, Viatge a la Catalunya Vella, Cartes d’Itàlia y Notes disperses, confirmé que sí: Pla lo tenía todo. Quien no lo sabía, sin embargo, era Pau V., mi gran amigo del alma que justamente aquel verano decidió ir a trabajar a Chile, bien lejos de aquí, después de una buena oferta laboral.
Días antes de hacer las maletas y dejar media vida atrás, quedamos para despedirnos y me llevó al Faro de San Sebastián, dado que su familia tiene un apartamento en Calella de Palafrugell. Mientras bebíamos una copa de vino blanco con el mar de fondo, me confesó que le daba miedo una cosa: añorar Catalunya. Levanté la vista, miré al horizonte y le dije que al día siguiente mismo fuera a Palafrugell, se acercara a la Fundació Josep Pla y comprara El meu país. "Cuando te añores, lee Josep Pla y será como volver a casa", le dije. Al día siguiente, obediente, Pau fue a comprarse el libro, y de rebote se llevó también La vida amarga. Medio año más tarde, cuando él ya se había instalado la mar de bien en Santiago de Chile, un día me envió un whatsapp que no he olvidado nunca: "Gracias por lo que me recomendaste, me he enganchado a los libros de Pla y ya le he dicho a mi padre que me traiga más ahora cuándo venga a verme".
Había cumplido mi misión, pero tenía un problema: Pau vivía a quince mil kilómetros, y hasta que no volviera no podría validarme ante el Club. Incluso intenté que hiciera alguna cosa A.C. 2066, mi buen amigo Joan Safont. Quizás se podía hacer un Zoom, o algún tipo de confirmación telemática, pero nada. Tuve que esperar casi siete años, pues, con cuatro Champions del Madrid, una pandemia y decenas de libros más de Pla por el medio. Finalmente, cuando mi amigo se instaló de nuevo en Catalunya, un día le pedí subir a Llofriu. Piqué el timbre y no solo yo supe decir 'grip', sino que esta vez también él lo sabía. Una vez dentro, un hombre nombrado A.P. 03 y que más tarde supe que era Xavier Pla sentó a Pau en una silla y él, después de explicar quien le había hablado por primera vez de Josep Pla, me permitió dejar de ser quien soy y convertirme en A.P. 7214.
De aquello ya hace tiempo, pero si he decidido explicarlo hoy, rompiendo la primera regla del Club, es porque este año hemos acordado hacer una excepción a causa de un hecho importante: dentro de unos días, el 18 de mayo, se celebran cien años de la publicación de Coses vistes, el primer libro de Josep Pla. Una de las mejores maneras de celebrarlo es haciendo saber a la gente que existe un Club de Apologetas de Josep Pla del cual todo el mundo puede formar parte, ya que recomendar leer Pla a un catalán es una cosa tan natural como mojar medio tomate encima de una rebanada de pan tostado. La gracia de Coses vistes, además, es que si se convirtió en un best-seller en su momento y catapultó el autor a la fama nacional es porque ya contenía dentro, a pesar de ser un libro de debut, todo lo que después sostuvo durante décadas la obra del ampurdanés: una mirada singular sobre la vida, una capacidad sagaz de describir a la gente, una lírica seductora para hablar del paisaje, las costumbres o la gastronomía, y un carácter sagaz para dictar sentencia sobre cualquier tema universal.
Si Coses vistes es importante, sobre todo, es porque a pesar de no ser novelista, poeta o dramaturgo, Josep Pla consiguió con un libro de artículos aparecidos en la prensa transformar el periodismo en un género literario en catalán, apto para todo el mundo, en una lengua comprensible para cualquier persona y con unos temas que eran, justamente, aquello que se ve cuándo se sale a la calle y se levanta la vista. Matar el Noucentisme y bajar la literatura del pedestal, vaya. Por eso cada día somos más los miembros en el Club de Apologetas de Josep Pla, supongo, ya que leer su obra no es enfrentarse a una manera de describir aquello que Pla veía, sino más bien una manera de codificar aquello que vemos nosotros. También lo que ves tú, ya que si no has leído nunca Pla, quizás Coses vistes es un gran motivo para hacerlo. Y si ya lo has hecho antes, todavía puedes hacer una cosa mejor: hacer leer el libro a alguien que todavía no lo ha descubierto. Ya no será el primer best-seller de Josep Pla, como hace un siglo, pero será el primer Josep Pla de alguien, que es una cosa mucho más importante.