Hace tres años, los que trabajamos en medios de comunicación pudimos vivir en primera persona lo que sucedía con la generación de opinión sobre todo lo que tenía que ver con “el asunto catalán”.
Recuerdo perfectamente que mantener una postura como la mía se convirtió en la manera de desaparecer de las tertulias españolas. Después de años de trabajo, me costó entender aquello de que “mantener la postura que mantienes, no es la opinión que queremos generar en la cadena”. De pronto vi cómo los tertulianos que normalmente se podían poner en dos grupos más o menos amplios, esto es, más conservadores vs más progresistas -de izquierdas o de derechas-, habían cambiado con la llegada del asunto catalán a las mesas de tertulia: Todos estaban de acuerdo en criticar al independentismo catalán y necesitaban la presencia de una persona catalana para mostrar que eran “todos contra uno”.
Pude hablar del asunto en cuestión y saber que el hecho de que yo defendiera el derecho a expresarse en las urnas, el derecho a plantear consultas a la ciudadanía, no se veía con buenos ojos: la razón se encontraba en que eso podía defenderlo un catalán indepe, pero no una castellana no independentista. “No vaya a ser que generes opinión en ese sentido, que no nos interesa”, me dijeron. O sea, que había que dar un mensaje claro desde las teles: pensaras lo que pensases sobre cualquier otra cosa, fueras más o menos una persona conservadora o más o menos progresista, lo que ibas a recibir de manera unánime era una postura sobre la autodeterminación de Cataluña. Y para que lo tuvieras claro, pusieras el canal que pusieras solamente encontrarías a personas catalanas, si las hubiera, defendiendo “su” postura a favor del derecho a decidir. Nunca nadie de otros territorios, para que pareciera impensable poder llegar a comprender lo que estaba sucediendo con apertura y flexibilidad.
Fue así como desde enero de 2018 dejé de trabajar en tertulias de cadenas españolas. Tiempo después colaboré con un programa, hasta que me di cuenta de que lo que pretendían era, igualmente, maltratar y mentir sobre todo lo que tuviera que ver con el asunto de la soberanía y usarme a mí para mostrar, con trampas y malas formas, que lo que yo pensaba merecía castigo.
Aprendí sobre la marcha cómo estaba montado el asunto de la generación de opinión a través de los canales principales de televisión. Se trata de hacer creer que la gente piensa algo de forma mayoritaria, eliminando la posibilidad de presentar otros planteamientos. La simplificación del mensaje y el aplauso a una postura concreta genera la sensación en el espectador que, si no está de acuerdo con lo que dicen la mayoría de los tertulianos, el equivocado será él probablemente. Y no tiene por qué ser así.
En primer lugar, porque las opiniones, si están fundamentadas y se argumentan decentemente, son respetables. Aunque no se compartan. En segundo lugar, porque en las tertulias se hace trampa y no se respeta un derecho fundamental que consagra la Constitución: el derecho de la ciudadanía a acceder a información contrastada, a opiniones plurales, para así poderse conformar una opinión propia en base a la diversidad de argumentos ofrecidos.
Había que dar un mensaje claro desde las teles: pensaras lo que pensases sobre cualquier otra cosa, fueras más o menos una persona conservadora o más o menos progresista, lo que ibas a recibir de manera unánime era una postura sobre la autodeterminación de Cataluña
Si no hay manera de tener diferentes puntos de vista, de todos los tipos, es imposible conseguir que la sociedad pueda analizar las cuestiones de tanta relevancia con una cierta profundidad, sacar conclusiones que tengan un sustento en argumentos con cierto fundamento y sobre todo, sobre hechos reales, no sobre relatos absolutamente delirantes, que es algo que ha venido sucediendo especialmente con esta cuestión catalana. Con la vasca, es que ni siquiera se llegaba a generar debate. Con hablar de ETA el asunto estaba perfectamente zanjado como para considerar que todos los independentistas vascos eran más o menos asesinos. Y ya estaba el debate concluido.
Con lo de Cataluña la cuestión era muy distinta: al no haber violencia, había que inventársela, como fuera. Y para ello era alucinante ver cómo algunos de los que eran mis compañeros de tertulia, te decían en el descanso del café lo contrario a lo que estaban sosteniendo ante las cámaras: eran muy conscientes de que su argumentario respondía a unos intereses concretos, no a la realidad. Y detrás de esa virulencia cargada de bilis, en realidad, había ideas que “no se podían decir”. De hecho, a mi me decían entonces que era muy valiente por decir lo que decía, porque eso allí no se podía decir. Y así fue: para que no se escuchasen argumentaciones como las mías, la solución era fácil: sacarme de las tertulias.
Eliminando las voces que pensábamos que los Jordis no estaban haciendo nada malo aquel 20 de septiembre, se ahorraban el cuestionamiento público a todas las barbaridades que se cometieron desde el establishment. Intentar poner en valor la libertad de expresión de la ciudadanía que estaba siendo consultada era algo absolutamente inadmisible para quienes alimentan las mentes a las que hay que adormecer en lugar de estimular. Por eso ha sido imposible poder escuchar argumentos como los de quienes defendemos las libertades y nos oponemos a la represión brutal que se está ejerciendo contra el independentismo en España. Esporádicamente se podría escuchar a personas como Martín Pallín, como a Pérez Royo, expertos juristas con un criterio sumamente interesante.
Así las cosas, sin nadie que generase opinión en el sentido de empatizar, comprender y mantener en el contexto político esta contienda, el discurso unionista-españolista se fue extendiendo como una mancha de aceite que cubría absolutamente todo. Y así, tampoco era extraño que si una persona independentista encendía la tele y veía estas tertulias, tuviera la sensación de que “toda España” estaba en su contra, tanto la izquierda como la derecha. Porque todos los “analistas” pensaban casi casi lo mismo.
Jugando a este perverso arte de la manipulación de la opinión pública, una persona que pudiera entender que la autodeterminación no merece cárcel, que los asuntos políticos no se resuelven en los tribunales, que hay vías y maneras de abordar este conflicto desde el respeto, desde la elegancia y desde el criterio constructivo, se sentiría realmente rara y no encontraría argumentos con facilidad para defender su postura.
Todas las voces contra la independencia de Cataluña, como si eso fuera un crimen, como si fuera un delirio, una locura, fruto de arrogantes, egoístas, supremacistas, nazis…. Y casi casi, terroristas.
Y del otro lado, la sensación de que nadie estaba entendiéndoles, que no había nadie dispuesto a escuchar y a comprender lo que tenían que expresar y decir. ¿Por qué? Pues entre otras cuestiones, porque si se abren las mentes y se permite entrar el discurso soberanista, habrá buena parte del argumento que será compartido por buena parte de la sociedad española, vivan donde vivan. Y en ese caso, peligraría seriamente la figura de la monarquía, de un sistema fundamentado en un sistema desigual, injusto y sostenido desde los pilares de la dictadura franquista -por lo menos-. No interesa a quienes, entre otras cosas, están en las distintas esferas del poder del Estado. La unidad de España mantiene a muchos, de distintos ámbitos, contentos y tranquilos mientras la defiendan a capa y espada.
No es momento ahora de plantearle al lector lo que ha pasado a lo largo de la historia con los mapas: que van cambiando y lo han hecho cobrándose vidas a medida que hemos ido avanzando y desarrollando vías democráticas que nos han ahorrado guerras por cuestiones territoriales. No va de eso este artículo. Pero no viene mal recordárselo a quienes piensan que “España” lleva siendo la misma desde que se denominó como tal y se dotó de un sistema normativo. No es tan grave plantear cambios, y de hecho, si se van a plantear, lo saludable para todos es que se planteen mediante urnas, no nos olvidemos nunca de esto.
Hacer las cosas a lo bruto, retorciendo el relato, mintiendo, manipulando, silenciando opiniones dispares como la que yo he mantenido puede allanar el terreno a aquellos que se sentían dueños y señores de España y de todo lo que tuviera que ver con ella. El problema viene cuando se internacionaliza el conflicto y comienzan a llegar respuestas desde otros países, desde instituciones internacionales: lo de la unidad de España no es tan sacrosanto cuando se pueden estar vulnerando derechos fundamentales de personas y de colectivos perseguidos.
Así es como se configura la opinión en España: como te digo una cosa, te digo la otra. Y a pasar página. Ahora tocan indultos, y los tendremos para desayunar, comer y cenar
Los muy españoles no contaban con ello, y ahora están empezando plantear que el hecho de que todos los conductores fueran en sentido contrario igual tiene más que ver con la actitud de España que con la del resto del mundo. Llegan sentencias desde Alemania, Bélgica, TJUE, se rechazan las peticiones de extradición y la cosa va comenzando a quedar más que clara. Fuera de España, eso sí. Y va pasando el tiempo y el castillo de naipes se va desmoronando. Cuanta más caña se da al independentismo, este más crece y más apoyos recibe del exterior.
Tres años después, España se da cuenta de que no puede seguir por este camino. Que por muchas veces que repita una mentira no se convertirá en verdad. Y el tiempo corre en su contra: cada día que pasen los presos políticos en prisión y los exiliados sin poder volver a sus casas, es un día más en el que España está comportándose de una manera reprochable desde la perspectiva de los Derechos Humanos. Y será juzgada por ello, porque ya ha comenzado a serlo y cada vez se habla más claro.
Es así como, entre otras cuestiones de índole política, de intereses varios, se llega a la conclusión de que esta madeja hay que ir deshaciéndola poco a poco. Y es cuando llegan los indultos sobre la mesa. Ya he publicado recientemente que para mí, la solución no son los indultos sino la amnistía. Pero lo que aquí quería plantear es el giro que están dando los tertulianos de los medios de comunicación, los analistas, los opinares que tan callados han estado estos tres años, que tanta caña han dado en algunos casos contra el independentismo. Ahora es asombroso escuchar las tertulias y verles defender los indultos como si siempre hubieran defendido algo que tuviera que ver con el derecho a decidir.
Los hay que no se despeinan, que cambian sin cortarse un pelo porque ahora sí, ahora toca contarle a la sociedad española que esos terribles catalanes, los golpistas, los que cenaban niños cada día, merecen salir de la cárcel porque ya ha habido “tiempo para el castigo”.
Y evidentemente la gente alucina, no entiende lo que está pasando. De la noche a la mañana se cambia el discurso por parte de algunos, pues evidentemente su libertad pende de quien depende.
Así es como se configura la opinión en España: como te digo una cosa, te digo la otra. Y a pasar página. Ahora tocan indultos, y los tendremos para desayunar, comer y cenar. De lo que no se hablará, claro, es de la amnistía, porque eso no toca y de eso no se puede comentar, no vaya a ser que la gente descubra nuevamente de qué va todo esto del engaño, del palo y la zanahoria.