Casi intercambiables. Si no fuera por algún detalle, sería casi imposible adivinar qué discurso pertenece al jefe de Estado de España y qué discurso pertenece al president de la Generalitat.
De Felipe a Illa, son tantos los lugares comunes, los tópicos sudados, las tonterías populistas y las soflamas genéricas, que Felipe habría podido leer el discursito de Illa, y a la inversa. Es tanta la similitud que incluso se parecen en el soniquete soporífero que utilizan, tan vanidoso como amorfo. Por decirlo en términos de licencia festiva, son discursos tan anticonceptivos que nos dejan la libido ciudadana bajo tierra. No es de extrañar que las lenguas pérfidas que vagan por las redes hayan bautizado a Salvador Illa como el sepulturero, porque su pregonada calma catalana se parece mucho a la calma de los cementerios. En todo caso, se agradecería, aunque fuera como simple tributo al arte de la oratoria, que tanto el Borbón como el socialista aprendieran un poco de elocuencia.
El hombre que el 3 de octubre de 2017 profirió el discurso institucional más agresivo sobre Catalunya que se recuerda en democracia, nos viene ahora a dar lecciones de “convivencia”
Sin embargo, la cuestión relevante no es el tono soporífero, ni la poca gracia retórica, ni la facilidad con que caen y repican en las trivialidades más recurrentes, sino el cinismo que practican las pocas veces que sueltan una frase entera. El caso del reyezuelo es para enmarcar. No solo advirtió del peligro de los “extremismos” y la “desinformación”, sino que aseguró que había que practicar la convivencia porque es una “construcción frágil”. Como final, una frase de mérito para el negro que le escribe los discursos: hay que escuchar las opiniones ajenas porque “las ideas propias no son dogmas ni las ajenas son amenazas”. ¡Anda, ya! El hombre que el 3 de octubre de 2017 profirió el discurso institucional más agresivo sobre Catalunya que se recuerda en democracia, en el que no solo no había ninguna voluntad de aceptar ideas ajenas, sino que fue abiertamente crispado y belicoso con una parte sustancial de los catalanes, nos viene ahora a dar lecciones de “convivencia”. Debe referirse a la convivencia ganada con la porra y la toga represiva, la que se impone desde el poder, la que no permite las urnas, la que exige la sumisión; al fin y al cabo, la convivencia del conquistador. Que él, que viene de una estirpe de reyes que han intentado destruir sistemáticamente la identidad catalana, hable de la bondad de la convivencia, es de una jeta considerable. Nada que se parezca a la convivencia emana de la monarquía española, al menos en lo que se refiere a la nación catalana. Nada de nada.
Por lo demás, que hable del peligro de la “desinformación” el jefe de un Estado que espía a dirigentes políticos y ciudadanos, utiliza las cloacas para la persecución represiva y ha llegado al punto de crear toda una red complotista, financiada con millones de euros, para destruir el anhelo independentista, es el colmo del cinismo. Y todo ello viniendo de un señor, cuyo padre ha gozado de todo tipo de privilegios informativos, que ha mentido, ha distorsionado y ha ocultado sus informaciones más escandalosas... Sumado, solo queda decir que el rey Felipe nos trata de cornudos y además le tenemos que pagar la bebida.
Pero, si el Borbón sobresale en cinismo, Salvador Illa compite en excelencia, no en vano es otro que estuvo durante años practicando el discurso más agresivo contra una parte de los catalanes, y ahora también habla de “convivencia democrática” y “valores humanos”. ¿Dónde estaban los valores humanos cuando apaleaban a nuestra gente porque quería votar? Él, que pedía más y más policías... ¿Y dónde estaba la convivencia cuando el Estado entraba a troche y moche en nuestras instituciones y nos hacía toda clase de estropicios? ¿Y qué convivencia emanaba de su propio discurso, cuando era Salvador Illa uno de los que se quejaban de que el 155 era “demasiado blando”? ¿Dónde estaba la convivencia cuando se mostraba rotundamente en contra de la amnistía al president Puigdemont? Y así, hasta la enésima barbaridad que ha proferido durante todos estos años en los que ha representado al sector más extremo e intransigente del socialismo catalán. Ahora pone cara de cordero, nos habla de humanidad, y nos reclama la mejor versión de Catalunya (siempre dentro de la gran España), si bien él es la peor versión de un president de la Generalitat que se recuerda. Todo ello es un paripé insoportable que solo puede colar entre los catalanes si nos hemos convertido en una patética cuadrilla de borregos. O peor aún, si finalmente han conseguido desinfectarnos...
