La segunda visita de Estado de Donald Trump al Reino Unido ha tenido uno de sus momentos culminantes este miércoles por la noche, con un majestuoso banquete en el castillo de Windsor presidido por Carlos III y la reina Camilla. El presidente de Estados Unidos y la primera dama, Melania Trump, fueron recibidos con todos los honores en una velada que, a pesar de estar cargada de simbolismo diplomático, ha generado críticas por su pomposidad. Medios británicos han señalado la contradicción entre el tono austero que el monarca promueve para la institución y la magnificencia de una cena preparada durante seis meses, con una puesta en escena casi cinematográfica: una mesa que parecía interminable, un menú hecho a medida e incluso detalles como un coñac del año 1912 para brindar con el invitado norteamericano.
Después de una jornada marcada por una ofrenda floral en la tumba de Isabel II, una comida ligera y una exhibición aérea protagonizada por cazas F-35 norteamericanos, el momento culminante de la visita llegó con el banquete de Estado en el Salón de San Jorge, la sala más imponente del castillo de Windsor. Con sus techos góticos y una longitud de 55 metros, el espacio —originario del reinado de Eduardo III— acogió una mesa de casi 43 metros, puesta con una meticulosidad extrema y con capacidad para 160 invitados escogidos a dedo entre la élite empresarial, diplomática y cultural. Carlos III ocupaba el centro de la mesa, con Trump sentado a su lado; justo en frente, la reina Camilla compartía espacio con Melania, mientras que Kate Middleton se sentaba a unos sitios de distancia. Entre los asistentes destacaban nombres como el consejero delegado de Apple, Tim Cook, y el magnate de los medios Rupert Murdoch.

El nivel de detalle del banquete era extremo, con una organización milimétrica que ha requerido seis meses de preparativos, según recoge el Daily Mail. Solo el montaje de la mesa ocupó una semana entera. El protocolo real exige que cada cubierto esté colocado exactamente a 45 centímetros de distancia, una tarea que se llevó a cabo con varas de medir y calzado especial para poder caminar encima de la mesa sin estropear la superficie. El servicio se distribuyó en 19 espacios a lo largo del salón, con equipos formados por pajes, lacayos, submayordomos y mayordomos de vino, muy coordinados a través de un sistema, de semáforo interno para garantizar una sincronización perfecta en la llegada de los platos. Incluso los detalles más pequeños, como las servilletas —dobladas en forma de bonete holandés— o los centros florales de tonos suaves, fueron revisados personalmente por Carlos y Camilla pocas horas antes del acto.
Un recorrido por la gastronomía británica
El menú del banquete fue concebido como un auténtico viaje por la gastronomía británica, siguiendo la etiqueta tradicional de la realeza, que dicta que se tiene que presentar en francés. Los platos rindieron homenaje a los productos autóctonos con una puesta en escena refinada y simbólica. El cóctel de entrada, "coronado con una espuma de nuez y adornado con un malvavisco tostado sobre una galleta en forma de estrella", quería evocar la calidez de una chimenea. El primer plato fue una pannacotta de berros de Hampshire con huevo de codorniz y galleta de parmesano, seguimiento de una balotina de pollo orgánico de Norfolk envuelta con láminas de calabacín y regado con zumo de hierbas aromáticas. De postre, una bomba helada de vainilla con interior de sorbete de frambuesas de Kent y ciruelas Victoria puso el punto final al menú. Todo ello se casó con vinos de cosechas excepcionales: un Corton-Charlemagne Grand Cru de 2018, un Ridge Monte Bello del 2000 y champán Pol Roger de 1998. También se sirvió un Oporto Vintage de 1945, año de nacimiento de la madre de Trump, como gesto simbólico, y un güisqui Bowmore de 1980, en recuerdo a Isabel II.

A pesar de su conocida abstinencia, Trump no quedó al margen de los brindis del banquete, que se hizo con un coñac de 1912. Los organizadores le prepararon un cóctel sin alcohol especialmente ideado para la ocasión, bautizado como Whiskey Sour transatlántico. El combinado, reinterpretado con mermelada cítrica, pretendía simbolizar "la relación especial entre el Reino Unido y Estados Unidos", según recogió el Daily Mail. Trump ha explicado en varias ocasiones que nunca ha bebido una sola gota de alcohol. Esta decisión, lejos de ser casual, está profundamente marcada por la muerte de su hermano mayor, Fred Trump Jr, que perdió la vida prematuramente a los 43 años a causa del alcoholismo. Aquella tragedia dejó una huella profunda en un joven Donald Trump, que presenció de primera mano cómo la dependencia podía destruir una vida.