En medio de calores inéditos y frecuentes, los negacionistas del cambio climático lo tienen cada vez más complicado para mantener sus argumentos: que si estamos ante un ciclo natural, que no es culpa de la acción humana, que no hay suficientes evidencias del calentamiento, que su impacto está sobrevalorado, que se trata de una conspiración política, y un largo etcétera. La ciencia y la realidad están rebatiendo estos argumentos en un debate que parece estéril, mientras el calentamiento va batiendo récords en todo el planeta. Y en Catalunya lo vivimos a base de encontrar cada vez más normales temperaturas que sitúan el termómetro a los 40 grados incluso en el Pirineu.

El crecimiento económico, tanto en el mundo desarrollado como en el que está en vías de desarrollo, ha descansado y sigue descansando excesivamente en tecnologías basadas en combustibles fósiles, grandes protagonistas de la emisión de gases de efecto invernadero. Desde la industrialización, primero a base de carbón, y después a base de derivados del petróleo, el hombre hace funcionar máquinas, barcos, coches, camiones, aviones... considerando la atmósfera como un vertedero de libre disposición, sin ninguna obligación de respetarla. La inteligencia humana, combinada con la ambición desmesurada y la falta de obligaciones medioambientales, nos está dejando un panorama climático dramático, aquí y por todas partes. Las generaciones que empezaron a quemar combustibles fósiles y se beneficiaron de utilizarlos sin pagar ningún precio climático hace muchos años que ya no están; las generaciones que ahora contribuyen al calentamiento, que somos todos nosotros, empezamos a pagar el precio. Pero lo peor de todo es el legado que dejamos a nuestros hijos y a nuestros nietos. Cuando en el futuro se pidan responsabilidades, o bien ya no estaremos, o bien cargaremos las culpas a los que nos precedieron, porque nos lo habíamos encontrado todo hecho y nos vimos obligados a seguir con el mismo modelo.

Parece bastante obvio que estamos ante una injusticia generacional con respecto a los que vienen inmediatamente detrás. ¿Por qué es una injusticia? En primer lugar, porque las generaciones que vienen detrás no tienen ninguna culpa de recibir un planeta degradado. No son ellos quienes han iniciado, implantado y consolidado el modelo productivo y de consumo que ha desencadenado el cambio climático.

Es un problema para nosotros, pero sobre todo es un problema para las generaciones futuras, sin que hayan tenido ninguna culpa y sin que hayan tenido ni voz ni voto en las decisiones que hemos tomado los que somos responsables de ello, un grupo de auténticos egoístas climáticos

También es una injusticia que a las nuevas generaciones se les prive del derecho a un medio ambiente sano y del derecho a una vida climáticamente digna. De la misma manera que, con perspectiva social y política, la historia nos ha obsequiado a nosotros con derechos a la educación, a la sanidad, a la libertad de expresión o a la protección social, con perspectiva climática, las nuevas generaciones también tenían que tener derecho a una vida digna en términos de equilibrios naturales del planeta. Lamentablemente, parece que eso no será así. Muy probablemente las nuevas generaciones vivirán en un entorno climático en que habrá menos agua, las temperaturas serán más extremas, los fenómenos meteorológicos serán mucho más acusados, nuestro paisaje será más árido, habrán desaparecido especies vegetales y animales, y quién sabe, quizás también vivirán un fenómeno nuevo como los desplazamientos masivos de personas huyendo de la pobreza y buscando refugios climáticos.

En cualquier caso, todo parece indicar que las decisiones pasadas y presentes con respecto al sistema productivo y de consumo indefectiblemente afectarán a las generaciones futuras, tal vez por siglos, si no frenamos a tiempo. Una de las posibilidades de frenarlo es que la justicia intervenga para resolver el problema de la injusticia intergeneracional.

Si al final se impone el juicio y se implanta una justicia climática planetaria (o por países), las responsabilidades en las que estamos incurriendo sin darnos cuenta muy probablemente serán penales. Tenemos algunos indicios de ello. En la UE, la Ley Europea del Cambio Climático obliga a los Estados a la neutralidad climática en 2050, y no cumplirlo puede acabar ante el Tribunal de Justicia de la UE. Desgraciadamente eso queda lejos. Las responsabilidades se habrán disipado y no se encontrarán los responsables concretos, que somos todos, gobernantes, empresarios y consumidores. Sin embargo, en países como Holanda (caso Urgenda) o Francia (L'Affaire du Siècle) la justicia ya ha dictado sentencias urgiendo a actuar, porque no hacerlo puede violar el derecho a la vida o el derecho a un entorno saludable. Ya veremos la eficacia de este nuevo territorio de la justicia.

Mientras tanto, los habitantes del planeta que se lo pueden permitir irán sobreviviendo con soluciones paliativas como el aire acondicionado y las piscinas, pero el problema de raíz no se ataca. Tristemente, en la UE, la zona del mundo más concienciada, las actuaciones para evitar el desastre van tarde y son de una debilidad exasperante; en los Estados Unidos y en China, grandes contribuyentes del calentamiento, eso todavía tiene menos importancia que en la UE. Y en los países más pobres, la actitud todavía es más distante.

Lo tenemos difícil en un problema que es de todos, que no conoce barreras administrativas, que circula en el espacio compartido que es la atmósfera. Es un problema para nosotros, pero sobre todo es un problema para las generaciones futuras, sin que hayan tenido ninguna culpa y sin que hayan tenido ni voto ni voz en las decisiones que hemos tomado los que somos responsables de ello, un grupo de auténticos egoístas climáticos.