Este 15 de octubre hemos vuelto a conmemorar el aniversario (en este caso, el 85.º) del fusilamiento del president Companys. A menudo lo damos por descontado y lo recordamos incluso con cierto punto de rutina: el franquismo ya es lo que tenía, que fusilaba a la gente. Pero, bien mirado, que a un pueblo le fusilen a su presidente no es un hecho tan habitual. ¡Para nada! Preguntémonos, sin embargo, como Dios manda (con cierto detenimiento), qué sentido tiene (si es que tiene alguno) actualmente esta conmemoración. La tesis que voy a defender hoy es esta: el fusilamiento de Companys fue una singularidad, extrema y delirante, sin duda, de un curso histórico (el de los ataques al catalanismo) que venía de lejos y que ha continuado después —adoptando otras formas— hasta, de momento, 2025: ni aquello de entonces ni esto de ahora ha terminado, persiste bien revivido, adoptando, en cada coyuntura, las modalidades que se ajusten mejor. Por ejemplo, en tiempos más democráticos como los de ahora, debe guardar las apariencias y vestirse adecuadamente: los fusiles ya no se llevan. Tres episodios muy recientes (ocurridos entre septiembre y octubre de 2025) así lo corroboran. Vamos a verlos.

Episodio 1: Dos días antes de la última Diada, conocimos la penúltima sentencia del Tribunal Superior de Justicia, enmarcada en la deriva judicial de aniquilación del catalán en las escuelas. Al tribunal no se le puede negar determinación: no solo decidió, un día, ya hace unos años, okupar el lugar del Parlament y fijar, él, en vez de los catalanes a través de sus representantes políticos, la política lingüística (el ya famoso 25% del castellano), y no solo ha reconocido después legitimación para ser escuchadas, solo, a las asociaciones que defienden el castellano, negándosela a las que defienden el catalán (¡qué cosas, caray!), sino que, puesta ya la directa, ahora se centra en bloquear (proscribir) todo intento del legislador catalán (suspendiéndole y anulándole las normas) de aprobar una nueva política lingüística. Es esto último lo que justo acaba de hacer este septiembre. La extrema gravedad del caso es esta: un tribunal le dice primero al legislador catalán que no hace bien su trabajo; lo hace después por él y, acto seguido, le impide ejercerlo de nuevo. ¿Cómo puede ser que no estemos hablando, todos los días, de este genocidio cultural, además de los otros?

Episodio 2: Anteayer conocimos por los periódicos digitales que un juzgado de Barcelona ha anulado unas bases para optar a una plaza de operario de cementerio y de mantenimiento en Vic porque exigía el nivel B2 de catalán. Exigir un nivel tan alto tiene efectos excluyentes y genera discriminación por razón de la lengua, según el juzgado. Vaya, que habría que rebajar la exigencia. Demasiado catalán. ¿Verdad que habéis notado que los reproches de discriminación y exclusión provenientes de los tribunales siempre van en el mismo sentido?

Episodio 3: Quico Sallés nos ha informado, también hace muy pocos días, de que a un manifestante contra Felipe VI (los hechos son de la visita al monasterio de Poblet) no se le ha aplicado la amnistía, ya que la protesta no tendría el propósito de reivindicar o promover la independencia de Catalunya, sino, simplemente, protestar contra la figura del rey. ¡Cuántos obstáculos, qué minuciosidad analítica, cuando hay que (in)aplicar la amnistía a los independentistas! ¡Y cuán fluida (día de puertas abiertas) ha sido su implementación cuando los destinatarios eran los policías de las porras del 1-O! ¿Alguien está llevando un recuento serio de esta asimetría aplicativa ya ignominiosa?

Si miramos un poco la historia de Catalunya, veremos rápidamente que el catalán es un pueblo continuamente maltratado por España

Vistos estos tres episodios tan recientes, la pregunta es clara: ¿hacia dónde nos transportan? ¿Qué relación tienen con el fusilamiento de Companys? Yo lo veo bastante claro: diría que las balas que lo mataron al impactar contra su cuerpo (es importante no perder el componente material, vital, de las cosas) son hoy los PDF de los tribunales, los 1 y los 0 que viajan virtualmente por la red. Si miramos un poco la historia de Catalunya, veremos rápidamente (es muy evidente) que el catalán es un pueblo continuamente maltratado (discriminado) por España y que, en esta tarea, se ha producido una carrera de relevos entre las instancias estatales que, en cada momento, asumían el protagonismo. Inicialmente, será la esfera religiosa: la Inquisición y la censura de los Reyes Católicos. Después, el ejército: la Unión de Armas y los tercios de los Austrias o la invasión directamente militar de Felipe V. Acto seguido, a lo largo del siglo XIX y parte del XX, entrará en juego la política (siempre con el ejército de trasfondo) y los ataques adoptarán preferentemente la forma de textos legales, muy a menudo para prohibir el catalán. Superados los dos enormes paréntesis de las dictaduras (donde confluirán, en un totum revolutum, los tres protagonismos: el de la religión, el del ejército y el de las leyes), llegaremos a la fase más reciente de la Transición y los hechos del 1-O. Aquí, el escenario lo coparán, lo copan, indiscutiblemente, como vimos desde 2017 y como hemos visto estas últimas semanas, los tribunales.

Así pues, el hilo de Ariadna, la carrera de relevos, del proyecto anticatalanista sería este: Iglesia-Ejército-Leyes-Tribunales. Podemos ilustrarlo, de hecho, con una imagen muy actual que enlaza el inicio (la religión) y el final (la justicia): la sede del Tribunal Supremo (que sería el máximo representante del relevo judicial actual) se ubica, ni más ni menos, que en un convento. Sí, el de las Salesas Reales (también llamado convento de la Visitación de Nuestra Señora). He observado, también, una dinámica persistente: cuando la situación institucional es más tensa (Felipe V, inicio del franquismo, 1-O…), los ataques apuntan hacia objetivos catalanes directamente institucionales (se aniquilan instituciones, se derogan Estatuts, se aplica el 155, se fusilan presidentes…), mientras que en períodos de mayor calma o reconciliación (como el siglo XIX o ahora mismo), los ataques se centran en objetivos de caza menor, como, precisamente, la lengua, el catalán. Como justamente ahora, vaya. Una caza (la mayor o la menor) que hoy ya no protagonizan el Tribunal del Santo Oficio ni las armas de fuego, sino los PDF de los tribunales ordinarios. Vete a saber con qué nuevo formato se irá de caza dentro de ochenta y cinco años. Como el capitalismo, el anticatalanismo sabe adaptarse a cada nueva coyuntura para persistir. Eso hay que reconocérselo: lo hace bien, con eficacia. Así pues, y volviendo al principio, dado que aquello (esto) no ha terminado, habrá que permanecer atentos.